Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Glass Onion: A Knives Out Mystery» (Rian Johnson, 2022): The Beatles, Elon Musk y la disrupción a simple vista

Es 1968. Los Beatles publican su White Album en respuesta a la acogida mediática de sus canciones. Previo a su lanzamiento, fans y medios de comunicación juzgaban cuál debía ser el estilo de los Beatles y ellos, molestos por los juicios de valor, componen un álbum donde resuelven el debate desde su mismo título: The Beatles. Entre su amplio repertorio de canciones se encuentra «Glass Onion», compuesta por John Lennon con el objetivo específico de confundir a los críticos y fans más prolijos. En un formato autorreferencial, «Glass Onion» lanza verso tras verso vacío de significado, con frases como «the Walrus was Paul» creadas expresamente como red herrings. En última instancia, «Glass Onion» habla de la futilidad de buscar el sentido profundo de una obra irreverente. Pelar las capas de la cebolla no tiene por qué revelar nada: a veces, lo que se esconde en su corazón es más carente de significado que lo que se encuentra a plena vista.

La nueva película de Rian Johnson, Glass Onion: A Knives Out Mystery, nace de la canción homónima no solo en título, sino también en espíritu. Para muestra, su primera escena: mientras los protagonistas, ninguno de ellos heredado de la película anterior, resuelven vivarachos una serie de intrincados puzles para abrir una caja, vemos a una mujer recién salida de la ducha destrozar a golpe de martillo el mismo objeto y obtener el mismo resultado que el resto. El mensaje es claro: aquí no hay complejidad, no hay inteligencia; la solución se esconde a simple vista y todo es estúpido.

Helen/Andy representa el juego con el espectador al destruir la caja y las expectativas del misterio

Miles Bron (Edward Norton) también es estúpido. Es un pseudointelectualista construido como clara parodia de Elon Musk —su adquisición reciente de Twitter tras el estreno de la película y las constantes muestras de incompetencia como jefe de empresa no podrían haber resultado en mejor serendipia—. Dice tener la verdad para resolver todos los problemas en el mundo y disimula su ignorancia bajo el peso ingente de su capital económico y social. Si la primera película de Knives’ Out (2019) era una crítica contra la hipocresía de las altas esferas, esta entrega pone de frente la lucha contra ese 1 % de la población. Todos los personajes a excepción de Benoit Blanc (nuestro protagonista, Daniel Craig), Helen Brand (Janelle Monáe) y Lionel Toussaint (Leslie Odom Jr.), representan los peores vicios del 1 %.

Johnson emplea un factor esencial durante la pandemia del COVID-19 para caracterizar al reparto: la mascarilla quirúrgica. En el encuentro de los personajes antes de partir hacia la isla de Miles, Benoit y Lionel llevan su mascarilla colocada correctamente, guardando los dos metros de distancia impuestos como precaución contra el virus. Ambos son cautelosos y conscientes de la situación. Por su parte, Claire Debella (Kathryn Hahn) la lleva mal puesta, por debajo de la nariz. Intenta seguir las normas para guardar las apariencias, pero hay una verdad indiscutible: a pesar de la pandemia, acude mal protegida a una reunión grupal. El caso de Birdie Jay (Kate Hudson) es todavía más claro: su mascarilla es de encaje. Prefiere la moda antes que la seguridad; es la definición exacta de una cabeza hueca. De ahí que su ayudante, Peg (Jessica Henwick) lleve mascarilla. Es la única que se preocupa por las gestiones contables y la repercusión de las acciones de su señora. Finalmente, Duke (Dave Bautista) y su pareja Whiskey (Madelyn Cline) no llevan mascarilla y solo acuden a la reunión para fardar de apariencias. Duke es una representación de la masculinidad hegemónica, frágil y defenestrada al mínimo comentario alusivo. Demuestra resistencia y poderío al no llevar mascarilla, exponiéndose sin darse cuenta al peligro del virus; es pura fachada. Vive en casa de sus padres, su madre resuelve los acertijos de la caja por él y se oculta bajo la fama de un exjugador de esports.

