Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«I am evidence», mucho más que un documental de obligado visionado (HBO, 2017)

Siempre he creído que las personas que se  dedican a la cultura debe tener un papel social que va mucho más allá de la creación de tendencias o de los modelos estéticos que los vulgares mortales desean imitar y/o poseer. Los trabajadores de la cultura deben actuar como barómetros de la sociedad con la que deben mantener una relación dialéctica. Y no utilizamos la palabra «actuar» de manera gratuita sino consciente del significado que implica: la acción. Si las mujeres de Hollywood no se hubieran levantado de sus asientos en las ceremonias de los Oscar, no hubieran reivindicado sus derechos y no hubieran denunciado su marginación en la industria en discursos memorables no se hablaría de brechas salariales; o si las actrices norteamericanas no se hubieran movilizado contra el acoso sexual, probablemente el movimiento Me too no hubiera alcanzado la importancia que tiene en estos momentos. Este es el caso que ocupa este post, el documental I am evidence, producido por Mariska Hargitay y con un equipo de producción y dirección formado casi exclusivamente por mujeres. Un documental que plantea de manera más que dolorosa la absoluta desidia de las autoridades norteamericanas (y, por extensión, mundial) frente a las denuncias realizadas por mujeres que han sufrido ataques sexuales.

Lejos de ser un documental protagonizado por su productora —cosa que más de un actor/actriz aprovecharía como mecanismo de autoafirmación, Mariska Hargitay es simplemente la introductora del viaje personal de sus protagonistas y el suyo propio. Y empezaremos por este último que no puede desligarse de su papel como Olivia Benson en la serie Law & Order: Special Victims Unit: un personaje que lucha incansablemente por la recuperación de la autoestima de las supervivientes de agresiones sexuales y del rechazo a la culpabilidad que en muchos casos les atribuye la sociedad. Bueno, el patriarcado. Así, la ingente cantidad de cartas enviadas a Hargitay-Benson de mujeres agredidas narrando su historia y responsabilizándose de su propia agresión, supusieron la toma de conciencia de la actriz y la creación de la Joyful Hearts Foundation. La simbiosis persona-personaje es, pues, extrema y quizá ese sea el motivo por el cual Hargitay sea el único miembro del elenco —juntamente con Ice T— que continúa en la serie después de casi veinte años de emisión. Y es que Olivia Benson no solo es un personaje icónico: es un personaje  socialmente imprescindible como también lo es la serie Law & Order: SVU convertida en altavoz de una pandemia que está convirtiéndose en global. La ficción no superará, lamentablemente, a la realidad sino que la mostrará de manera descarnada.

La conferencia de prensa dada por Kym Worthy y Mariska Hargitay en Detroit

El viaje narrado en el documental se inicia en Detroit, una de las ciudades con más agresiones sexuales y más violenta de los Estados Unidos. En esta primera parada, comienza el despliegue de la situación que sufren las mujeres: el apilamiento de las cajas (kits) que contienen las pruebas de su violación y que duermen en el olvido siendo siempre casos que jamás se cierran. Mejor dicho, jamás se han abierto para las autoridades. Las cifras son escandalosas e hirientes, pero todavía lo son más los relatos de las tres víctimas que servirán de hilo conductor del despliegue ideológico —que no quiere decir político— del documental. La historia de Ericka, una joven de color violada por su supuesto novio el día de su trece cumpleaños, evidenciará no solo el aparcamiento de su caso como mujer sino también la incidencia del menosprecio racial en este tipo de casos. Ya en Cleveland, Helena contará su vivencia como víctima y su insistencia ante la policía que tardó más de diez años en ponerse en contacto con ella. Finalmente, Amberly, agredida por el mismo depredador sexual que Helena, va a narrar cómo la agresión sexual la condujo a la drogadicción como único modo posible de olvido. Los relatos son estremecedores y, aunque las reacciones de las supervivientes sean particularmente distintas, todas coinciden en la necesidad personal de resolución de sus casos como único medio de seguir adelante y de ser consideradas como personas, no como objetos cuya vida está metida dentro de una caja. Una cosificación más de la condición femenina, incrementado exponencialmente en los casos de violación.

