«El puente de los espías», la Guerra Fría de Steven Spielberg.
Durante la Guerra Fría, el abogado James Donovan (Tom Hanks) recibe un particular encargo del gobierno de los Estado Unidos: defender al espía ruso Rudolf Abel (Mark Rylance) de manera que éste tenga un juicio «justo» en el país de las libertades y la democracia. La fracasada operación de espionaje orquestada por el gobierno estadounidense en el que el soldado Gary Powers es hecho prisionero supondrá un nuevo reto para Donovan quien será designado para negociar con los soviéticos el canje de ambos prisioneros en territorio alemán.
Este es el argumento de la nueva película de Steven Spielberg que nos llega tres años después de su magníficamente bien realizada pero excesivamente larga de metraje Lincoln (2012). De nuevo la historia será el material esencial que, convenientemente tratado por los hermanos Ethan y Joel Coen, servirá a Spielberg para contarnos una historia que tiene poco que ver en su objetivo con el género del espionaje en el que la acción -y los consiguientes obstáculos para el héroe- constituye el elemento esencial que mantiene al espectador pegado a la pantalla sufriendo juntamente con el protagonistas los avatares de una historia habitualmente maniquea en la que los buenos suelen ser los estadounidenses y los malos, evidentemente, los soviéticos y sus aliados. El puente de los espías está, en este sentido, muy lejos de los clichés del género ofreciéndonos una historia protagonizada por un hombre corriente.
Si algo sabe hacer Spielberg -aparte de hacer dinero en la industria cinematográfica- es contar historias experimentando con todos los géneros y targets : desde los blockbusters de aventuras al estilo del Hollywood de los años treinta en la saga de Indiana Jones (1981-2008) hasta el cuento pseudo-cybernético de Inteligencia Artificial (2001) pasando por las historias alienígenas en E.T (1982) y Encuentros en la tercera fase (1977), las reivindicaciones raciales de El color púrpura (1985), el neobarroquismo de las manipulaciones genéticas de Parque Jurásico (1993) o su particular Moby Dick psicológicamente terrorífica en Tiburón (1975). Y si algo sabe hacer Spielberg con las historias es ofrecernos dobles lecturas de las mismas. Y es aquí donde debemos incluir prácticamente todas las producciones basadas o inspiradas en hechos reales.
Mientras la heroicidad del capitán Miller y su patrulla (Salvar al soldado Ryan, 1988) pondrá de manifiesto el horror de la guerra, el relato de los últimos meses de la vida de Lincoln en su lucha por la aprobación de la Decimotercera Enmienda de la Constitución estadounidense (2012) servirá para presentar no sólo las batallas parlamentarias sino especialmente la intolerancia y el rechazo al «otro», y, finalmente Munich (2005) reflexionará acerca de la creación de la violencia en la sociedad -especialmente desarrollada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001-, El puente de los espías hablará de los ideales llevados hasta el último extremo, de la justicia en el sentido más amplio del término y del valor del individuo frente a los malintencionados intereses políticos, sean de la época que sean.
Todo ello se ofrecerá en las dos partes en las que se divide el film. La primera, en los Estados Unidos, se centrará en la relación entre Rudolf Abel y James Donovan (curiosamente los distintos resúmenes argumentales de páginas especializadas no mencionan para nada el nombre del espía soviético mientras sí conocemos al desaparecido Gary Powers, muy mal!!!). En ella, el clima de creación de las políticas del miedo frente al invasor extranjero que provocará la destrucción de la civilización -estadounidense por su puesto como sinónimo del planeta- ya explorado por Spielberg en La Guerra de los Mundos (2005), los ataques a la familia de Donovan a la que acusan de traición y el más que previsible veredicto final sobre el destino del espía soviético va a contrastar estrepitosamente con el alto grado de complicidad y respeto entre Abel y Donovan, dos personas de países enfrentados que se encuentran y que son capaces de ponerse en la piel del otro.
La segunda parte tendrá lugar en Berlín, en el preciso momento de la construcción del muro que separará físicamente a sus habitantes y que será el reflejo de la división del mundo en dos grandes secciones controladas por las potencias políticas. Una ciudad en la que se debe producir un intercambio entre espías que parece no tener ningún problema a no ser por la detención de un joven estudiante norteamericano. De nuevo, el valor del individuo se pondrá de manifiesto frente a los más que discutibles intereses políticos que evidenciarán tanto los estadounidenses como los soviéticos que ignorarán a los espías liberados a los que considerarán simplemente objetos de intercambio.
La conclusión y la segunda lectura que nos ofrece El puente de los espías va más allá de una simple historia ubicada en la Guerra Fría y en la pugna por el control mundial de las dos grandes potencias del momento para convertirse en una reflexión atemporal que reivindica al individuo y los valores humanos frente a los muros físicos y mentales creados por la sociedad. Una idea reiterada en el film a través de imágenes precisas de mesas con dos interlocutores, alambradas, verjas en las ciudades, asientos de autobús, periódicos que ocultan miradas escrutiñadoras y, por último, el muro como gran símbolo e icono ideológico.
A pesar de que el guión elaborado por los Coen bien pudiera ser más crítico como es habitual en ellos, no podemos negar que El puente de los espías recupera al Steven Spielberg más reivindicativo y seguramente comprometido , al creador de obras maestras como La lista de Schindler (1993) y especialmente Munich (2005) cuyas líneas temáticas recuperará para ofrecernos, tal como hemos comentado al principio de este post, una historia muy bien contada con una estética impresionante y una dirección asombrosa. Y es que, como siempre digo después de ver una película del maestro Spielberg: «este hombre sabe mucho de cine».
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.