Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«The Last Day on Earth»: De rodillas ante Negan (FINAL DE TEMPORADA)

Por fin está aquí el último capítulo de The Walking Dead, el colofón al periplo de emociones que ha sido la sexta temporada, una de las mejores desde ya. Para analizar lo que ha supuesto la llegada de Negan a la comunidad de Alexandria está Jesús Diamantino, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago de Chile. Junto a él un servidor. Quedan todos avisados sobre las revelaciones que aquí haremos, aunque como suele ser habitual en RIRCA, este no es nuestro objetivo, sino analizar y reflexionar sobre la estética, la narrativa y los esquemas empleados en el panorama televisivo actual. Saltarán las chispas.

De algún modo The Walking Dead ha sabido beber de varios subgéneros, pero, todavía con más fuerza que del terror lo ha hecho del cine apocalíptico, donde todo vale para poder salvar la vida. Rick, Michonne, Daryl y Carol han sabido convertirse al mismo tiempo en héroes-antihéroes, gente de cuidado, atormentada, valiente, en la línea de los clásicos personajes romerianos. A estas alturas y después de seis temporadas The Walking Dead es eso y mucho más, ya que como hiciera Romero, la serie de Robert Kirkman también se interesa por la situación del mundo actual jugando a esa parábola en la que los vivos son peores que los muertos. Si el cineasta enfatizaba la lucha de clases en sus protagonsitas, la ficción televisiva explora los rincones más oscuros del alma y las dificultades de la vida en comunidad, la lucha por la supremacía territorial, la fragilidad de la democracia y el peligro que conlleva la cesión del poder.

Alexandría v Los Salvadores

Los Salvadores bien podrían ser la otra cara de Alexandría, un grupo bien organizado que hace lo que sea con tal de sobrevivir, ni más ni menos. A ellos les ha tocado ser los malos en esta historia, pero lo cierto es que el bando de Rick también habría podido serlo. Los Salvadores son presentados a cuentagotas, sin hacer demasiado hincapié en la identidad de sus miembros, con excepción de la omnipresencia de Negan. Por el contrario, sus integrantes son caracterizados como individuos fríos, casi carentes de emociones, y que basan sus relaciones a través del orden,  la conveniencia, el temor y el rigor militar. ¿No fue así como entraban Rick y los suyos por primera vez a Alexandría? Es cierto que Los Salvadores son los villanos de turno, tampoco hay que engañarse, pero no está de más reflexionar sobre ellos a través del prisma por el que Rick Grimes claramente también puede ver su reflejo. «The Same Boat»,  el decimotercer capítulo,  ya nos adelantaba la posibilidad de que quizá los buenos no sean los protagonistas de la serie. El antihéroe, la doble moral, la capacidad destructiva del hombre son solo algunos de los puntos obligatorios que se tratan en las ficciones zombis y que The Walking Dead sabe escarbar mejor que ningún otro producto.

the walking dead rick temporada 6 negan
Rick, atónito frente a Negan

Por otra parte, la vulnerabilidad de Alexandria ya había quedado patente en los tres primeros episodios de la temporada. Aunque suene duro afirmarlo, el torrente de fatalidades de los habitantes del condominio está supeditado a las malas decisiones que toma Rick para salvaguardar al grupo. Si bien su liderazgo ya había sido legitimado desde el comienzo de la sexta entrega, sus acciones erráticas contribuyeron a configurar la tragedia del último episodio, la cual, por supuesto, se enmarca en la seguidilla de infortunios que de una u otra forma obstaculizaron su empresa.

La gran desventaja que caracterizó siempre a los habitantes de Alexandria fue el absoluto desconocimiento frente al peligro que habitaba allá afuera: la otredad y el horror que implica no solo la horda zombi, sino también el dominio de la crueldad y el quebranto ético que supone el apocalipsis. En otras palabras, la seguidilla de adversidades y muertes puede entenderse como un castigo ante la incapacidad de adoptarse al nuevo mundo y de abandonar las estructuras morales que ya no tienen cabida en el nuevo contexto de la humanidad. En este sentido, los escritores profundizaron en el terrible desenmascaramiento del horror más que en el ocultamiento del monstruo, el cual emerge como una simbiosis entre el muerto viviente y la descarnada visión del sujeto en pos de su supervivencia.

La llegada de Negan

La aparición del gran villano en el número 100 del cómic toma por sorpresa al lector, un zarpazo en toda regla que rompe la lentitud y pausa con la que se han ido construyendo las llegadas de los malos en las viñetas. El guion de Robert Kirkman era rompedor, sin compasiones ni florituras, un mordisco de zombi en la yugular, como Negan. La serie opta por otro camino más seguro y aprovechable prolongando hasta lo indecible el primer fotograma del personaje interpretado por Jeffrey Dean Morgan. Para el actor esto no resulta nada nuevo ya que también dio vida a otro personaje dado a la crueldad y al sadismo como El comediante de Watchmen. Las pistas para la aparición de Negan se han ido colocando desde hace muchos capítulos: cráneos marcados, zombis incinerados, Los Salvadores, Dwight y su rostro desfigurado, además de la aparente personificación de Negan como personaje colectivo, un sello identitario para todos aquellos que accedieron a su dominio.

