¿La historia interminable?
Junio de 2017. El tenista retirado John McEnroe abre la boca para decir en público que Serena Williams, profesional de ese mismo deporte con 72 campeonatos ganados y el récord del mundo en títulos de Grand Slam en su currículum, no estaría más arriba del número 700 si compitiera contra hombres. Seis meses antes, esa misma jugadora había publicado una carta abierta en Porter Magazine donde decía que quería ser “la mejor tenista del mundo. No la mejor mujer tenista del mundo”.
Parece mentira que sigamos así en pleno siglo XXI, pero la prensa diaria y las cifras desiguales lo dejan claro: no es lo mismo ser hombre que mujer deportista, sea cual sea la disciplina elegida. Lo sabemos ahora gracias a Williams, a las futbolistas de la selección danesa que el otoño pasado se pusieron en huelga para exigir los mismos salarios que sus colegas masculinos… y gracias a que Billie Jean King y sus compañeras tenistas estadounidenses se plantaron ante el machismo hace más de cuarenta años.
En 2013, James Erskine y Zara Hayes dirigieron el documental The Battle of the Sexes, que recordaba el mediático partido “amistoso” (no se enmarcaba en ninguna competición oficial) que Billie Jean King (1943) ganó a Bobby Riggs (1918-1995) ante 90 millones de espectadores. En aquel filme, Serena Williams y otras profesionales de la actualidad reconocían que hacían lo que hacían gracias a King, que destrozó a pelotazos las barreras que encerraban a las tenistas en los años setenta. Cuatro años más tarde, en septiembre de 2017, los artífices de la imprescindible Little Miss Sunshine (2006), Jonathan Dayton y Valerie Faris, firmaron una película de título casi idéntico al de Erskine y Hayes –por otra parte, el mismo nombre que la propia King dio al libro en el que recordaba su gesta.
Battle of the Sexes, que pasó con demasiada rapidez por los cines españoles, está protagonizada por Emma Stone como Billie Jean King y Steve Carell como Bobby Riggs. Ella estaba en el momento de la acción en la cúspide de su carrera como tenista; él, que tenía en su haber Wimbledon y el U.S. Open, era ya un hombre maduro, con su popularidad, vida personal y ánimo en clara decadencia. Para volver al candelero, él la retó a un duelo en la cancha de tenis: “el ‘cerdo machista’ contra la ‘feminista de piernas peludas’,” le dijo. Ella le colgó el teléfono. Días más tarde, Riggs humilló en un partido a Margaret Court (interpretada en la película por Jessica McNamee), a quien la prensa presentó como una madre débil incapaz de ganar al macho alfa Riggs. King se dio cuenta de que el hombre no tenía intención de cejar en su empeño por demostrar que las mujeres no podían ser tan buenas como ellos en el tenis, y terminó por aceptar el desafío. “No por mí,” afirmó, “sino por todas nosotras”. Consciente del daño que haría a todo su género que ella perdiera ante el excesivo Riggs, se entrenó con seriedad y compromiso mientras su oponente se dedicaba a dar entrevistas polémicas, hacer publicidad sexista, e incluso posar desnudo.
Aunque no añade nada nuevo a lo que ya sabíamos sobre el enfrentamiento King-Riggs, la película de 2017 contiene varios elementos que hacen de ella un producto valioso en la narrativa sobre la interminable historia de la desigualdad. De entrada, tanto Stone como Carell nos ofrecen interpretaciones que están entre las mejores de sus respectivas carreras (de momento, ambos han sido nominados a los Globos de Oro). Su caracterización es muy buena, y cuando una ve las entrevistas con las personas reales se sorprende de hasta qué punto están construidos con mimo la gestualidad, el tono y la cara pública de los dos personajes. Además, el filme es fiel tanto a los hechos como a su cobertura mediática, y las fotos de 1973 que se muestran al final son evidencia de que los directores no se han inventado nada. Ello le da peso como producto cultural atractivo para el gran público que puede contribuir a difundir una parte de la historia del movimiento feminista y a denunciar una de tantas manifestaciones de las injusticias sufridas por las mujeres en el llamado primer mundo.
En consonancia con la caracterización de los actores, la ambientación, la fotografía, el sonido y la estética de la película en general son también de gran calidad. No falta un detalle de la puesta en escena de Riggs como autodenominado “cerdo machista”, ni un elemento icónico de King (sus gafas, su sonrisa contagiosa). A esto se añade, como hemos dicho, una trama conocida para algunos/as pero quizá no para toda la audiencia potencial, y una serie de narrativas que son secundarias respecto a la del partido de tenis, pero no tanto en relación con la tematización de la desigualdad. Así, el triángulo que se establece entre Billie Jean, su dedicado marido y la peluquera que se convierte en su amante revela la marginalidad de la experiencia homosexual en aquel contexto. El ensemble de tenistas menos famosas que King pero que apoyan su lucha por los derechos de las mujeres autofinanciando una federación femenina de tenis es fundamental. Y los personajes secundarios de la tenista-madre Margaret Court, ya mencionada, o de la esposa de Bobby Riggs, Priscilla (Elizabeth Shue), contribuyen a mostrar otros modelos de mujer y su aceptación o rechazo social en la época del nacimiento de la Segunda Ola del Movimiento Feminista.
En definitiva: nada nuevo bajo el sol, pero mucho bueno que ver en la gran pantalla gracias a intérpretes y directores, mucho que aprender y que reconsiderar al salir, y un ejemplo positivo de cine militante y de calidad en estos malos tiempos para la igualdad.