“El joven Sheldon”: Episodio 8, temporada 3
Parte del título del octavo episodio de esta tercera temporada se presta fácilmente a la broma, sobre todo en español, al llamarse: “The Sin of Greed and a Chimichanga from Chi-Chi’s”. Pero para Mary, lo que está ocurriendo en él a su familia no tiene nada de gracioso, sino todo lo contrario. La pobre Mary, que siempre se preocupa tanto por cada uno de sus miembros, no ve con buenos ojos la avaricia que se está apoderando de ellos, devolviendo al mal lugar en que suelen encontrarse en la serie los Georges.
Empezando por el menor, Georgie, vemos cómo tras visitar la tienda del nuevo pretendiente de su abuela, y comprobar las buenas dotes de ventas de éste, el joven queda, no solo encandilado sino contratado. Pero, dada su inexperiencia y poca cabeza, este usa el dinero que recibe de su salario de un modo desordenado y caprichoso. Por ejemplo, cuando no le gusta el menú de su casa, dice que se va a comer fuera, por ejemplo chimichanga de Chi-Chi’s, plan que seduce a los demás miembros de la familia, menos a la ojiplática Mary.
Paralelamente, a George, que es citado de nuevo por el Dr. Sturgis, le ofrecen un tentador puesto de entrenador en la Universidad donde el profesor imparte clases. Esta oferta no es desinteresada, sino que pide a cambio, que Sheldon sea uno de sus alumnos a tiempo completo, dados sus excelentes resultados en un test (que enervan al resto de sus compañeros universitarios, que, por evaluación comparativa, bajan sus notas). No es la primera vez que los padres del genio se ven en la tesitura de enviar a su hijito a la universidad a una edad tan temprana, pero en esta ocasión, la tentación es mayor, al menos para George senior, ya que los beneficios económicos son una nueva variable a considerar. Lo que tampoco esperaba el entrenador es que el propio proceso de decisión pudiera ya serle tan rentable. Y es que, mientras se deciden o no, Petersen, el director del colegio, no sólo le ofrece un aumento de sueldo, sino que hace todo lo posible para retenerle en su plantilla y pide a todo su personal (Ms. Macelroy, Ms. Ingrams y Mr. Givens) que haga lo mismo con él y con Sheldon (a quien incluso le dan la llave del servicio de los profesores). De nuevo, la “pieza codiciada” no es él, sino su hijo, ya que, como le explica el director, no es que les agrade tenerlo como alumno, sino que las notas de Sheldon son tan espectaculares que elevan la media del colegio entero, de la que, a su vez, dependen las ayudas económicas del mismo.
Mary siente que la situación se le va de las manos cuando George llega con un silbato de oro colgado y encuentra en el cuarto de Georgie una cinta de Black Sabath. Así que, aprovechando la ausencia de todos ellos, transforma su casa en el hogar digno que ella cree que debe procurar. Así, por ejemplo, cambia la mencionada cinta de Georgie por otra de Jesucristo Superstar. Pero lo que realmente consigue es la huida de todos a casa de la abuela, quien reacciona yendo a hablar seriamente con su angustiada hija. Ello da lugar a uno de los pocos momentos entrañables de la serie -que suele ir encaminada primordialmente a la risa, como comedia que es- cuando Connie le explica que, quizá lo que le está pasando es que le cuesta ver cómo sus hijos se hacen mayores. Suaviza su pena -como no podía ser de otro modo- con un toque de humor, diciéndole que siempre hay modos de paliar ese dolor, como hizo ella: yéndose a vivir a la casa de enfrente cuando éstos se marchan.
Como suele ocurrir, el episodio acaba bien, y nos deja un buen regusto, también facilitado por algunas de las canciones seleccionadas y cuya relación con el contenido del episodio es evidente. Se trata de grandes éxitos del pasado como “Money”, de Barrett Strong o “It’s a Sin”, de Pet Shop Boys. Además, Sheldon permanecerá en su instituto, pues solo diez años era demasiada poca edad para ir a la universidad (pero terminará yendo a los 11, como nos explica el Sheldon adulto con su voz en off). Y el sentido del humor prevalece de nuevo en la última secuencia breve en la que aparece el Pastor Jeff vuelve a hacernos reír ahora sucumbiendo a la tentación de comprarse un horno tostador que le llevaba rondando la cabeza desde hacía tiempo, como le confiesa a Mary. Lo dicho: al final, todos contentos. ¡Viva la vida alegre y sin complicaciones!