Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

El particular imperio romano de «Justo antes de Cristo» (Movistar+, 2019)

En 2017, Movistar+ inició la emisión de series propias. Con la intención de contentar los gustos de las audiencias bajo demanda y/o de crear necesidades nuevas entre el público, la compañía se puso como meta aumentar la producción ficcional, tanto en televisión como en cine. Y de manera especial, que en 2019 el número de sus series llegara a las 15. Una previsión que ha ido cumpliendo sistemáticamente —cosa que es de agradecer y alabar— con un valor añadido: el riesgo de plantear géneros no demasiado desarrollados en la ficción nacional que compiten con producciones más o menos similares de otras nacionalidades, especialmente estadounidenses. Así, Movistar+ nos ha ofrecido desde 2017 o están pendientes de emisión series históricas, series distópicas, thrillers familiares o conspiranoicos, series propuestas por youtubers famosos o  reconstrucciones del glamour (o falta de él) de épocas pasadas en títulos como La Peste, La zona, Arde Madrid, Gigantes, Virtual Hero, El embarcadero, Skam España o Déjate llevar. En esta lista de géneros faltaba uno: el peplum o «una de romanos». Una historia que Pepón Montero y Juan Maidagán situarán «justo antes de Cristo» y que está formada por 12 episodios distribuidos en dos temporadas de la que solo se ha emitido la primera, estrenada el 5 de abril.

Así, en el año 31 justo antes de Cristo, el espectador conocerá a Manio Sempronio Galba (Julián López) que lleva atrasando su suicidio  impuesto por Roma tras su participación en una conspiración del grupo de los nueve y que sus ocho compañeros han cumplido escrupulosamente. Obligado a elegir entre el exilio o la vida militar, decide servir en el ejército siendo enviado a la, hasta el momento, pacífica Tracia junto a su criado Agorastocles (Xosé Touriñán). Sin embargo, su llegada al campamento romano provocará el caos en la zona y entre sus propios compañeros. Esta premisa inicial, ya de por sí atractiva para el espectador, servirá para plantear a sus creadores un entramado argumental en el que los personajes más prototípicos del Imperio Romano según el imaginario cinematográfico de las audiencias van a ser subvertidos y deformados. Y no podía ser de otra manera si tenemos en cuenta los precedentes de sus creadores: Camera Café (Telecinco, 2005-2009) y Los del túnel (2017).

Manio Sempronio Galba y su criado Agorastocles

Y es que ya desde los primeros momentos el espectador se situará ante un personaje, el de Manio Sempronio Galba, absolutamente alejado de los cánones del héroe: atrasa cuanto puede su suicidio y no se adapta a la vida del campamento donde ha perdido sus privilegios y donde, literalmente, no pega ni golpe. Su actitud va a contrastar, de cara a sus compañeros, con la fama que le precede que no es otra que la de ser hijo del general apodado «El Magnífico», un lastre que le llevará a intentar ganar el aprecio del campamento. De este modo, Manio Sempronio es por definición o por destino un looser y así se mostrará en todos los episodios de la temporada. Y nos referíamos a la predestinación porque los argumentos y la relación entre los personajes de las distintas entregas se crearán a partir de dos elementos esenciales: los equívocos formulados o realizados por el propio protagonista de tal manera que una cosa es lo que él cree ver o hace y otra muy distinta lo que realmente sucede, y los gags cómicos que estos equívocos producen. Unos gags y unos equívocos que, a pesar de ser absolutamente previsibles, funcionan a la perfección en la serie dotándola de una ironía inteligente al tiempo que mostrará una planificación dramática extremadamente sutil.

En este sentido, debemos referirnos a la construcción de los personajes que acompañan de una manera u otra a Manio Sempronio. El primero de ellos es su criado Agorastocles, un tracio que le ha servido desde niño y que es perfectamente consciente de las carencias de su señor; unas carencias que sabe que jamás superará. La relación entre ambos personajes será de extrema complicidad y casi de proceso educativo en el que Agorastocles actuará como mentor de Manio sin excesivo éxito —al menos en esta temporada— pero que traslucirá la necesaria presencia  conjunta en el argumento de la serie. Como si de Don Quijote y Sancho se tratara, uno significará la fantasía como ya hemos señalado, y el otro el aterrizaje en la realidad más rutinaria del campamento además de la sabiduría innata y rural . Un símil quijotesco que puede que no sea tan descabellado al incorporarse en la temporada estrategias narrativas interpoladas para la construcción argumental y de los personajes aunque su finalidad última sea siempre la creación de la comicidad.