El tráiler del útlimo episodio lo presenta como un hombre de espaldas, vestido con una chaqueta de cuero y un bate de béisbol envuelto con un alambre de púas, un bate llamado Lucille. Sí, el bate tiene nombre y los que leyeron aquel número 100 saben lo que ocurrió. Puede que el cómic y la serie de televisión tengan sus diferencias, pero al final ambas convergen en el mismo sitio, uno de los grandes atractivos para los seguidores del mundo Kirkman. Después de ver el último minuto del capítulo 16 de la sexta temporada, y en un nuevo juego pergeñado por los guionistas de la serie, sabemos que todo cambia para seguir siendo igual.

Resulta particularmente interesante la forma en que Negan amedrenta y tortura psicológicamente al grupo de Rick; compenetrándolos en un discurso monológico que puede leerse desde dos planos: una carta de presentación tanto para los personajes como para los espectadores; un juego receptivo que llega al paroxismo del horror al situar nuestra perspectiva en los ojos de la desafortunada víctima; pues los golpes mortales van dirigidos también al aterrorizado televidente que sufre una tensión mortal. Los sonoros garrotazos destruyen nuestros códigos de representación anulando cualquier posibilidad de distención, dejando solo la ceguera y unos lejanos gritos ahogados por la oscuridad. La exacerbada teatralidad de la escena rompe con el automatismo que supone la mirada del receptor al trasportarlo al tormentoso plano de la verosimilitud ficcional; un recurso que va aún más allá de la ruptura del horizonte de expectativas: un correlato de la morbosidad y del delirio masoquista que nos ha impuesto el drama televisivo.

Luces y sombras de la sexta temporada

Ya se sabe que es difícil contentar a todos. La calidad de la nueva televisión hornea un tipo de espectador cada vez más exigente y avispado y eso tiene consecuencias directas en la repercusión que se transmite por redes sociales entre los los fans digitales. Lo que nos lleva al caso de Negan, quizá el personaje más esperado por todos en The Walking Dead. Sin lugar a dudas el villano que más se ha hecho rogar y eso que todo parecía que su debut llegaría al inicio de la sexta temporada manteniéndonos en vilo hasta su último capítulo.

Probablemente uno de los aspectos más preponderantes de la sexta entrega de episodios es el dialogismo con la estética romeriana, enalteciendo al zombi como un personaje colectivo y como una de las principales amenazas de los protagonistas. Si bien esta afirmación podría resultar una obviedad, no olvidemos que la cuarta y la quinta temporada estuvieron marcadas, principalmente, por el devenir errante de nuestros protagonistas y sus historias particulares, quizás como un esfuerzo por mostrar el desarrollo psicológico de cada uno de ellos.

Desde un principio tanto Kirkman como los productores televisivos han patentado la idea de que el muerto viviente no es más que una excusa para mostrar la degradación humana y los dilemas éticos contemporáneos, pero dicha tesis paulatinamente se fue tornando cancina y poco convincente; es por ello que la sexta ciclo retomó aquello que abandonó en el tercero: el horror en su estado puro. Negan, como se señalaba antes, emergía como una amenaza fantasmal que a través de muchos indicios macabros alcanzó una configuración prácticamente monstruosa. En la ausencia (o secreta presencia) de este antagonista, el zombi romeriano tomó el lugar del villano oculto, tatuando en la retina momentos tan impresionantes como el grotesco y multitudinario éxodo de caminantes en el primer episodio, el ilusorio fallecimiento de Glenn o la terrible y traumática muerte de la familia Anderson. En suma, la sexta temporada significó no solo un inteligente abanico argumental, sino también un renacer de aquellos tópicos que cimentaron la figura aterradora del zombi: el monstruo putrefacto y la masa deshumanizada que pretende dominar al mundo para sembrar el caos; un caos inconsciente que nos remite al miedo ominoso frente a la soledad, la alineación y la posibilidad de vernos consumidos por aquel “otro” que no es más que un “yo” sin consciencia y despojado de cualquier máscara moral; un leitmotiv que alimenta aún más nuestra voracidad como televidentes y la necesidad de enfrentarnos sin miramientos al horror de antaño, al miedo a lo desconocido.

The Walking Dead: Negan asesinó a uno de estos cinco personajes
Negan, terrible

El equipo de guionistas detrás de la serie ha sabido manejar sus cartas dilatando el tiempo hasta que ya no han podido prolongarlo más. Ahora solo pueden jugar con nuestra ansiedad hasta el estreno de la séptima temporada, la que será, sin duda alguna, la más terriblemente deseada por los lectores del cómic. Así concluimos este repaso a la que ha sido una de las mejores temporadas de la serie. Larga vida a los zombis.

(Texto escrito en conjunto por Jesús Diamantino Valdés e Ignacio Pillonetto)

 

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