5 razones para ver «Sleeper Cell»
El 4 de diciembre de 2005, la cadena Showtime lanzaba la miniserie Sleeper Cell. Creada por Cyrus Voris y Ethan Reiff y con solo dos temporadas de emisión (2005 y 2006), esta producción que se enmarca dentro de las narrativas terroristas que surgieron en los años posteriores a los atentados del 11 de septiembre no ha tenido excesiva trascendencia al verse eclipsada por el fenómeno 24 encabezado por Jack Bauer. En este post deseamos rescatarla por cinco razones que tienen que ver con la narrativa en sí misma pero también, y de manera especial, con su entorno de producción.
1.No todo es 24 o Homeland. No cabe duda de que, cuando a un espectador se le pregunta por el título de alguna serie de televisión en la que se desarrolle la lucha antiterrorista, las respuestas inmediatas son dos: 24 y Homeland. Dos series emblemáticas -una de la era Bush, la otra en la era Obama- en las que asistíamos y seguimos asistiendo a la frenética y oculta guerra contra el terrorismo más o menos concentrado en organizaciones internacionales o concretada en el terrorismo islámico. Sleeper Cell ha tenido la mala fortuna de estar justo en la mitad de ambas producciones convertidas en blockbusters ya sea por su innovación técnica al seguir las andanzas de Jack Bauer durante todo un día , ya sea por el incipiente riesgo temático del regreso a suelo americano de un marine convertido al Islam e hipotético terrorista que derivará hacia otros argumentos actualmente. Este centro cronológico, además de no haber tenido casi ninguna repercusión en las cadenas españolas, ha hecho que sea una serie que haya pasado totalmente desapercibida para los espectadores. Una lástima.
2.Un argumento (aparentemente) arriesgado. En la primera temporada de la miniserie, el agente del FBI Darwyn Al-Sayyed (James Ealy) tendrá como principal misión inflitrarse en la célula terrorista de Al Qaeda liderada por Faris Al-Farik (Oded Fehr) e impedir ataques a los Estados Unidos con armas de destrucción masiva, un argumento que se extiende a la segunda entrega en la que, tras la reconstrucción parcial de la célula, el agente se convertirá en su nuevo líder debiéndose enfrentar a su doble condición de enemigo y defensor del país. Sin embargo, a pesar de que este argumento no difiere en esencia de las seriess que hemos mencionado anteriormente ni de algunas producciones cinematográficas del mismo periodo y enmarcadas en el llamado spytainment, Sleeper Cell va a tener dos premisas diferenciadoras: por una parte, va a venderse a las audiencias como la primera serie protagonizada por un héroe musulmán y afroamericano -por tanto, perteneciente a dos minorías; y, por otra parte, la serie va a plantear de manera directa el terrorismo de Al Qaeda (cosa que no hizo 24 y sí hará Homeland) diferenciando el terrorismo radical de la esencia de la religión islámica. Cabe decir que, si bien el segundo punto se consigue parcialmente ya que los argumentos derivarán hacia otros temas totalmente dispares a la religión, el primero es contradictorio en su esencia: Darwyn es norteamericano y del FBI y actuará en consecuencia. O como afirmarán los propios creadores: «si ahí fuera hay alguien planeando un ataque, también está ahí el FBI para impedirlo». En definitva, las premisas se rompen estrepitosamente.
3.Una narrativa de la era Bush. Sleeper Cell, concebida por sus creadores como el antídoto a 24 y, por consiguiente, como una especie de crítica a los esquemas más conservadores de la misma, se transformará en un ejemplo más que evidente de las políticas del miedo generadas por los atentados del 11 de septiembre. Los taglines de las temporadas no puede ser más claros. Recordemos que la serie se estrena en 2005. La primera de ellas llevará como título «The enemy is here», un enemigo que seguirá el esquema esencial del camuflaje del terrorista en la sociedad que, tal como leemos, serán «friends, neighbors, husbands»); la segunda se concentrará en los objetivos de los hipotéticos ataques que no serán otros que «cities, suburbs, airports». Un discurso hegemónico, pues, que se ampliará a los subtemas de las narrativas terroristas y que alcanzará, entre otros aspectos al reclutamiento de adeptos, la facilidad de fabricación de armas de destrucción masiva , la fractura entre culturas o el radicalismo religioso relacionado con el odio visceral a los Estados Unidos como epítome de la cultura occidental.
