Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

El Tercer Reich cámara en mano

En marzo de 2013, las audiencias alemanas y austríacas veían en sus televisores la miniserie Unsere Mütter, unsere Väter (Nuestras madres, nuestros padres), desacertadamente traducida al español como Hijos del Tercer Reich. Debo reconocer que desconocía su existencia y también reconozco que he visto muy pocas producciones televisivas alemanas, quizá tan solo la mítica Berlin Alexanderplatz de 1980, dirigida por el dramaturgo y cineasta Rainer Werner Fassbinder. La asistencia a un congreso organizado por la Sociedad Española de Cultura Popular en el que uno de los ponentes se refería a ella como una de las muestras más destacadas de los audiovisuales alemanes contemporáneos despertó enormemente mi curiosidad; al cabo de unos meses , en noviembre de 2014,  TVE programaba su emisión, cosa que le agradecí enormemente ya que la serie dirigida por Philipp Kadelbach es realmente espectacular, pero también espeluznante.

En el Berlín de 1941 y en el momento en que las tropas alemanas del nacionalsocialismo inician el avance hacia el frente del Este, cinco amigos se reúnen como cada año para celebrar una fiesta en la que prometen reunirse de nuevo al año siguiente.  A pesar de que los cinco amigos tienen personalidades muy contrapuestas, todos ellos comparten el optimismo acerca del próximo final de la guerra   y la ilusión por un futuro mejor, mejor dicho,  por su futuro personal.

Los hermanos Wilhelm y Friedhelm Winter pertenecen a una familia alemana acomodada cuyo padre considera un honor el poder servir a la patria de tal modo que este concepto va a marcar las personalidades de sus vástagos: mientras Wilhelm va a ocupar un alto cargo en el ejército del Reich y va a conseguir condecoraciones por sus méritos bélicos, su hermano pequeño va a mostrarse absolutamente contrario a los ideales familiares. Enrolado en el ejército en el batallón dirigido por su hermano, Friedhelm va a ser satirizado y perseguido por sus compañeros que ven cómo su cobardía  -realmente su antibelicismo-  va a ponerles sistemáticamente en peligro. Charlotte, enamorada secretamente de Wilhelm, acaba de conseguir su título como enfermera y va a ser trasladada a un hospital de campaña en el que espera poder ayudar a los heridos de una contienda sobre la cual, en principio, no tiene ningún tipo de opinión formada. La ambiciosa Greta Müller, propietaria del bar en el que suelen reunirse los cinco amigos, ansía convertirse en una cantante famosa a toda costa; y, finalmente, el joven modisto judío Viktor Goldstein, prometido de Greta y perfectamente integrado en el grupo, va a vivir en un constante sobresalto por haberse endurecido considerablemente las acciones antisemitas y también por poder ser acusados de contaminación racial si son detenidos por la Gestapo.

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Es evidente que los personajes, descritos de este modo, encajan perfectamente en los estereotipos usados en los argumentos de cualquier película o producción televisiva que tenga como base argumental el momento histórico que ocupa la serie. No entraremos en estas páginas a evaluar los puntos de vista que se puedan ofrecer en cada una de ellas, pero sí pedimos al lector de este post que simplemente realice el ejercicio de unir los personajes que hemos descrito anteriormente con los personajes y argumentos que desarrollan películas como las que enumeramos a continuación, cuya cronología mezclamos conscientemente: El gran dictador (1940), Malditos bastardos (2009), El libro negro (2006), La caja de música (1989), La cinta blanca (2009), Cabaret (1972), La caída de los dioses (1969), Alemania año cero (1948), Operación Valkyria (2008), La vida es bella (1997), El pianista (2002), La zona gris (2001), Vencedores o vencidos (1961), Napola (2004), La lista de Schindler (1993), El diario de Anna Frank (1959) o Sin destino (2005), además de la serie de televisión Holocausto (1978).