La colocación de la mascarilla quirúrgica muestra los defectos de cada Disruptor

La complejidad de los vestuarios es la sinécdoque ideal de Glass Onion. En sus aparentes detalles sin importancia guarda las claves no solo del misterio, sino también de su intención autoral. Rian Johnson siempre ha sido consciente de las claves de los géneros y franquicias a los que se adscribe en su filmografía para jugar con las expectativas de la audiencia docta en otras obras semejantes. La literal pistola de Chekhov de Duke, la toalla que cubre la cabeza de Helen/Andi en su primera aparición, los planos del móvil de Duke en el bolsillo de Miles o todas las pistas de que este último es incapaz de pensar por sí mismo, desde el guion de Gillian Flynn (autora de la novela que dio origen a Gone Girl, aclamadísima cinta de David Fincher en 2014) hasta su monólogo sin sentido en la reunión grupal. Glass Onion es un juego con el espectador donde todo se esconde a simple vista. En una obra de tintes hitchcockianos, reminiscente de Agatha Christie y donde aparece como cameo Angela Lansbury (figura capital en la historia fílmica del «whodunnit»), cualquiera esperaría la complejidad narrativa del género. Paradójicamente, Glass Onion encuentra esa complejidad en lo simple, en las expectativas de la audiencia. Es una matrioska narrativa que encuentra el equilibrio entre las pistas a plena vista y el engaño.

Sobrevuela a toda la cinta un símbolo: la Mona Lisa. Aparece en su presentación como segunda pistola de Chekhov (seguido de un discurso homenaje a la Vertigo de Hitchcock, 1958), se inserta un plano detalle de sus ojos tras el disparo a Helen y es la gota que colma el vaso al final de la película. Su significado, como todo en la película, es simple y complejo a la vez. Alude a todo aquello que se esconde a plena vista y, más profundamente, simboliza la barrera que separa la verdad de la mentira, el orden silencioso defendido por Miles y sus compañeros del caos disruptor asimilado en Helen y Benoit. El discurso de Miles es estúpido porque camufla en una supuesta heroicidad disruptora un deseo egoísta e infantiloide, una mantención del orden justificada con gimnasia mental como «disrupción». No es de extrañar, pues, que se apropie de la Mona Lisa: de cara al público, es una acción noble para protegerla durante la pandemia; en privado, es un objeto más que añadir a la colección egocéntrica de Miles.

La quema de la Mona Lisa es el último clavo en el ataúd del egocentrismo de Miles

Con todos estos planteamientos, uno se pregunta: «¿cómo puede ser el criminal de toda la historia Miles, sabiendo no solo las estupideces que comete, sino que matar a Andi sería lo más estúpido que podría hacer?». La estupidez, como decía anteriormente, forma parte del ADN de la película. Ahí se encuentra el mensaje primordial de Glass Onion: aquellos que se encierran en su propio egocentrismo, aquellos que rehúyen de la verdad y no conocen la Historia están destinados a repetirla. Los auténticos héroes son precavidos, lógicos y sin capital económico o social. En Knives’ Out, el personaje de Ana de Armas era una inmigrante acogida como criada que terminaba siendo la heroína de la historia. En Glass Onion, la heroína es Helen, una mujer negra. Una minoría marginalizada que representa un problema social tan sincrónico como diacrónico: la forma en que los ricos aumentan su fortuna a costa de las minorías. Miles se aprovecha de la idea revolucionaria de Andi y la asesina antes de que pueda alzar la voz; el resto de los Disruptores decide no alzarla para retener su capital económico y social. Donde Miles es un adalid de la falsedad, un oxímoron —el «milmillonario filántropo»—, Helen es una retentora de la verdad. Es la vanidad de Miles lo que lleva a su derrota, a la destrucción de la Mona Lisa representante de su ego, por parte de todos sus antiguos compañeros. Y para ello solo hacen falta unas palabras adecuadas del siempre racional Benoit Blanc y la entrega de un vaso, «glass». La última pieza del puzle que resulta Glass Onion. La disrupción lleva al cambio, y el cambio comienza con una persona.

A estas alturas no se sabe qué destino tendrá la saga iniciada con Knives’ Out. Habrá una tercera película, tal y como nos confirmó Netflix en 2021, pero está por ver si Rian Johnson volverá a deslumbrar el género «whodunnit» con otro nuevo juego con la audiencia. Por mi parte, no tendría demasiadas dudas al respecto. El género está en buenas manos.

 

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