El bebé jefazo: apología de la imaginación… y de la familia
Esta película estadounidense de animación por ordenador (aunque recuerda a las de los años 60), producida por DreamWorks y dirigida por Tom McGrath (el mismo de Madagascar) atrae al público infantil pero con ciertos guiños también a los padres que le llevamos a verla, también seducidos por el título. Éste, a los padres nos recuerda a la cierta tiranía que ejercen los bebés sobre nosotros en sus primeros meses de vida (con suerte sólo entonces), por lo que vamos a las salas de cine con la esperanza de que en ellas disfrutemos de ciertos momentos de catarsis compartida con los demás mayores que acompañan a sus peques. Así se desprende de las carcajadas que coinciden con momentos como cuando los padres aparecen al final del día desplomados en el sofá con un aspecto tan cansado que parecen haber caído desde un séptimo piso por lo menos.
Este «doble juego» está presente a lo largo de toda la película (inspirada en el libro The Boss Baby de Marla Frazee, 2010), cuyo guión, de Michael McCullers, puede interpretarse literalmente o leerse entre líneas, funcionando así bien para públicos de diversas edades, como viene ocurriendo últimamente con muchas películas infantiles (cosa que siempre agradecemos los padres). Así, pues, como Tim, el hermano mayor (de 7 años) de este bebé, que funciona de narrador, se presenta desde el principio como poseedor de una potentísima imaginación desde su más tierna infancia, no podemos tomar al pie de la letra nada de lo que recuerda de la llegada de su hermanito. Éste llegó a su casa, no en el pico de la típica cigüeña, sino en taxi, vestido con traje de chaqueta, reloj de pulsera y dotado de todo un vozarrón (es doblado acertadamente por José Coronado), es decir, como el auténtico jefazo que el título anticipa. Ello ocurre tras una selección en la empresa celestial Baby Corp, en la que los bebés más típicos (tiernos, sensibles…) se clasificaban para ir a una familia, y los demás para ser jefes. Ralph Waldo Emerson decía que la auténtica realidad era mejor percibida por los ojos de los niños, aún no contaminados por convenciones, normas, rutinas, o estereotipos. Pues bien, esta parece ser una de las visiones que ofrece la película cuando nadie más que el hermano mayor se da cuenta de que el nuevo habitante de la casa está en realidad conspirando con otros bebés (a su cargo) para llevar a cabo su plan: que las familias no estén tan ilusionadas con adquirir mascotas como con tener hijos. El bebé es enviado precisamente a este hogar porque justo esos padres son trabajadores de una empresa de mascotas, Puppy Co. En el transcurso de los hechos, el hermano mayor pasa por varias fases. En la primera, se muestra como el mayor enemigo del «jefazo» al «descubrir» su verdadera identidad y no conseguir que sus padres le crean, ya que achacan su actitud a los celos que suele provocar la llegada de un hermanito; otra en la que considera que la mejor manera de librarse de su hermanito es ayudarle a cumplir su misión para que así se vaya al lugar de donde vino; y una tercera en la que, después de pasar tanto tiempo con él luchando por un mismo objetivo, se da cuenta de que le echa de menos.
Todas estas etapas están «aliñadas» con grandes dosis de fantasía (con varitas mágicas que provocan el olvido o máquinas clonadoras de mascotas) que se llega a desbordar en los momentos de acción (enfatizados por la música de Hans Zimmer y Steve Mazzaro), y toques de humor, en los que no faltan ni los infalibles pedos de bebés ni la presencia de una legión de imitadores de Elvis Presley.
Concluyendo, podría decirse que el final de la película viene a decir que merece la pena tener un hermanito, que, aunque parece apoderarse de la familia en cuanto llega (ya sea literalmente o metafóricamente), los vínculos amorosos que se generan compensan todo lo demás. Si se me permite opinar: estoy de acuerdo (a pesar de que acabo muchas noches tan exhausta como los padres de Tim y el jefazo).