La investigación al servicio de los personajes y el arte de saber escuchar: «Mindhunter» (T2, 2019)
En 2017 se estrenaba la primera temporada de la serie Mindhunter, creada por David Fincher y producida por Netflix. Más allá del morbo que suscitan las macabras andanzas de los asesinos seriales considerados como figuras mediáticas, la serie proponía reflejar el comienzo de la unidad del FBI dedicada al estudio científico de la personalidad de este tipo de agresores; o lo que es lo mismo, la aplicación de las ciencias del comportamiento a la tarea policial. Algo que hoy resulta más que evidente pero que no contaba con las simpatías o credibilidad de los dirigentes del Bureau de mediados de los años 70. Tal como concluimos en su momento, Mindhunter cumplió con creces este cometido. Y tal como comentamos también, Fincher estaba feliz y ansioso de comenzar la segunda entrega de la serie. Pues bien, el bueno de Fincher y nosotros mismos hemos tenido que esperar dos años para poder ver cumplidos nuestros «sueños» de ver hacia dónde se dirigiría la nueva temporada de Mindhunter que empezaría su emisión el pasado 16 de agosto.
Mindhunter va a seguir, en la mayoría de sus episodios, las mismas coordenadas estéticas y conceptuales de la primera entrega en la que la sordidez de los casos va a verse sustentada por una puesta en escena claustrofóbica e inquietante tal como marcan los cánones fincherianos que quedan claros no solo en los títulos de crédito y en el episodio piloto de la primera temporada sino también en los de esta segunda entrega. No en vano los tres primeros episodios están firmados por Fincher. Y tampoco son gratuitos los nombres de los otros directores que lo acompañan: Andrew Dominik (episodios 4 y 5),guionista de The killer inside me dirigida en 2010 por Michael Winterbottom y director de Chopper (2000), El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007) y Killing them softly (2012); y Carl Franklin (episodios 6 a 9) cuyo trabajo se centra de manera casi exclusiva en televisión con series como Rome, House of Cards, The leftovers, Vinyl o Ray Donovan. Cada uno de ellos se responsabilizará de los grandes bloques de la temporada que desarrollarán las entrevistas encaminadas a delimitar el perfil y el modus operandi de BTK —ese personaje que va atravesando muy hábilmente las dos temporadas, que tiene su cuartel general en Kansas y que se mantiene como elemento de continuidad para una posible tercera entrega— y la investigación de la muerte de 28 niños negros en Atlanta.
Sin embargo, la segunda temporada de Mindhunter es mucho más que eso. Situada temporal y argumentalmente tras los acontecimientos de la primera entrega y la crisis de ansiedad sufrida por Holden (Jonathan Groff) tras la visita a Ed Kemper (Cameron Britton) en el hospital, la nueva entrega va a abandonar la centralidad de Holden y va a cambiar la finalidad de las entrevistas carcelarias. Dos aspectos que son de agradecer ya que supone una ruptura del esquema de Mindhunter sin falsear su esencia y su organicidad; algo que muchas series de largo recorrido no son capaces de conseguir. De esta manera, asistiremos a la consolidación de la unidad en el Bureau gracias al cambio de dirección (Ted Gunn, interpretado por Michael Cerveris) que parece confiar plenamente en ella aunque para ello la frivolice extraordinariamente y la convierta en una especie de espectáculo de feria protagonizado por personas con ciertas capacidades adivinatorias. Veremos cómo se amplía el número de entrevistadores que se reúnen con criminales aunque con suertes diversas. Y, sobre todo, contemplaremos la extrema relación de los casos investigados y las reuniones con los criminales con la situación personal de dos de los creadores de la unidad, Will Tench (Holt McCallany) y Wendy Carr (Anna Torv).
A lo largo de la temporada, Will Tench deberá enfrentarse a la posibilidad de que su hijo adoptivo Brian (Zachary Scott Ross) pueda tener una personalidad psicopática. De este modo, se introduce en la serie el debate que se ha convertido en lugar común en las investigaciones del comportamiento: un psicópata, ¿nace o se hace?. Una cuestión que desarrollan prácticamente la mayoría de los argumentos del género y que la ficción televisiva presentó en las cuatro primeras entregas de Dexter (Showtime, 2006-2013). Este planteamiento dual, que subyace en todas las entrevistas que Holden y Tench han realizado anteriormente, se personificará presuntamente en Brian. Así, Tench desplegará en sus reuniones carcelarias una batería de preguntas centradas en las relaciones paterno-filiales y elementos genéticos cuyas respuestas contrastará con el comportamiento de su hijo; de igual modo sucederá con la investigación de los crímenes de Atlanta que supondrán un actualización de su situación familiar. Un conflicto interno en el que Tench se debatirá entre sus conocimientos profesionales y su actitud ante la realidad a la que se está enfrentando. Una contraposición extrema que, argumentalmente, tendrá su reflejo en la relación con su mujer Nancy (Stacey Roca) y con Holden, quien no comprende su extraña falta de compromiso con el trabajo; y una contraposición que supondrá para Tench un fracaso personal. Y es que el detective sabe escuchar pero es incapaz de compartir sus sentimientos con los demás en una especie de ocultación de su vulnerabilidad como persona; algo que ya superó Holden en la temporada anterior.
