Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

La irresistible ascensión de Frank Underwood

El viernes día 27 de febrero Netflix publicaba la tercera temporada de House of Cards. Sí, publicaba, o cargaba, o subía a la red la nueva entrega de la ascensión a la presidencia de los Estados Unidos de Frank Underwood.

Porque de eso trata House of Cards. Del proceso de ascensión de cada uno de los peldaños que separan a Frank Underwood y a su esposa Claire de la Casa Blanca. Un camino plagado de obstáculos que deben ser eliminados, como hará Ricardo III de Shakespeare a quien se ha comparado sistemáticamente Underwood, y también Arturo Ui, el gángster trasunto de Adolf Hitler, cuya «resistible» ascensión al poder fue escenificada por Bertolt Brecht en 1941.

House of Cards tiene una enorme deuda teatral. No en vano su creador, Beau Willimon, es autor de teatro y no creemos que sea casual que David Fincher recurriera a él para plasmar la adaptación  de la serie producida por la BBC en 1990. La razón, Farragut North estrenada en 2009; una obra que desarrollaba la codicia por el poder y el coste que supone conseguirla a través de los ojos de un secretario de prensa de una campaña electoral a la presidencia de los Estados Unidos. El resultado para el gran público fue The Ides of March, dirigida por George Clooney en 2012.

Como en Shakespeare y Brecht, a lo largo de las dos primeras temporadas han sucumbido literalmente a las maquinaciones de los Underwood diputados (Peter Russo), periodistas (Zoe Barnes), sindicalistas (Marty Spinella), empresarios (Raymond Tusk), activistas (Gillian Cole), secretarios de estado (Michael Kern), vicepresidentes (Jim Matthews) y el propio presidente de la nación (Garrett Walker). La, según Underwood, sobrevalorada democracia ha sido presentada como un campo de batalla cuyo asalto es cuidadosamente planificado con una estrategia milenaria. El arte de la guerra de Sun Tzu es aplicado de manera escrupulosa o, mejor dicho, sin ningún tipo de escrúpulos: las leyes deben seguir la moralidad de su futuro dirigente que debe utilizar todo el tiempo necesario y tener toda la paciencia del mundo para conseguir su objetivo ayudado por sus seguidores que le deben obedecer ciegamente. Al final de la segunda temporada el objetivo estaba cumplido, algunos de los ayudantes habían sucumbido en la batalla pero eran sustituidos rápidamente por unos nuevos de peor calaña; y Frank Underwood ocupaba, en una ceremonia que solo compartió con los espectadores, el despacho oval. El golpe en la mesa como gesto -o como gestus- de la toma del poder servía para cerrar el segundo acto de la serie.

A  diferencia de la producción de la BBC en la que se basa y que sitúa la acción tras la dimisión de Margaret Tatcher como primer ministro del Reino Unido, la producción de Netflix es atemporal y geográficamente coyuntural. La historia de Frank Underwood puede suceder en cualquier lugar y en cualquier momento. La Historia con mayúsculas será dibujada como un inmenso fresco que presenta la imagen general de la época en el que se mueven los personajes, unos personajes definidos por sus acciones y que mostrarán su faceta más irracional, o no-racional, acercándolos de este modo a la animalidad. Claire Underwood, a quien se ha comparado con lady MacBeth, es una buena muestra de ello.

Asistimos, pues, a una narración de la historia en el más puro estilo brechtiano, en un estilo épico en el que se fusionan el relato de los personajes que mueven los resortes argumentales con el retrato del entorno, de las relaciones humanas, económicas y políticas que condicionan las acciones de dichos personajes. Tal como comentara el autor Lion Feuchtwanger, inspirador de Bertolt Brecht con el que colaboró en algunas de sus obras, «la historia debe completar un fresco épico a la manera de Shakespeare o de Goethe». De nuevo los nombres de nuestros autores se dan la mano, como también se la darán en algunos recursos dramatúrgicos comunes.

La presencia directa de Underwood como narrador desde las primeras imágenes de la serie, como también sucede en  Ricardo III y en Arturo Ui,  hará que el espectador tenga todas las informaciones necesarias para seguir el argumento o sepa las motivaciones de los personajes (los apartes, soliloquios, juicios narrativos, máscara neutra teatral, whassap) pero también obliga al espectador a tener una opinión acerca de lo que está observando. Quizá esta combinación aleje a House of Cards de otras producciones televisivas con argumentos presidenciales. Quizá su escritura y puesta en escena la aleje de las ficciones televisivas con argumentos presidenciales en las que el espectador sabe desde el primer momento quién es el héroe (normalmente el presidente) y quién el villano (normalmente el vicepresidente) y se decanta emocionalmente por uno de ellos (normalmente el primero). En House of Cards no hay héroes ni villanos, tampoco importa mucho esta distinción, pero sí hay una crítica al poder y sus mecanismos que han convertido a Kevin Spacey en invitado imprescindible en debates académicos sobre la moral y la política.

 Hace solo tres días que se iniciaba un nuevo acto -suponemos que por razones de mercado, no será el último-  en el que Frank ya es el dueño y señor de los destinos de su país y del mundo entero. Parte del ciclo del poder ya se ha cumplido. Sin duda, y sin ninguna intención de hacer spoilers, simplemente siguiendo la lógica isabelina-brechtiana los Underwoods deberán enfrentarse a los fantasmas de su pasado y a un Fortimbrás que supondrá una nueva forma de gobierno totalmente diferenciada y también una nueva estrategia para mantenerse en la Casa Blanca

Sea como sea, la ascensión de Frank Underwood seguirá siendo «irresistible»

 

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