Heridas abiertas: la segunda temporada de «Big Little Lies»
En febrero de 2017 se estrenaba la miniserie Big Little Lies, una producción de HBO que generaría una enorme expectación debido a los grandes nombres asociados al proyecto, Reese Witherspoon y Nicole Kidman. Un ambicioso proyecto que trasladaría al centro de la acción las problemáticas más íntimas de un grupo de mujeres de la lujosa urbanización de Monterrey (California) y cuyo destino acabará unido por un gran secreto. Todas ellas víctimas de un sistema que perpetuará la violencia de género en todas sus facetas – o violencia estructural como se referirán de manera más analítica en sus posts Marta Fernández y Meritxell Esquirol (links abajo) – y que pondrá sobre la mesa temáticas escabrosas y de una gran relevancia socio-cultural. Una trama que parecía cerrada, pero que decidió retomarse para una segunda entrega que se estrenaría hace apenas un mes.
Así, bajo el guión de David E. Kelley y Liane Moriarty, el 10 de junio volvería Big Little Lies enmarcando su historia un año después de la conclusión de la tragedia que terminaría con la muerte de Perry Wright (Alexander Skargård), marido de Celeste (Nicole Kidman), a manos de Bonnie (Zoë Kravitz) y que las demás decidirán encubrir como un «accidente». Una “mentira” que será el eje central de esta segunda temporada y que tendrá como detonante dos elementos: por un lado, la aparición de Mary Louise (Meryl Streep) la madre del difunto que dudará de las verdaderas intenciones tras la muerte de su hijo; y por otro lado, los remordimientos de las propias mujeres que les atormentarán en sus viajes individuales. Así, la incógnita que se va a plantear en estos 4 episodios emitidos hasta la fecha girarán en torno a cuánto tiempo pueden “Las 5 de Monterrey” sostener dicha mentira y las consecuencias que ésta va a tener en sus personalidades.
En este preciso sentido, esta temporada se centrará de manera más específica en la configuración de los personajes que en el desarrollo de la acción. A diferencia de su predecesora, la serie se re-dirigirá a un estricto componente emocional y relegando los elementos del thriller a un segundo plano. El conflicto más “narrativo” – es decir, la irrupción de Mary Louise por destapar la verdad – estará completamente subordinado a la evolución de los personajes cuya información estará gestionada a cuenta gotas. Así, con un ritmo muchísimo más pausado que la anterior entrega, el desarrollo de la acción estará al servicio de la extensa red de informaciones que se irán dosificando creando un «perverso» juego entre audiencias y personajes. De esta manera, lo importante serán las reacciones de los personajes a la información que ellos mismos creen que disponen y la información que otros personajes se guardan. Un planteamiento aún más enrevesado que en la T1 y que permitirá a los espectadores re-engancharse de nuevo a la serie desplegado en un brillante ejercicio de complejidad narrativa y de construcción de personajes.
Entonces, lo que proponen Kelley y Moriarty en esta entrega será el desarrollo de la continuación de los viajes individuales de estas 6 mujeres partiendo de la superación de sus inseguridades y de sus pasados traumáticos. En definitiva, el intento de cerrar un ciclo para abrir otro nuevo. Sin embargo, estas heridas serán muy difíciles de cicatrizar. Una cura que encontrarán las mujeres en conjunto – o “compartir el dolor” como le sugerirá Mary Louise a Jane en el episodio 2×03 – pero que no serán capaces de dominar en privado. Así, se generarán personajes completamente contradictorios cuyo comportamiento generará antipatías y simpatías a partes iguales; pero, que obligará a las audiencias a realizar un enorme ejercicio de empatía. Así, la superficialidad de Renata (Laura Dern) tendrá su contrapeso a un profundo sentimiento de fracaso al no ser capaz de generar un futuro prometedor para su hija; el egoísmo de Madeleine (Reese Witherspoon) se convertirá en una falta de autoestima que proyectará en su matrimonio y en su hija Abigail (Kathryn Newton); la falta de escrúpulos de Ed (Adam Scott) frente a la infidelidad de Madeleine será consecuencia de un menosprecio por parte de su esposa; y, finalmente, la negación de Celeste y Mary Louise a aceptar la «monstruosidad» de Perry se producirá debido a la necesidad de anclarse en los buenos recuerdos vividos en familia. Estos últimos perfectos ejemplos de unos de los ejes principales de esta temporada: los recuerdos como una manifestación idílica de la vida que nos rodea y que no debería ser alterada. Los personajes de Big Little Lies se escudan en la apariencia y en la falsedad estructural. Un universo creado exclusivamente para ellos en el que los roles que el sistema delimita se tambalea al descubrir el verdadero mundo interior oculto de los personajes. Un mundo interior que los guionistas desarrollan sin juicios ni reproches.
