«Gypsy» (Netflix, 2017) o las cortinas de humo de Jean Holloway
Jean Holloway (Naomi Watts) es la protagonista de la serie de Netflix Gypsy (2017) la cual parte de la premisa de presentarnos aparentemente la vida de una psicóloga que realiza terapia a sus pacientes quienes tienen como punto en común el de no saber poner límites en sus vidas, principalmente. El primer episodio resulta una declaración de intenciones a nivel simbólico: la entrada de Jean en la cafetería “The Rabbit Hole” y una voz en off que nos advierte de los peligros del subconsciente y de las traiciones que pueden aparecer, aunque esta primera lectura no se palpará hasta el transcurso de los episodios.
Asistimos a la introspección de la psicóloga en la vida sus pacientes en la que se quebrantan los códigos éticos y profesionales puesto que se entremezclan las vidas de sus pacientes con las suyas: intenta sacar información de Sidney, la ex de Sam, uno de sus pacientes porque le proporciona información confidencial de su amante para poder manipularla y ejercer control sobre ella. Ella será aparentemente el eslabón al que aferrarse tras sentirse atrapada en su aburrida vida. Una monotonía burguesa en la vida suburbana de Connectitud, con un marido que la quiere y se siente tentado por su secretaria (como cliché) y una hija que tampoco encajará en el supuesto retrato propio de una sociedad patriarcal heteronormativa. Este supuesto hastío existencial de Jean la conducirá a cruzar estos límites que les recuerda a sus pacientes durante sus sesiones: en ellas identifica cuáles son sus problemas, qué obsesiones o personas del presente o del pasado las atormentan y a medida que más indaga, más profundiza ella en las relaciones interpersonales con sus propios pacientes. Los códigos profesionales brillan por su ausencia en un intento de evasión de una vida que muchos definirían como perfecta o resulta y que a ella le resulta insulsa. Jean necesita algo más, acciones o experiencias que la hagan sentirse viva, pues todos vivimos con pensamientos oscuros, deseos o fantasías que quizá resulten inconfesables.
Gypsy tiene ingredientes muy interesantes que no parecen desarrollarse de la manera más efectiva. Dolly, la hija ciertamente outsider cuya representación destaca entre los retratos infantiles contemporáneos es capaz de callar bocas ante una sociedad que sanciona aquello que no considera normativo. Ella simplemente se muestra como es jugando a videojuegos, cortándose el pelo o vistiendo ropa que su entorno llega a considerar como una muestra de su identificación con el género masculino o con la transexualidad. El hecho de que exista el discurso de llevarla al psicólogo por divertirse jugando con otros niños deja mucho que desear en el marco ideológico patriarcal en el que el parecen tener la intención de mostrar las distintas identidades como patológicas por no adscribirse a los cánones y convenciones sociales. No obstante, aquello que resulta interesante es la capacidad de Dolly para despertar el sentimiento de incomodidad del resto, quienes parecen sorprenderse de que ella no se esconda o avergüence de ser quien es. La naturalidad de Dolly provoca que el resto se sienta desubicado y, en ese sentido, es un punto considerable contra el discurso subyacente de la sociedad retratada en la serie.
Por otra parte, la que podría ser una interesante (e incluso tórrida) historia de amor o aventura sexual de Jean con Sidney (Sophie Cookson) lésbica se transforma en una lucha de poder entre ambas en la que la química sexual aumenta a medida que cada una de ellas parece querer demostrar que tienen el control y el peso de historia o affair lo cual también ralentiza demasiado la trama. La dilación del primer beso resulta un tanto exasperante, un recurso que narrativamente parece haberse diluido en fórmulas pasadas.
La insatisfacción que siente Jean por su “perfecta vida” nos permite en los últimos episodios dibujar de manera un poco más precisa un alter ego con Diana Hartz, un perfil falso que creó cuando estudiaba la carrera de psicología sobre una periodista/ reportera cuyos planes de futuro eran desconocidos y que precisamente ese componente de lo impredecible, de sorpresa, de posibilidades inciertas resultaban tentadoras y atractivas frente a una vida asentada, monótona y aburrida para ella. Es por ello que en el episodio 9 (cuyo título ya nos remita al País de Nunca Jamás) se desentrañan algunas claves del personaje, el alter ego de Jane es aquel que le permite evadirse en una realidad paralela que no es la suya y que tiene un precio en su vida real: problemas con su marido, con su amante, con su madre.
En un discurso que da en el fin de curso de Dolly confiesa claves sobre conductas psicológicas comunes y extrapolables, en algunos casos, a su propio comportamiento: quienes han sufrido acoso, pueden acabar convirtiéndose en acosadores; el hecho de infringir dolor se produce porque quien lo ejerce no desean sentirlo, aunque para que sea real y efectivo deben ejercerlo sobre algo o sobre alguien; la intimidación, las mentiras o la manipulación permiten esconder su realidad, que no se descubran las culpas o la verdad o su propia vergüenza o aquello que llevan grabando por su historia, experiencias. Por otra parte, nos desvela en su discurso que aquellos que quieren tener “el poder” lo desean porque no quieren volver a sentirse impotentes nunca más y para ello se necesita una vía de escape y, en cualquier caso, éstos desean poder controlar una cosa: ellos mismos.
Gypsy parece transformarse de un posible thriller psicológico a un drama psicosexual y ha recibido críticas negativas precisamente por aparentar una cortina de humo que se esfuma con un arco argumental que se desdibuja y cuyo horizonte sustentado especialmente por Jean, resulta confuso, ambiguo y te conduce hasta la deriva, como ella misma. Pasamos de la expectación a, ciertamente, una trama lenta que conduce incluso a lo que la audiencia y la crítica han llamado aburrimiento. Pasamos de premisas interesantes que podrían permitir indagar en los recovecos de la mente a partir del retrato de sus personajes, a la caída de expectativas que han resultado en la no renovación de la serie por parte de Netflix. Pasamos de la creencia en Jean como terapeuta y con voluntad profesional de ayudar a sus pacientes, a una transgresión lenta, casi imperceptible en la que se desdibujan ya los límites entre su vida y la de sus pacientes.
Doctora en Filología por la Universitat de les Illes Balears (2022) y, anteriormente, becaria predoctoral con una tesis centrada en personajes infantiles creepies, discursos de maternidad contemporánea, New Horror y narrativa transmedia. Máster en Lenguas y Literaturas Modernas (especialización en estudios literarios y culturales, UIB); Máster en Formación del Profesorado (Lengua y literatura, UIB) y Posgrado en el uso del cine como recurso educativo (UNED). Interesada en las representaciones audiovisuales infantiles y las maternidades contemporáneas, además de la aplicación del audiovisual y la narrativa transmedia como recurso educativo.