5 razones para ver «BoJack Horseman»
Nuestro colaborador de hoy es Víctor Navarro Remesal, Doctor en Game Studies y profesor de videojuegos, cine de animación y narrativa interactiva en el Centro Superior de Enseñanza Alberta Giménez adscrito a la Universidad Pontificia de Comillas. Víctor nos va a dar sus cinco razones para ver BoJack Horseman:
1. La sadcom. BoJack Horseman es una comedia brillante. BoJack Horseman es una de las series más tristes de la actualidad. Y entre ambas afirmaciones no hace falta un “pero” ni siquiera un “tampoco”: no seremos los primeros en defender el humor como la reacción más sensata ante la tristeza, o como la mejor manera de explorarla. Ya se ha escrito suficiente sobre payasos tristes. Lo que hace BoJack, la conjunción que la eleva, es apostar por poner esta exploración en primer plano: usando el lenguaje de la sitcom animada (capítulos de veinte minutos, chistes constantes, estilo visual heredero de, por ejemplo, Mike Judge), la serie de Raphael Bob-Waksberg mira al abismo de la desesperación, de la falta de sentido, del ennui del que lo tiene todo pero también del anhelo por sentirse querido. Ya no hay separación entre el chiste y lo íntimo, como podía suceder en sitcoms más clásicas y conservadoras como El príncipe de Bel-Air o Friends. En esto BoJack no está sola: si la década anterior nos dejó comedias excelentes sobre el bochorno y la vergüenza ajena (véanse The Office o Peep Show), la vanguardia televisiva de estos años 10 está dominada por lo que se ha venido a llamar sadcom: producciones como Master of None, Transparent, Louie o El fin de la comedia en las que la risa es siempre seca y el encuentro con la realidad, un choque.
2. Su calidez. Esto no quiere decir que BoJack Horseman caiga en la trampa fácil del culto a la depresión, de glorificar el trastorno y la fragilidad. Tampoco es una obra cínica o nihilista. Ni siquiera podríamos considerarla pesimista. El auténtico pesimismo, como señala el filósofo Eugene Thacker, no produce nada (pues nada valioso encuentra en producir) ni acepta nada más allá de su abatimiento. La sadcom, al contrario (y en esto BoJack es paradigmática), señala siempre un horizonte, una salida, una posibilidad para el optimismo. La sadcom es tierna, clemente, compasiva, de una humanidad profunda. En la sadcom uno acaba con ganas de abrazar a sus personajes más que de irse de cervezas con ellos. ¿A quién no le enternece Ignatius Farray, ese cómico loco y gritón, después de ver El fin de la comedia? Los personajes de BoJack Horseman no son caricaturas ni medios para la sátira sino seres completos, con volumen, con virtudes y defectos, movidos por una aspiración universal: encontrar sentido en las conexiones con los demás. Como en el dilema schopenhauriano del erizo, mientras más se acercan unos a otros para combatir el frío, más se hieren. (Además, BoJack cuenta con un personaje que competiría con Kimmy Schmidt por el título de optimista más irreductible de la ficción contemporánea: el entusiasta Todd, siempre con un “hooray!” en la boca.)
3. Los niveles de su humor. Volvamos al principio: BoJack Horseman es una comedia brillante, o dicho de otro modo, es brillante como comedia. Que su humor esté al servicio del estudio de personajes no quita que sus chistes sean ejemplares, y además los tiene de todo tipo: gags más clásicos de carcajada, un humor negro que la emparenta con A dos metros bajo tierra, la incomodidad y el absurdo deconstruccionista del posthumor, juegos de palabra y juegos conceptuales (puns, en inglés), running gags, gags visuales, referencias culturales, chistes internos, enredos… El relato se mueve a base de chistes complejos, pero además el uso de animales antropomorfizados (que llevan vidas humanas y conviven con humanos corrientes, con el choque conceptual que eso supone), proporciona un colchón de humor constante que no necesita derivar de la trama. Y todo entregado con un timing firme y arrollador. Un nivel de densidad en la escritura comparable a grandes referentes como Arrested Development.
4. Su comentario de la cultura (pop) contemporánea. Lo primero que podría decirse de BoJack Horseman es que es una serie sobre la fama y el Hollywood (o Hollywoo) contemporáneo, y aunque es una buena manera de presentarla quedarnos en eso sería reduccionista. Por eso aquí no lo destacamos hasta ahora. Sí, es una serie muy “meta” sobre las industrias americanas del entretenimiento, con ataques claros y constantes a su cinismo y su vacío, pero va más allá de las ficciones sobre celebrities a la manera de, por ejemplo, Entourage. En BoJack se desmontan también la política norteamericana, las redes sociales o la América posbélica y se abordan cuestiones como la comercialización del feminismo, el aborto, el racismo o el estado del periodismo actual. Siempre huyendo de explicaciones sencillas o de bandos, sin el enfoque editorialista inmediato de otras comedias animadas como South Park. A través de BoJack Horseman se pueden empezar a entender muchas cuestiones de la cultura norteamericana actual (y, por influencia, de toda la occidental), o al menos sobre la representación de esas cuestiones.
5. La complejidad de su estructura. La comparación anterior con Arrested Development no era gratuita: en BoJack Horseman no sólo son complejos los running gags y los guiños ocultos sino la propia construcción del relato, la manera en que se ordenan los hechos. BoJack requiere del espectador atención y memoria y las recompensa ampliamente. Lo que empieza como una serie de viñetas aisladas (en la tradición de la sitcom clásica), se desvela pronto como una ficción con gran continuidad, con tramas recurrentes y una estructura (el syuzhet de la narratología, diferente a la fabula o el orden cronológico) planteada a gran escala, con abundantes flashbacks, arcos, capítulos individuales o experimentaciones con la propia fórmula de la serie. Así, en un final de temporada pueden acabar confluyendo tramas y chistes delirantes para provocar un cambio de status quo, o una aparente anécdota puede revelarse capítulos después como algo fundamental, o una mirada al pasado puede redefinir la presentación de un personaje. El uso del tiempo en la cuarta temporada merece ser estudiado en clase de guión. Abundan también los cambios de focalización, y pese a su título la serie es tanto de BoJack como de Todd, de Princess Caroline, de Mr. Peanut Butter o de Diane, todos ellos personajes fascinantes. E intercalados en estos arcos de largo recorrido se nos regalan capítulos tan excepcionales como “Fish Out Of Water”, una miniatura casi muda inspirada por el cine slapstick clásico y por Lost In Translation que es en sí misma una razón (bien podría ser la sexta) para ver, y disfrutar, y emocionarse con, BoJack Horseman.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.