Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«La librería», Isabel Coixet (2017)

Sin duda, Isabel Coixet, tiene oficio, y mucho. Su temple con la cámara es absoluto. Es precisa en los ángulos. Y su mirada busca, encuentra y adora a la belleza. Además, es una rara avis en el olimpo de la cinematografía nacional e internacional. Directora y productora en un ámbito tan masculinizado como el del cine, ha conseguido lo que pocas: superpoblar el imaginario cinematográfico de heroínas. Y esto es un logro en sí mismo.

La Librería, su última película, es buen ejemplo de ello. Basada en la novela homónima de Penélope Fitzgerald narra la historia de una mujer que quiere abrir una librería en un pueblo donde no hay librerías. Situada en un paraje excepcional en el que la realizadora contrapone la asfixia de un pueblo carcomido por un pasado, unas relaciones de poder y miles de secretos, con la abertura de una naturaleza colorida en perpetuo estado otoñal, la escenificación habla por si misma. En los interiores de las casas hace frío. Todo es húmedo. Sin embargo, en el aire abierto, a pesar de las inclemencias de un paraje costero, el viento libera. Toda una metáfora para lo que parece ser la construcción de una heroína que, pese a las adversidades que no logrará superar, pondrá todo su empeño en lograr su sueño: abrir una librería, un negocio propio, un espacio de libertad moral e intelectual. 

viento libera

Es necesario poner en valor lo que una librería y una librera implican en el imaginario cinematográfico. Sobre todo si es una heroína la que la construye y habita. Pues cierto es que un papel como el de la protagonista, el de una librera intelectual y con sed de cultura, lo han tendido a protagonizar más los hombres. Personajes románticos y misántropos; cerrados en si mismos por la iluminación que la cultura y la razón impone; misteriosos y oscuros guías del camino de los hombres hacia el descubrimiento de la razón y el libre pensamiento. Si piensan, seguro que les vendrá un notable ramillete de masculinidades al respecto. Sin embargo, lo de las mujeres suele ser diferente. Recordarán, seguramente, libreras pizpiretas de literatura infantil que se mueven como hadas en un establecimiento parecido a una tienda de golosinas; o libreras, o bibliotecarias más bien, amargadas y carcomidas por la oscuridad pidiendo silencio y conspirando a diestro y siniestro.

Así las cosas, el reto está ahí, en llevar a la pantalla grande la dignidad y la lucha de una heroína, la lucha de una librera, la lucha de una mujer que representa el valor de la cultura y la intelectualidad. Una mujer que, pese a ver frustrado su proyecto, se enfrenta al convencionalismo social y a la acomodación de la clase aristocrática para reivindicar su sueño. Pero lo que a Isabel Coixet le ocurre es que tan cierto es que tiene oficio como que es preciosista. Y a menudo le sucede que su fortaleza estética, en vez de dar soporte a las historias, se las acaba comiendo.     

Las heroicidades femeninas de Coixet siempre han flaqueado un poco en su dramatización. En Mi vida sin mí (2003) o en La vida secreta de las palabras (2005), el melodrama nublaba tanto los ojos, y el martirologio personal de las protagonistas era tan superlativo, que apenas permitía atisbos de admiración a la determinación de las mismas. Incluso en Elegy (2008), adaptación cinematográfica de El Animal Moribundo (2001) de Philiph Roth, escritor machirulo donde los haya, pese a construir planos certeros y reveladores en los que la fortaleza y espontaneidad de la protagonista se come a la debilidad del protagonista, no consiguió subvertir la misoginia latente y evidente del relato.

Elegy
Fotograma de Elegy (2008)

En La Librería, Isabel Coixet hace un despliegue maravilloso de planos largos, quietos, apenas sin ambientación musical. Quizá para buscar cierto ascetismo que dé seriedad y subraye la importancia del empeño y del enorme coraje de la protagonista. No obstante, el subrayado se le va un poco de las manos por la insistencia en enfatizar lo evidente a golpe de un preciosismo estético que empalaga. En este sentido, la voz en off que describe y acompaña las acciones de la protagonista está de más. Incluso hay cierto paternalismo: nadie debería explicar los actos de una heroína pues ellos deberían hablar por sí mismos. Y ahí quizá el error, referirse al texto continuamente cuando lo que empodera a la librera es el contexto. Al final, el relato redunda tanto en sí mismo que da la sensación que estamos ante una fábula y recreación de una heroicidad nostálgica, a modo de film de sobremesa, que no ante una denuncia o reivindicación heroica.

Quizá este es realmente el punto flaco del film, el tener la sensación de qué bajo una puesta estética excelente, su objetivo, sentido y finalidad se pierden. A medida que el film avanza no se sabe si se está viendo la historia de una librera que quiere abrir una librería en un pueblo en el que no hay y no dejan abrir librerías, o un discurso hipster sobre la dignidad de la cultura. Tanto los ropajes, como el subrayado monástico del encuentro entre los protagonistas que se aman en silencio y por pura admiración intelectual, como el hecho de que la editorial “Penguin” sea el elemento de distinción que confiere el valor intelectual de la película, parece que todo está al servicio de un product placement omnisciente en búsqueda de un público que se congratula de su propio valor cultural. Entonces, irremediablemente, la crítica se pierde.

aristocracia

Finalmente, la moralina final, el canto a la esperanza que la directora quiere reivindicar, edulcora tanto la conclusión del film que destruye el intento de construir una heroína que simbolice la denuncia de una historia entre caciques y vencidos, y que denuncie las explícitas o sutiles dinámicas de exclusión social que sufren las mujeres sólo por ser mujeres. No se explica el porqué de la injusticia económica, política y de clase que sufre la heroína. En el film, la librera sufre por lo que parecen elecciones caprichosas, anecdóticas y descontextualizadas de una sociedad tradicional a manos de la aristocracia. Sin más. Una aristocracia que tanto tendrá el papel de coartar sus desafíos como de bendecir su coraje. Una aristocracia ambivalente que tanto castra como apacigua. Pero el film no apuesta por una denuncia real de las relaciones de poder que permiten la elaboración de políticas culturales hechas a medida y conveniencia del mercantilismo neoliberal.  

Decíamos que el reto era este, construir una heroína librera, libre, inteligente, y a contracorriente. De un modo precioso Coixet cuenta esta historia. Vemos a la librera oler y amar los libros en su habitación propia. Pero lamentablemente, el contexto no forma parte de su rebeldía, de su ambición y de su valentía. Sólo su dimensión estética y la pena que nos da que la comunidad no esté preparada para ella. Entonces, lamentablemente, la potencia fílmica e ideológica que supone ver en el Olimpo cinematográfico la imagen de una mujer librera amando y oliendo libros, se diluye en el recuerdo. Sin más. 

Trailer-de-La-libreria-de-Isabel-Coixet_landscape

 

 

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