Ficción televisiva y ‘marca España’
Parece que invertir en ficción española se ha convertido en una buena manera de invertir en ‘marca España’. Y no sólo eso, sino que también se ha convertido en la manera de unificar la memoria histórica del país, apelando a la idea del nacionalismo. Quizá de un modo nostálgico, pero efectivo.
Casi todas las cadenas españolas presumen de programar series de producción nacional en horarios de máxima audiencia. Títulos como Galerias Velvet y Los nuestros, programadas ambas por Antena 3, y B&B de boca en boca y Bajo Sospecha, emitidas por Telecinco, dan cuenta de lo ecléctico y variado de la producción española. No obstante, su programación estratégica por parte de las cadenas parece que persigue un objetivo común: que puedan hacerse un sitio en la tan revalorizada práctica de consumo de la ficción televisiva.
Por ello no es extraño que las televisiones, cada vez más, inviertan en su ficción española. Sobretodo tendiendo en cuenta que sus réditos se verán multiplicados en forma de espectadores y espectadoras afiliados a las corporaciones mediáticas de dichas cadenas que, más tarde, también formaran parte de la ‘casa’ gracias a sus inversiones en producciones cinematográficas. Este es el caso, por ejemplo, de la participación en producción de Telecinco en Ocho apellidos vascos (Emílio Martínez-Lazaro, 2014) y de la inversión realizada por Atresmedia Cine en Perdiendo en Norte (Nacho G.Velilla, 2015), films que gozan de gran éxito en pantalla y que parece que de algún modo han socorrido, o van camino de socorrer, las deficientes cuentas de la producción cinematográfica española.
Lo interesante es que en esta inversión en ficción televisiva española podemos observar un cambio de tendencias. Por un lado, parece que el factor humor cada vez se ve más desplazado. Lo que hoy reina en las plantillas televisivas se aleja de ese tono un tanto bizarro propio de producciones como Aquí no hay quien viva (Antena 3 2003-2006) o Aída (Telecinco 2005-2014), que pretendiendo una autocrítica a la identidad española más ‘castiza’ o ‘suburbana’ brillaban por ausencia de sofisticación en sus tramas y puestas en escena. Por el contrario, parece que la complejidad escénica y la complejidad narrativa se hayan convertido en ingredientes hoy indispensables para autorizar la presencia de la ficción televisiva en nuestras pantallas.
Por otro lado, este cambio de tendencia en el tono estético y narrativo, ha supuesto una nueva manera de proponer y representar una revisión de la identidad cultural española. Parece que se huye de un ejercicio autocrítico paródico y gritón, para centrarse en una revisión de la propia Historia. Historia con mayúsculas, puesto que lo que se revisa y actualiza no es otra cosa que la memoria histórica.
Es quizá RTVE, quien más empeño pone en este cometido. Ya desde el estreno de Cuéntame cómo pasó en 2001, y que cuenta con 16 temporadas, otras ficciones como Isabel o la casi recién estrenada El Ministerio del Tiempo, han recogido el testigo y recrean situaciones históricas referenciales en la memoria española.
En la mítica Cuéntame cómo pasó (2001-2015), se refuerza la institución de la familia a lo largo de los tiempos, capaz de superar cualquier adversidad o complicación coyuntural del momento histórico, erigiendo a dicha institución como la más auténtica, fiable y verdadera para testimoniar qué ha sido España.
Isabel (2012-2014), retransmitida en tres temporadas, revisó la unificación del reino de España. Centrada en la figura de la primera reina de la nación, al menos en su primera temporada, se desplegaron distintos guiños feministas que apelaron al empoderamiento de las mujeres. Si bien dichos guiños se ejecutaron de un modo un tanto descontextualizados –recordemos que la reina no era feminista-, de algún modo la ficción sí pretendió conectar con el cambio social que las mujeres hemos protagonizado en nuestra sociedad, y así actualizar una revisión de la memoria histórica de España que tradicionalmente ha dejado la sensibilidad y la participación femenina a un lado.
El ministerio del tiempo (2015- ), por su parte, supone otra suerte de actualización y revisión histórica que a modo de ciencia ficción resuelve y actualiza distintos conflictos de nuestra historia. Para ello cuenta con un equipo protagonista diseñado de un modo estratégico: Julián Martínez, joven escéptico del siglo XX que de algún modo personifica el desencanto contemporáneo; Alonso Entrerríos, soldado del siglo XVI que simboliza el valor y la idea de la unidad de España; y Aída Folch, del S. XIX, que encarna la modernidad española puesto que fabula a las primeras mujeres que accedieron a la universidad sorteando los prejuicios sociales.
Bajo estas propuestas mediáticas se establece y legitima un nuevo imaginario cultural que comercializa, a la vez que promociona, la ‘marca España’. Bajo la ilusión de representar distintos episodios y momentos clave de la historia de España, y al hacer referencia a la diversidad cultural y de sensibilidad social que los han protagonizado y descrito, la estrategia de producción común subyacente en todas estas ficciones es la revisión a la idea de nación y unidad. Escritas con un tono algo nostálgico, trazan y armonizan una suerte de ‘nueva’ memoria histórica, y articulan una ‘nueva’ memoria social mediática a partir de la que idealizar y legitimar la idea de España. No en vano, dichas producciones se legitiman en un momento de crisis y cambio social que proponen una nueva aproximación a la identidad cultural española.
Pues no nos olvidemos que los procesos de producción de los textos mediáticos, hoy gran plataforma de promoción social, actúan como escritores y mediadores de historia.