Los kits de casos de agresión sexual se amontonan en almacenes. La cosificación es evidente

Pero I am evidence es mucho más que un documental sobre las víctimas, es una denuncia potente acerca del trabajo policial e institucional. Y es que a lo largo de su visionado, constatamos que los crímenes sexuales no son prioritarios. Los motivos aducidos suelen ser la falta de personal para poder investigarlos; en este sentido, los números también cantan: dos investigadores en Detroit, la ciudad con el índice más alto de agresiones frente a los cuarenta y cinco de Cleveland, uno de los lugares con un alto grado de resolución de los casos. Sin embargo, estos motivos coyunturales más o menos creíbles, más o menos ciertos, llevan implícita una desinformación ciudadana y una cierta insensibilidad social por calificarlo de un modo suave: los casos de violación son considerados como algo individual que afecta a «una» mujer concreta y no a un colectivo, por una parte; y los casos de violación —salvo en acciones extremadamente violentas y con consecuencias legales importantes— apenas ocupan espacios en la prensa escrita o los informativos. Dos aspectos que, afortunadamente, están cambiando  gracias a los movimientos feministas, a que las mujeres salimos a la calle a denunciarlos y a la existencia de documentos como el que ocupa este post. Aún así, las imágenes que contemplamos en I am evidence siguen siendo demoledoras: políticos declarando la falta de medios disponibles y la priorización de otros crímenes «más relevantes», políticos que se ven en obligados a prometer acciones contra la violencia de género y abogados defensores de depredadores sexuales que interrogan a las víctimas acerca de su vestuario en el momento de la agresión o de su reacción (o falta de ella) frente a sus violadores. Actitudes que a pesar de estar centradas en Estados Unidos nos resultan dolorosamente familiares, ¿o no?

Las cifras de kits sin resolver (captura de pantalla del documental)

La situación caótica denunciada por el documental tiene como contrapartida las acciones llevadas a cabo por mujeres en cargos de relevancia (la fiscal Kym Worthy) o de los medios de comunicación (la periodista Rachel Dissell) o de la propia policía,  quienes desarrollarán la tarea de concienciación social y política de la situación en la que se encuentran las supervivientes de agresión así como de la prevención de nuevas violaciones haciendo hincapié en la necesidad de bases de datos completas de depredadores sexuales. Unas acciones visibles que se acompañan en el documental de las emotivas reacciones del entorno familiar de las víctimas, un apoyo esencial para la recuperación de su autoestima como persona. En este sentido, son espeluznantes las palabras de Ericka: “I am evidence that regardless of what happens to you, you can get through it. You can move past it. You can grow. You can change for the better. I am evidence that there is more to that box, there is a human being there. It is not just a kit. This is a person.

I am evidence es un documental de difícil digestión y enormemente emocional —que no emotivo— que apela no solo a los sentimientos del espectador sino especialmente a su con(s)ciencia. Este es el principal valor de I am evidence y así ha sido recogido por la crítica desde su presentación en el Festival de Tribeca en 2017; de igual manera que lo han hecho merecedor de los Rabinowitz-Grant Awards For Social Justice en 2017 y el Alfred I. DuPont-Columbia Award en 2019: el primero como muestra de la promoción de los valores humanos, la igualdad, la justicia global y las libertades civiles; el segundo, considerado como el Pulitzer audiovisual,  como muestra de la excelencia del periodismo de investigación.

Por todo ello, I am evidence debería ser un documental de obligada programación en las cadenas televisivas y de obligado visionado en centros educativos. Las razones son más que evidentes y así nos lo hacen saber las noticias que lamentablemente abren (bueno, no siempre es así) los programas informativos y las más que alarmantes respuestas que dan los jóvenes sobre lo que para ellos es una agresión sexual o la violencia de género. Una buena manera de empezar es viendo el trailer oficial.

 

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