«Ghost in the Shell» o el respeto por los cánones
El 31 de marzo se estrenaba la esperada película Ghost in the Shell, dirigida por Rupert Senders, protagonizada por Scarlett Johansson —quien parece haberse convertido en la actriz posthumana por excelencia tras sus intervenciones en Her y Lucy— y producida por Dreamworks. La expectación era mucha no solo porque los trailers promocionales eran absolutamente espectaculares sino, y de manera especial, porque se iba a producir una comparación con los cómics de Masamure Shirow y con las películas dirigidas en 1995 (Ghost in the Shell) y 2004 (Ghost in the Shell 2: Innocence) por Mamoru Oshii. Unas comparaciones que iban a realizar los espectadores conocedores de estos productos pero no necesariamente el público en general.
De una contundencia intelectual enorme, los comics de Shirow y las películas de Oshii van a desarrollar a prinicipios de los años 90 del pasado siglo una batería de preguntas muchas veces sin respuesta y van a suscitar debates filosóficos y éticos acerca de la condición (post)humana: la creación de las inteligencias artificiales, los valores de los humanos y de los cyborgs, la superación de lo físico humano gracias a la prostética cibernética, el vigilantismo, la convivencia entre humanos y no-humanos, y, finalmente, la posibilidad de una trascendencia espiritual de las máquinas que se sitúa en una enorme red de datos. Temas todos ellos a los que nos hemos referido en posts dedicados a series contemporáneas dedicadas a esta temática (como Person of Interest, Orphan Black o Humans) y a las investigaciones más recientes sobre el posthumanismo. Sin embargo, todas estas temáticas que ahora parece descubrir y explotar la producción audiovisual norteamericana más que la europea, está temporal y conceptualmente a años luz de las aportaciones niponas que, como una primera conclusión, les dan cincuenta mil vueltas.
De esta manera, Ghost in the Shell va a tener como protagonista a la «mayor» (Scarlett Johansson), un operativo de la sección 9 de la policía de Tokyo cuyos casos suelen estar relacionados con crímenes tecnológicos, un operativo cibernético y altamente eficiente que tendrá, sin embargo, un cerebro humano. Así, y a diferencia de los cánones anteriores, se nos presenta un personaje relacionado con el transhumanismo al que la tecnología salva de la muerte tras un atentado terrorista. Una combinación entre lo tecnológico y lo humano que parece ser habitual en la sociedad futurista que presenta la película que, por decirlo de algún modo, ha convertido el trasplante o el cambio de órganos vitales por otros artificiales en la cirugía estética de la época.
La dulcificación del personaje con respecto a los originales japoneses se hará evidente a lo largo del film ya que mientras en el original, éste es una máquina que no se cuestiona su existencia con la que se siente cómoda, la Mayor Johansson irá en busca de su identidad que irá descubriendo a medida que avanza la trama. Una trama que también planteará un thriller cyberpunk en el que la sección 9 se dedica a perseguir a un hacker mental que pretende destruir a la gran corporación tecnológica de la ciudad, la Hanka Robotics. Es evidente que el argumento de la película —como también lo será el de sus modelos que desarrollan una temática parecida protagonizada por el Puppet Master en la segunda entrega de Oshii , Innocence— girará en torno a la personalidad del criminal y a los motivos de esta inquina hacia la corporación que no vamos a desvelar, por supuesto, y que proporciona las escenas de acción del film, muchas de ellas clonadas de las películas de 1995 y 2004.
Justamente este cambio de planteamiento —que, por otra parte, funciona a las mil maravillas— supondrá la incorporación del backstory del personaje central, no tan árido como el de los originales japoneses, algo que lo acerca al espectador. Pero también este cambio implica una perspectiva muy diferente respecto al posthumanismo, menos arriesgado al seguir los postulados más frecuentes de una máquina preguntándose sobre sí misma frente al cuestionamiento más radical de contemplar a los humanos preguntándose sobre su propia condición. Esta falta de riesgo, sin embargo, no le restará fuerza al argumento aunque sí matizará la relación de la Mayor con el resto de personajes, especialmente con su segundo de a bordo, un desaprovechado Batou (Pilou Asbaek); la doctora Ouélet, creadora de la máquina (Juliette Binoche); el desaparecido humano Togusa (Chin Han); y un relanzado jefe de la sección 9, Daisuke Aramaki encarnado por el cineasta Takeshi Kitano. Y también este giro argumental dejará el final de la película absolutamente abierto a nuevas continuaciones.
A pesar de estos cambios, Ghost in the Shell va a demostrar un enorme respeto por las icónicas películas de Oshii. Un respeto que ya apreciamos en los títulos de crédito al ver cómo muchos de los logos que aparecen son japoneses y al contar en el reparto con personalidades más que relevantes como Takeshi Kitano. Algo que es de agradecer para una cinematografía que, en muchos casos, parece ser autosuficiente. Un respeto que también mantiene hacia la estética y planificación de los films canónicos y que ponen en valor el trabajo de los animadores japoneses de 1995. Un trabajo de animación en 2D que no desmerece en absoluto frente a la espectacularidad de las imágenes de una película que cuenta con las más avanzadas técnicas de CGI para la construcción de un entorno visual abigarrado e hiperreal; el mismo al que nuestro imaginario colectivo se va a remitir de manera automática: el de la nunca suficientemente valorada Blade Runner dirigida por Ridley Scott en 1982 y, por extensión, las aportaciones de uno de los escritores más clarividentes de todos los tiempos, Philip K. Dick. Textos canónicos que no podemos dejar de mencionar.
Como tampoco queremos dejar de mencionar dos cosas. La primera, relacionada con la magnífica interpretación de Scarlett Johansson y su construcción gestual posthumana-de-anime. La segunda, la enorme deuda conceptual y estética del cine y los cineastas contemporáneos con el anime japonés; un aspecto al que ya le dedicamos un post en este blog en el que nuestra compañera Nuria Vidal reivindicaba un lugar en nuestra filmografía para las producciones japonesas. Una reivindicación que deseamos reiterar y que no desvirtúa para nada Ghost in the Shell, una película que merece la pena ver.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.