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Los tres capítulos que forman esta miniserie  – Otro tiempo, Otra guerra, Otro país-  van a ser narrados por Wilhelm, al que quizá podríamos identificar con la voz de la historia, pero no de la Historia con mayúsculas a la que los productos audiovisuales han ido dando respuestas variadas que van desde propuestas absolutamente maniqueas (los buenos aliados vs los malos nazis) hasta la vigencia o pervivencia de los esquemas nazis en la actualidad pasando por reconstrucciones de los juicios posteriores o  momentos puntuales de la misma, normalmente asimilados a los intentos de asesinato del Führer. La historia que nos cuenta la miniserie es una historia personal, el viaje a través de un periodo de cinco años de estos amigos que verán transformados sus sueños y su identidad personal; ampliable a la identidad nacional. De ahí la importancia de la «alteridad» o de «alteración» que se aprecia en los títulos de los episodios y la desacertada traducción del título: los personajes no son hijos del Tercer Reich, sino los padres y madres de los alemanes cuya personalidad ha sido profundamente marcada por unos acontecimientos de la historia. Un posicionamiento idéntico que encontramos en películas como R.A.F (2008) y La vida de los otros (2006) solo por poner algunos ejemplos.

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A pesar de que el narrador es, en principio, Wilhelm, la miniserie introducirá a las audiencias en el seguimiento de cada uno de los personajes que la integran cuyas historias tendrán una perfecta gradación narrativa. Bueno, más que un seguimiento -término que implica una cierta asepsia- las audiencias acompañaremos a todos y cada uno de los personajes de tal manera que nos convertiremos en partícipes de sus acciones (bélicas) y sus emociones. Como también sucede en El hundimiento (2005) y el relato de las últimas horas de Adolf Hitler pero también de los habitantes de una Alemania llevada a la autodestrucción. De ahí que el título de nuestro post contenga el concepto de «cámara en mano». Porque más allá del uso de esta técnica de filmación en los momentos de acción frenética que llega a desubicar al espectador, una técnica que domina más que a la perfección la directora Kathryn Bigelow tanto estética como narrativamente hablando, y a la que nos han habituado las recientes producciones audiovisuales.

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Los espectadores viviremos con los protagonistas cada uno de sus cambios, muchas veces minúsculos y casi imperceptibles: la gradual animalización de Friedhelm por los acontecimientos que está viviendo y que lo convierten en un verdugo primero y un líder de las juventudes hitlerianas después; la decepción de Wilhelm quien, horrorizado por la ideología que defendía,  desertará del ejército para refugiarse en una cabaña donde será apresado y recluido en un campo de concentración; la reclusión y trágico final de Greta convertida en la amante de un poderoso general nazi que promueve su carrera artística y que ella utilizará para intentar salvar a su amante judío;  el deambular de un Viktor perseguido y convertido en apátrida durante la contienda y también al regresar a un Berlin devastado y políticamente absurdo; y, finalmente, el caos emocional  de Charlotte quien, desbordada por la dureza de la guerra y de las imágenes brutales que ve en el hospital, abraza involuntariamente los dogmas antisemitas comprendiendo finalmente que la guerra no tiene bandos sino víctimas.

Las opiniones vertidas sobre la serie ha sido muy diversas. Mientras la crítica internacional la ha elogiado sistemáticamente destacando su calidad técnica y el argumento desarrollado -dos hechos que la llevaron a la consecución en 2014 del International Emmy Award- , distintos sectores sociales e ideológicos de Alemania, Polonia y Austria acusaron a la serie de imprecisión histórica, la ocultación del papel de Alemania en el Holocausto y la banalización de la persecución de los judíos. Argumentos que son ya cansinos y hasta cierto punto ya tópicos. Hijos del Tercer Reich, o mejor, Nuestras madres, nuestros padres, no es un documento histórico, es una producción que reflexiona sobre la historia de unos personajes cuya vida se vio trastocada por una ideología que los llevó a un abismo emocional como personas y como país, «otro» país, que nos llevó a todos a otra percepción de la condición humana, de nuestra propia concepción como seres humanos.

 

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