Tal vez, dentro de esta último apunte se enmarquen los únicos personajes que, por el momento, no mostrarán comportamientos recriminatorios: Jane Chapman (Shailene Woodley) y Bonnie Clarkson. Si bien la primera intentará deshacerse de su condición de víctima de agresión sexual para proseguir con su vida “con normalidad”, la segunda sufrirá de una profunda depresión por su culpabilidad al ser la perpetradora de la muerte de Perry. Otra vez, los recuerdos servirán como punto neurálgico de la evolución de los personajes donde las imágenes de la noche de su violación impedirán a Jane recuperar su identidad individual y donde las imágenes del pasado de Bonnie en relación con su madre pronostican un final autodestructivo para ella. Así, el pasado y posible futuro de la más jóvenes se materializará en imágenes que apelarán a líneas temporales distintas, una de las características de la serie. ¿Son los sueños de Bonnie premonitorios? ¿Será ella el eslabón que rompa la cadena de la mentira que las une?
Sea como sea, una cosa está clara: la segunda temporada de Big Litlle Lies es más intimista que la anterior (si eso es posible…) tanto a nivel narrativo como estético. Si la primera entrega tenía el sello del quebequense Jean-Marc Vallée con un marcado simbolismo y una clara introspección, esta vez la responsable de la dirección de los episodios será la británica Andrea Arnold. Siendo una de las cineastas sucesoras de la corriente del Free Cinema de los años 60, Arnold será una de las mayores representantes de la entidad cinematográfica denominada como «realismo social inglés». En decir, autores que se dedicarán a reflexionar sobre la sociedad a través de su ficciones. Así, no es casualidad dicho relevo para esta T2 con una aproximación estilística más realista.
La idea del entorno y el paisaje como consecuencia directa de la configuración de la personalidad de los personajes se verá reflejado en la manera de utilizar todos los recursos fílmicos. De esta manera, el trabajo de cámara se basará en seguir la acción gracias al uso de cámara en mano y con movimientos espontáneos con la intención de, no solo acercarnos a una estética más documentalista y semi-poética, sino meter de lleno al espectador dentro del mundo interior de los personajes; para convertirse en ellos. O, en su defecto, convertir al espectador en mero voyerista de las vidas privadas de los habitantes de Monterrey. Una mirada prohibida que deambula por barrios, hogares y mentes ajenas. En definitiva, una apuesta muchísimo más acorde con la intencionalidad de este nuevo rumbo de la serie.
Robando las palabras de Shailene Woodley en una de sus entrevistas promocionales, la primera temporada de Big Little Lies «es una serie que habla sobre la falta de tolerancia de la sociedad contemporánea». Razón no le falta, ya que la intención de sus creadores es la deconstrucción socio-política occidental y, en especial, la violencia – en muchos casos simbólica – ejercida hacia las mujeres. Una violencia que se enmarcará en actos de sobreprotección y supervivencia individual y colectiva en esta segunda entrega. A pesar de que quedan tres episodios para su conclusión, Big Little Lies nos enseña que la ficción es el mayor reflejo de la realidad.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.