“Altered Carbon”, la (¿fallida?) gran apuesta de Netflix para 2018
Altered Carbon es una de las grandes producciones de Netflix para este curso, incluso podría decirse que se trata de su gran apuesta. Respaldada por una potente campaña publicitaria, es difícil creer que quede alguien ahí fuera que no haya oído hablar de ella a estas alturas. Con guion de Laeta Kalogridis, la serie se basa en la novela homónima de Richard K. Morgan, que combina el género de la distopia ciberpunk con un marcado componente de noir detectivesco. Teniendo en cuento sus ingredientes, Altered Carbon era la serie a esperar por parte de los amantes de la película de culto Blade Runner y de novelas como Neuromancer de William Gibson o Snow Crash de Neal Stephenson. ¿Habrá satisfecho satisfactoriamente las altas expectativas creadas?
La acción transcurre en el año 2384 (quizás los dos últimos dígitos representen un guiño a la canónica novela distópica 1984, de George Orwell) en la ciudad de Bay City. En la sociedad representada, la inmortalidad ha dejado de ser una quimera, puesto que los avances científicos hacen posible realizar una copia digital de la conciencia y recuerdos de las personas y alojarla en un nuevo cuerpo o “funda”. Esta práctica se ve encarnada en la figura de Takeshi Kovacs (Joel Kinnaman/Will Yun Lee), ex miembro de un grupo de unidades especiales antisistema que operaba 250 años atrás precisamente con el objetivo de sabotear esta práctica. Sin embargo, su rebelión fracasó, y ahora habría sido reenfundado (esto es, introducido en un nuevo cuerpo) para investigar la verdad que se esconde tras el presunto suicidio del aristócrata Bancroft (James Purefoy), de 365 años de edad. Para ello contará con la colaboración de la agente de policía Kristin Ortega (Martha Higareda) y de una inteligencia artificial que opera bajo la apariencia del escritor romántico estadounidense Edgar Allan Poe (Chris Conner), entre otros.
Quizás el componente más atrayente de Altered Carbon sea su estética, pero en realidad esta es poco más que un calco de la de Blade Runner. La acción transcurre en una ciudad plagada de carteles luminosos que conducen a locales de striptease o a burdeles, coches voladores y los obligatorios puestos callejeros de comida oriental. Y, por supuesto, Joel Kinnaman viste una gabardina que va a juego con las de Rick Deckard o del agente K/Joe, en Blade Runner y Blade Runner 2049, respectivamente. En otras palabras, la originalidad y la frescura brillan por su ausencia y dejan paso en su lugar a todo un repertorio de motivos repetidos hasta la saciedad.
Pero tampoco es que Altered Carbon sea una buena copia; más bien todo lo contrario. Netflix ha tomado todos los ingredientes indicados para desvirtuar la fórmula y producir así una serie de acción aderezada con múltiples escenas de desnudos. Y es que si bien es cierto que se ha criticado a muchas otras series por utilizar este reclamo (véase Juego de Tronos, por poner un ejemplo), Altered Carbon lleva esta estrategia un peldaño más allá, focalizándose en cuerpos que parecen cincelados por los dioses a la mínima oportunidad, con el pretexto de la importancia argumental de las “fundas” como defensa. A esto debemos añadirle unos diálogos en su mayoría insulsos y unas ínfulas filosóficas que no acaban de cuajar.
Quizás uno de los grandes temas de la serie sea el de la lucha de clases y la polarización de una sociedad que se divide en dos grandes bandos: unos pocos multimillonarios que ostentan todo el poder, y una gran masa social que mora en los múltiples guetos de los distintos mundos colonizados por el ser humano. En consecuencia, aquellos que ostentan la riqueza pueden costearse la inmortalidad, cambiando periódicamente de funda, siempre optando por una carcasa de gama “superior” a la anterior. Por el contrario, los pobres deben resignarse y aceptar su mortalidad.
De este modo aquellos que ostentan la riqueza se erigen en una suerte de semidioses carentes de moral que juegan con el resto de la humanidad como si de niños e insectos se tratara. Aquejados por la depravación (sexual y homicida), actúan con impunidad bajo el paraguas protector del dinero y de la posición. El mensaje parece ser que una hipotética inmortalidad conduciría a desvirtuar la conciencia humana, hasta convertirnos en seres incapaces de comprender y poner freno a sus propios actos e instintos de agresión. No es esta una perspectiva muy halagüeña, ya que se representa al ser humano como una bestia despiadada cuya capacidad para ejercer el mal crece al mismo ritmo que su poder. Homo homini lupus, por tanto. Y otro de los temas obligatorios que hacen acto de presencia, aunque solo de pasada, es el de las inteligencias artificiales, prácticamente indiscernibles del ser humano en la sociedad representada.
En definitiva, aunque Altered Carbon prometía, la triste realidad es que ha decepcionado a un vasto número de espectadores. Pese a ello, parece que la distopia en sus múltiples vertientes goza actualmente de buena salud. Encontramos ejemplos de esto en las series The Handmaid’s Tale y Black Mirror (aunque la última temporada de la segunda se vea aquejada por cierta falta de frescura) o en la reciente cinta Blade Runner 2049, así como en el videojuego The Red Strings Club. Sin embargo, esta última apuesta de Netflix tan solo regurgita una serie de arquetipos manidos, sin aportar absolutamente nada nuevo a un género que si precisamente por algo se destaca es por su capacidad de promover ejercicios de imaginación. Si bien es cierto que el eye candy está servido, quizás haya que replantearse la idoneidad de una producción enmarcada en la distopia cuando esto es lo único que parece proponer.