Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«El cuento de la criada» recrudece todavía más su discurso

En 2017 se estrenaba la adaptación televisiva de la novela distópica El cuento de la criada (1985), de la autora Margaret Atwood. En su primera temporada la serie cosechó un gran reconocimiento de crítica y público, pero el reto al que se enfrentaban sus creadores en esta segunda era tal vez mayor. Habiendo consumido gran parte del argumento de la obra literaria, debían confiar en su intuición al tiempo que establecían un canal de comunicación fluido con la escritora canadiense. Quizás esto haya influido en la tendencia hacia una mayor oscuridad que se detecta en la producción, que en cualquier caso sigue abordando temas incómodos y necesarios a partes iguales.

La República de Gilead ha ido convirtiéndose paulatinamente en un lugar más opresivo si cabe a medida que los acontecimientos se han ido desencadenando. Las tinieblas se van desatando sin que nadie haga ya ademán de revestirlas de algo distinto. En un régimen que tiene por pilar fundamental el sometimiento total y absoluto de la mujer disfrazado de falsa moral cristiana, los hombres son cada vez más violentos y se saben también más impunes. El Comandante Fred Waterford (Joseph Fiennes) pasa de ser una presencia perturbadora, una promesa de agresión, a mostrar de facto su verdadera identidad; la del violador (esto ya lo sabíamos), la del maltratador, la del mutilador.

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La relación entre June y Serena pasa por distintas fases a lo largo de los trece episodios de los que consta esta temporada.

Incluso la mujer colaboracionista, la que ha escrito libros y pronunciado mítines en favor de los preceptos defendidos por la pretendida república de Gilead se ve utilizada, menospreciada, vejada. Serena Joy (Yvonne Strahovski) es uno de los personajes que sin duda salen más reforzados. Si bien es cierto que este es un cuento de mujeres convertidas en instrumentos de distinta índole, todas ellas destinadas a sustentar al patriarcado, no olvidemos que no todas ellas ocupan el mismo lugar en el sistema de castas de Gilead. Serena pertenece al subgrupo de las Esposas, y por ello podría ser considerada una privilegiada según los estándares del régimen, pero debe descubrir a la fuerza que la realidad es bien distinta. Al fin y al cabo, ella es también una mujer.

Uno de los grandes aciertos de esta temporada tiene que ver con la descentralización. Aunque June (Elisabeth Moss) sigue siendo la protagonista absoluta, sus batallas personales y muestras de rebeldía sistemáticamente mitigadas llegan a resultar algo repetitivas, ralentizando el ritmo de la serie. Los acontecimientos más relevantes que le afectan son los continuados intentos de Fred de ganarse su favor y chantajearla emocionalmente (con su hija Hannah de por medio) o las complicaciones del parto. Pero es quizás en la plasmación de la lucha de otras mujeres de Gilead donde esta temporada puntúa muy alto, y de entre todas las batallas que se libran es la de Serena la que mayor profundidad adquiere. Siempre fiel al régimen, sus cimientos morales se tambalean ante la aparente imposibilidad de negociar un futuro mejor para las hijas de Gilead. Su convicción respecto al proyecto político que ha contribuido a construir adolece de un desgaste paulatino que la conduce a acercarse por etapas a otras mujeres, June entre ellas.

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Los castigos de Gilead pretenden ser ejemplarizantes.

El cuento de la criada es una distopia. Por tanto, se trata de una obra que contiene un componente de acción, pero en la que las ideas se imponen. Serena es consciente de que un futuro en el que el acceso al conocimiento esté vetado a las nuevas generaciones de mujeres supondría la desintegración efectiva de sus remotas opciones de acceder a puestos de relevancia en sociedad. Esto no es nada nuevo; Ray Bradbury ya nos enseñaba en Fahrenheit 451 (1953) que sin acceso al conocimiento lo único que nos aguarda es la entrega total al poder. El intento de evitar tal destino para su hija se convierte en la lucha de Serena y en la de un nutrido frente de Esposas, una aspiración que los Comandantes consideran osada e ilegítima. En definitiva, esta es una transgresión de los códigos de Gilead que no puede pasar sin castigo.

Las mujeres de otros escalafones también se movilizan. La perpetración de un ataque terrorista por parte de las Criadas o la colaboración de un gran número de Marthas (adultas infértiles que ejercen de amas de casa) en el plan secreto que conduce al desenlace de la temporada son ejemplos de que el movimiento es real y se produce en varios frentes de manera simultánea. Sin embargo, los Comandantes responden con sus armas; la tortura, la mutilación, el ajusticiamiento. No habrá paz para las mujeres, parece ser la consigna.

Buena cuenta de ello dan las Colonias, donde se hacina a las “No-Mujeres” (lesbianas, no casadas, infértiles, rebeldes), subgrupo al que pertenece Emily (Alexis Bledel). Se trata de auténticos campos de concentración en los que se trabaja aguardando tan solo la muerte. Y la muestra más representativa y descarnada de este sometimiento la encontramos en Eden, una chica de quince años, hija adoctrinada de Gilead y obligada a casarse con un poco interesado Nick (Max Minghella). El amor de una niña también es objeto de castigo en una Gilead gobernada con puño de hierro.

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Emily trabaja en las Colonias; auténticos campos de concentración para las «No-Mujeres», aquellas que no son útiles a los fines del estado.

Otros aspectos a mencionar son la incesante lucha de Luke (O. T. Fagbenle) y Moira (Samira Wiley) desde Canadá, el aparente reblandecimiento de la Tía Lydia (interpretada por la siempre brillante Ann Down), la incorporación del enigmático Comandante Lawrence (Bradley Whitford), quien acoge a Emily en su hogar con intenciones que se mantienen ocultas hasta el final, o, como no, el nacimiento de la pequeña Holly Osborne. Incluso en el infierno cabe un rayo de esperanza.

Pero uno de los aspectos más destacables de esta segunda temporada de El cuento de la criada es que el énfasis recaiga sobre la sororidad entre mujeres pertenecientes a distintos estamentos. Esposas, Criadas, Tías, Marthas, «No-Mujeres», Prostitutas de los Jezebels…se intuye un de momento tímido sentimiento de unidad de género que quizás vaya más allá en la siguiente entrega. Desde luego parece imposible que puedan deshacerse del yugo impuesto por el régimen opresor mientras algunas se mantengan pasivas y otras ofrezcan su apoyo incondicional a aquellos que las someten. Es más que probable que el futuro esté en manos de mujeres como Serena Joy. En cualquier caso, será interesante ver cómo evolucionan los personajes de una producción que plasma en clave de ficción hechos que parecen increíbles, pero que son más reales de lo que nos gustaría tener que reconocer. Recordemos que la distopia se nutre de la hipérbole, quizás el único mecanismo capaz de abrirnos los ojos a aquello que está podrido en sociedad, y eso es sobre lo que versa El cuento de la criada.

 

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