4.Los integrantes de la célula terrorista. Sin ninguna duda, lo más interesante de la serie son los personajes que integrarán la célula terrorista en las dos temporadas. Configurados como personas que forman parte de la comunidad – y, por tanto, con una aparente normalidad social -, la serie insistirá en la creación del terrorista, en este caso radical islámico aunque bien podría referirse a cualquier otro. Frente al componente geográfico y el oportunismo político de 24 o Homeland, Sleeper Cell desarrollará las motivaciones individuales de cada uno de los radicalizados que van a tener distintos perfiles: la conversión al islamismo como rechazo a las políticas estadounidenses (como es el caso de los europeos Ilsa Korjenic, antiguo combatiente en la guerra de Bosnia donde asistió a la brutalidad de la guerra, y el neonazi francés Christian Aumont, convertido al islamismo por su matrimonio con una marroquí que rechaza su radicalidad, ambos en la primera temporada), el relevo de la lucha contra la opresión tras el asesinato de un ser querido (la alemana de Hamburgo Wilhelmina van der Hulst en la segunda temporada quien sigue la lucha de su esposo, un ecologista antisistema) y, finalmente, el aparente rechazo al estilo de vida estadounidense que encubre bien una marginación (el camello hispano Benito Velasques) o una carencia afectiva (el American Taliban Tommy Emmerson, un joven rechazado sistemáticamente por su madre que se enrola en el ejército solo por llevarle la contraria y que ve en la pertenencia a una célula terrorista su única posibilidad de que ésta se dé cuenta de su existencia). Mención aparte merece el personaje de Salim (interpretado por Omid Abtahi, encasillado desgraciadamente en este tipo de papeles), un joven musulmán de familia rica que se ve obligado a dejar Londres donde estudia para ocultar su homosexualidad.
5. La deriva hacia un enfrentamiento personal. La pugna entre Al-Sayyid y Al-Farik supondrá, como no puede ser de otra manera, la plasmación del enfrentamiento entre el héroe y el villano. Mientras el primero tendrá como premisa esencial el pertenecer al FBI y mostrar cómo los musulmanes estadounidenses pueden seguir su religión sin dejar de ser patriota, un hecho que fue recibido de manera muy diversa por las audiencias y la crítica que tildaron a la serie de presentar un personaje estereotipado con todos los clichés ideológicos de la época; el segundo tendrá los valores más negativos atribuibles al antihéroe -por otra parte, compartidos con todos los terroristas de otras ficciones: el ser un carismático líder radical (de la nobleza árabe dicho sea de paso) que consigue sus objetivos destructores a través del engaño y la manipulación emocional de sus seguidores a los que lleva a la autodestrucción/inmolación gracias a un discurso de supremacía espiritual que conduce indefectiblemente a la victoria. Sin embargo este planteamiento que regirá la primera temporada se verá transformado en la segunda entrega en la que un renovado Al-Farik iniciará una guerra personal contra Darwyn que conducirá al exterminio familiar por una parte y personal por otra. Un giro más que interesante que queda en el aire en el último episodio de la serie en un final más que extraño y probablemente abierto ya sea como lucha sin cuartel en una especie de loop interminable -que de haber una tercera temporada centraría, sin duda,la serie- ya sea como un duelo al estilo del western más estereotipado en el que ambos contendientes luchan hasta la muerte, de ambos claro está.
Un final extraño para una serie que, a pesar de ser muy desigual, merece la pena ser vista. Porque no todo es 24 o Homeland.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.