Los dirigentes del campamento dirigido por Cneo Valerio

Si los dos personajes protagonistas forman una extraña pareja, no será menos extraña la «fauna» que habita el campamento de la Tracia dirigido por Cneo Valerio (César Sarachu), configurado como un general obligado a serlo por su hija y sin iniciativas que son atribuidas a una desidia personal —en realidad, puro aburrimiento— pero que en realidad esconden un cierto comportamiento antibelicista y un deseo de dedicarse a disfrutar de la vida; no en vano, Valerio es casi un hippie avant la lettre partidario del amor libre y de sus placeres. Una actitud personal que tendrá su contraposición en sus generales: desde el diplomático y en cierto modo «chaquetero»  que se sumará a las decisiones que considere más beneficiosas para su supervivencia o a las personas que lleven la batuta en cada uno de los momentos argumentales; hasta el belicoso  Gabinio (Manolo Solo) cuya agresividad esconde una carencia afectiva importante. La misma que se traslucirá en el inepto Antonino (Eduardo Antuña) quien estará siempre a la sombra de su hermano, el general Cornelio Pisón (Fernando Cayo). Una configuración, pues, de personajes alejados de los cánones heroicos del peplum y que se consigue en seis episodios de tan solo veinticinco minutos de duración, y, es más, dedicando episodios concretos a cada uno de ellos o acciones/diálogos de menos de un minuto. Todo un mérito. Pero este tapiz no estaría completo sin la presencia de los personajes femeninos.

Valeria (Cecilia Freire) con su hija Ática (Priscilla Delgado)

Las mujeres van a tener una importancia capital en Justo antes de Cristo. De nuevo, los cánones del género van a esbozarse al presentarnos a Valeria (Cecilia Freire), hija de Cneo Valerio, que acompaña a su hija Ática (Priscilla Delgado) comprometida con un buen partido, a quien la joven no ama. De nuevo el azar, en esta ocasión con una interferencia política, llevará a Valeria al campamento de su padre en el que actuará como auténtica conspiradora nata que no tiene ningún reparo en eliminar a sus adversarios, sean reales o no lo sean. Así, Valeria será una auténtica femme fatale —que no es exactamente la arpía canónica de los peplumy, como buen animal político que es, tendrá unas maneras y un comportamiento absolutamente domésticos a la par que pragmáticos. Esta configuración satírica servirá para empatizar terriblemente con este personaje como también con su cohorte formada por su hija, que no es tan tonta como quiere darse a entender, su criada Domicia (Marta Fernández Muro) cansada de destripar pollos porque su ama quiere saber cuáles son los augurios casi en tiempo real y de acuerdo con unos acontecimientos vertiginosos; y finalmente el más que fiel eunuco Corbulón (Aníbal Gómez) que, juntamente con Domicia, será el comic relief de la serie tal como mandan los cánones de la comedia.

Pero la serie es mucho más que una comedia. La serie, tal como comentan sus creadores, es «una comedia de romanos sobre los clásicos estreses de la vida moderna de justo antes de Cristo» pero, contrariamente a lo que Pepón Montero y Juan Maidagán explican, sí que podemos realizar algunas extrapolaciones al mundo moderno. Así, la búsqueda identitaria de algunos personajes absorbidos por la popularidad de otras personas cercanas —e incluso desconocidas— no nos cae tan lejos. Como tampoco lo hace las acciones de movilización de masas por alguien que siempre se queda en la retaguardia o los devaneos de las personas en el poder que se acoplan siempre al sol que más calienta,  la dificultad de conciliación entre la vida doméstica y la pública de las mujeres, los problemas generacionales entre padres e hijos o la decisión de recluir a nuestros mayores por una aparente demencia senil.

El tribuno Cornelio Pisón en el último episodio de la temporada

Justamente esta actualización, combinada con una ironía sutil y unas situaciones auténticamente bizarras crearán una atmósfera  y un tono comprensibles para las audiencias además de tener una fuerte dosis de  nostalgia ya que muchas imágenes nos trasladarán a los cómics por el irreductible galo Astérix, a su traslación cinematográfica de Claude Zidi (Astérix y Obélix contra el César, 1999) y a las películas de los Monty Phyton Terry Gilliam y Terry Jones (Los caballeros de la mesa cuadrada, 1975, y La vida de Brian, 1980). Una mezcla sabiamente cocinada, dosificada y perfectamente puesta en escena en su apartado de dirección de arte y bajo la dirección de Nacho Vigalondo y Borja Goenaga.  Por todo ello, Justo antes de Cristo es una auténtica delicia. Solo nos queda esperar ver los capítulos restantes donde seguiremos las andanzas de los personajes de una serie que es algo más que «una de romanos».

 

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