Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

¿America First?: «Infiltrado en el KKKlan» (Spike Lee, 2018)

Nadie pone en duda la extrema relación que existe entre la filmografía de Spike Lee y la reivindicación de los derechos de los afroamericanos, por una parte, y de la denuncia de las agresiones que esta minoría mayoritaria de los Estados Unidos ha sufrido a lo largo de la historia. La identidad cultural y la defensa del «black power» se va a combinar en sus películas con la utilización habitualmente crítica de los estereotipos que de los negros ha desarrollado el imaginario estadounidense. Un imaginario que va a plantear parcialmente en films como Do the right thing (1989) o Bamboozled (2000) transformado radicalmente en argumentos que se enmarcan en coordenadas históricas específicas de avance o retroceso de los derechos civiles. Buena muestra de ello son títulos como Nola Darling (1986), Malcolm X (1992), Chi-Raq (2015) o Rodney King (2017). Y buena muestra de esta sensibilidad son las lágrimas de Spike Lee en su episodio de Inside the Actors Studio (2000) donde explicaba al host James Lipton su emoción por la solidaridad de la comunidad cinematográfica negra al saber que se había acabado el presupuesto para el rodaje de Malcolm X.

Así, no resulta extraño que en la «era Trump» —una etiqueta que el presidente de los Estados Unidos se ha ganado a pulso en solo dos años de mandato, algo conceptualmente impensable e inaudito—  Spike Lee plantee una película como Infiltrado en el KKKlan. Basada en el libro Black Klansman de Ron Stallworth, la película nos traslada a Colorado Spring en 1979 en el momento en que Ron Stallworth (John David Washington) se convierte en el único policía negro en una comisaría donde no es bien recibido por sus compañeros blancos siendo relegado a los trabajos más rutinarios. Un día Ron ve un anuncio del KKK en un diario y se pone en contacto con ellos haciéndose pasar por un supremacista blanco; ante el interés por sus ideas de David Duke (Topher Grace), lider máximo de la organización, empieza una operación secreta en la que Flip Zimmerman (Adam Driver) se infiltrará en el clan haciéndose pasar por Ron.

Flip Zimmerman (Adam Driver) y Ron Stallworth (John David Washington) con su carnet del KKK

Este sencillo argumento va a servir a Lee para plantear un discurso que remarca la institucionalización del racismo y el fomento del odio en la población perpetuando la injusticia social que el cineasta situará de manera exclusiva en la dicotomía black power vs white supremacy en la que la brutalidad policial va a jugar un papel esencial. Desde este punto de vista, el espectador se situará frente a un continuum histórico en el que los materiales cinematográficos sirven de soporte a la idea central  y que van desde la derrota confederada  en Gone with the Wind hasta los materiales de archivo de los acontecimientos de Charlottesville de 2017, pasando por The Birth of a Nation (Griffith, 1915) y el diferente  tratamiento de los personajes negros en el género del thriller o el Blaxplotaition de los años 70 en los que los afroamericanos se convierten en protagonistas y objetos de consumo al mismo tiempo. Por no hablar del enorme parecido físico entre el personaje de Patrice, la líder del movimiento universitario (Laura Harrier) con la activista Angela Davis y del relato que un viejo activista (Harry Belafonte) va a hacer ante los universitarios como ejemplo de conservación de la memoria histórica negra.

Unos referentes usados a veces de manera descontextualizada por Spike Lee pero que resultan ser efectivos: las audiencias comprenden fácilmente el mensaje de la película, y lo comprenden porque no necesitan procesar una información que se les da prácticamente digerida. Como también se les dará digerida toda la actualización a la «era Trump» ya que el segundo mensaje de la película no es otro que el hecho de que la inoculación secular del odio y la xenofobia conduce directamente a la aparición de regímenes totalitarios.