Por su parte, la Dra. Wendy Carr, en ausencia de los detectives principales, empezará a acompañar al detective Gregg Smith (John Tuttle) en las entrevistas carcelarias. La inexperiencia de Smith, quien mostrará un cierto complejo de inferioridad ante los criminales, la llevará a liderar las conversaciones e intentar consolidar su iniciada proactividad en la unidad; un planteamiento que no será bien recibido por el FBI que la relegará a un segundo plano, importante pero oculto. Tal como sucede en el caso de Tench, las entrevistas de Carr con los criminales Paul Bateson (Morgan Kelly) y Elmer Wayne Henley Jr. (Robert Aramayo) supondrán una proyección de su vida privada utilizando, para la creación de empatía con el oponente, vivencias personales relacionadas con la ocultación de la identidad sexual y la necesidad de normalización de la misma como reclama a su pareja Kay (Lauren Glazies). Una invisibilización laboral y un cierto fracaso sentimental reflejo de los esquemas patriarcales de la época pero que, contrariamente a la trayectoria de su compañero, supondrá una epifanía para Wendy.
Así, Mindhunter presenta en esta entrega las dos caras del arte de saber escuchar: la primera afecta a la acción, la segunda al arco de los personajes. Porque es innegable que los miembros de la unidad y los actores que los interpretan se enfrentan a monólogos potentes realizados por mentes criminales que son reales y que desfilarán ante los ojos de los espectadores a los que se exigirá la misma capacidad de atención que a los personajes. Como también será conjunto el interés por las respuestas de estas macabras celebrities, la sorpresa ante la catarsis o reivindicación personal que supone para algunas de ellas y el hipnotismo que ejercen sobre el imaginario colectivo. Buena muestra de ello son los personajes de Ed Kemper, el Hijo de Sam (Oliver Cooper) o Charles Manson (Damon Herriman) quien en la segunda temporada desplegará un discurso panfletario sobre su «familia» totalmente opuesto al que ofrecerá Tex Watson (Christopher Bakus), uno de sus miembros más desgraciadamente famosos. Este interés por el asesinato serial como fenómeno social y mediático se desplegará muy hábilmente en la segunda temporada al desarrollar a lo largo de buena parte de sus episodios el caso de la desaparición de 28 menores negros en Atlanta.
La investigación llevada cabo en Atlanta supondrá una variación narrativa y estética donde la sordidez —y nocturnidad— será sustituida por escenas diurnas en las que los medios de comunicación serán esenciales para la construcción mediática del presunto asesino serial. De este modo, el tono de Mindhunter se transformará radicalmente para convertirse en una crítica ácida en la que los intereses económicos se sitúan por encima de cualquier consideración social , en la que los políticos son totalmente inactivos ante las consecuencias de la marginación infantil y en la que, finalmente, se plantea un racismo bidireccional endémico. Un planteamiento que no se aleja conceptualmente de Zodiac (2007) o de Gone Girl (2014), la última producción de David Fincher, en las que subyacen procesos de decepción personal y, en el caso de Mindhunter, institucional que, sin duda, afectan a los personajes y su posterior evolución.
Pero no sabemos si podremos ver cuál es la trayectoria de los miembros de la Unidad de Estudio del Comportamiento del FBI. Porque, a pesar de que David Fincher «fichara» en su momento a Jonathan Groff y Holt McCallany para cinco temporadas y comente a los medios de comunicación que para cancelarla debería hacerlo muy mal y no es su intención, lo cierto es que Netflix ha cancelado todas las series protagonizadas por héroes Marvel a las que se unen otras como The OA y no se pronuncia ante la posibilidad de cancelación de otras producciones con índices elevados de audiencia como es Glow. Suponemos que es cuestión de tiempo, pero sería una auténtica lástima que Mindhunter no renovara para una tercera temporada. Argumentos y motivos no le faltan para ello.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.