Sin embargo, y a pesar de la necesidad de películas como Infiltrado en el KKKlan y de la comprensible repercusión que ha tenido en los Estados Unidos, no podemos dejar de calificar la propuesta de Spike Lee como de «fácil y excesivamente simple» además de parcial. Y vamos a reflexionar sobre ello desde un punto de vista europeo y recuperando algunos términos que hemos utilizado a lo largo de este post. Aunque no creemos que lo pretenda —insistimos que estas apreciaciones implican un punto de vista europeo— Lee atribuirá al personaje central todos los clichés y estereotipos del afroamericano en el imaginario colectivo al tiempo que evitará construir un viaje interior del mismo, o lo que es lo mismo, construirá un personaje monolítico. Un planteamiento que lo diferenciará de producciones mucho más elaboradas y que desarrollan los mismos temas de forma más crítica como son, por solo poner algunos ejemplos, Detroit de Kathryn Bigelow (2017) o «The People vs O.J Simpson», primera entrega de la serie American Crime Story (2016). Y una construcción que contrastará con el más que interesante y poco desarrollado personaje del judío Flip Zimmerman, otra «etnia» perseguida por el KKK, quien se replanteará su identidad gracias a su trabajo como infiltrado en la organización. En definitiva, una propuesta en la que parece solamente existir una minoría.

Ritual de la organización presidido por David Duke (Topher Grace)

Y por este motivo nos referíamos al principio de nuestro post a los afroamericanos como una de las minorías mayoritarias y por eso también insistimos en el punto de vista europeo porque la película de Lee nos ofrece, como no podría ser de otro modo, su rechazo al «America first» de Trump desde su perspectiva identitaria. Un planteamiento que resulta, desde nuestro punto de vista extraordinariamente reduccionista provocando una retahíla de preguntas algunas no planteadas en el film, algunas simplemente como ejercicio de relación con la contemporaneidad política y social:  ¿por qué una temática que podría perfectamente ser global tiene un desarrollo tan parcial y sesgado?, ¿solo los afroamericanos son «la» minoría sistemáticamente perseguida en los Estados Unidos? ¿la evidente supremacía blanca dirige solamente su foco de ataque a la minoría negra o implica a otras alteridades —en el sentido más negativo del término— que ni siquiera son contempladas en la película? ¿no hay una auténtica cruzada de los supremacistas blancos y el poder político contra los hispanos o contra los migrantes en general? ¿acaso las iras de los supremacistas-hombres-blancos no alcanza también a los colectivos LGTB? ¿o a los judíos y musulmanes? ¿o a las mujeres, la gran minoría mayoritaria, como compendio de los ataques a la dignidad del resto de «alteridades»? ¿acaso solo es importante la violencia física o resulta más retorcida la extrema violencia simbólica ejercida sobre colectivos no necesariamente afroamericanos? ¿acaso solo se está produciendo la aparición de regímenes xenófobos, reaccionarios o populistas en los Estados Unidos? ¿no vemos constantes muestras de ello en Europa a las que podemos poner nombres, apellidos y siglas?… y así sucesivamente.

Patrice y Ron en una imagen del más puro estilo Blaxploitation

Por todo ello, Inflitrado en el KKKlan decepciona un poco a un público no necesariamente estadounidense que establece relaciones con las preocupantes noticias que se están generando diariamente y a las que, a veces, son ajenos los habitantes de este país. Un cierto egocentrismo equiparable al concepto de Hamburguer Syndrome acuñado por Sardar y Wyn Davis por el que los Estados Unidos son el narrador del mundo. Aún con todas estas consideraciones que son personales, el gran mérito de Spike Lee es poner en evidencia la existencia de un país dividido y con cosmovisiones absolutamente divergentes tal como han demostrado los recientes resultados de las elecciones a la cámara de representantes de los Estados Unidos. Así, con todos los reparos que podamos poner a la manera de desarrollar los argumentos y a la parcialidad de los mensajes, es innegable que la propuesta de Spike Lee es una muestra genuina de que el cine es y debe seguir siendo un espejo crítico de la realidad más inmediata.

 

 

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