La segunda temporada de True Detective, ¿al nivel de la primera?
Durante el verano pasado pudimos disfrutar de la segunda temporada de esta serie que había cosechado un gran éxito de críticas al cierre de la primera. Antes del estreno se nos presentaba la duda de si sería capaz de rayar al mismo nivel que la anterior, y, sobre todo, si sería posible encontrar una figura tan sobresaliente como la del detective Rust Cohle. Pues bien, la serie volvió con fuerza, en esta ocasión no con dos, sino con cuatro personajes principales que se reparten el peso de una trama que poco tiene que envidiar a la de su predecesora, por los distintos motivos que me dispongo a enumerar a continuación.
Si bien es cierto que ninguno de los personajes es capaz de llenar el hueco que dejó Cohle en el corazón de sus seguidores, la suma de todos ellos alcanza, tal vez, a acercarse. El conjunto formado por el detective corrupto Ray Velcoro (Colin Farrell), la investigadora Ani Bezzerides (Rachel McAdams), el oficial de policía y veterano de guerra Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) y el criminal Frank Semyon (Vince Vaughn) da estructura a un puzle cuyas piezas se van uniendo episodio a episodio para dar forma a una trama en la que al final todo parece encajar.
Velcoro vive atormentado por la violación de la que fue víctima su ex mujer. El hasta entonces detective de moral intachable desconoce si su hijo fue fruto de dicho episodio, y esto lo conduce a transitar el camino de la autodestrucción a través del consumo de alcohol y otras sustancias, además de frecuentar compañías poco recomendables que pondrán en entredicho su integridad moral. Resulta particularmente interesante la plasmación de la relación que mantiene con su hijo, ya que acerca al espectador a la parte más humana del personaje.
De Bezzerides sólo sabemos que es una mujer dura e independiente, aunque a medida que se suceden los episodios aprendemos que hay algo más detrás de su coraza. Algo similar sucede con el oficial Woodrugh, joven veterano de Iraq i Afganistán, víctima no tan solo de las secuelas de lo vivido en el campo de batalla, sino también de un secreto que guarda y que no le permite llevar una vida satisfactoria.
Semyon, por su parte, es un criminal venido a más que pretende entrar dentro de los parámetros de la legalidad y dejar atrás un pasado plagado de acciones delictivas, pero que ve su sueño truncado cuando Ben Caspere—el tipo a quien había confiado una gran suma de dinero para llevar adelante un ambicioso proyecto inmobiliario—aparece muerto junto a una carretera, hecho que origina el inicio de la investigación.
Ya lo dijo Cohle en unas de sus célebres frases: “El mundo necesita hombres malos. Somos los que mantenemos a raya a los otros hombres malos.” Y esto es precisamente lo que encontramos en sus sucesores; personajes grises, con claroscuros, atormentados, golpeados por el pasado, capaces de lo mejor y de lo peor dependiendo del contexto. En cualquier caso no son héroes al uso; la tendencia a la desviación moral del ser humano está de nuevo muy presente en la serie.
Nic Pizzolato parece sugerir que solo ciertas personas son aptas para realizar cierto tipo de trabajos; personas dispuestas a meterse de lleno en el fango, porque se saben sucias de antemano. Cada personaje tiene una historia a sus espaldas, y vamos desgranando cada una de ellas paso a paso, de modo que el componente personal es de gran importancia a lo largo del desarrollo de la investigación en curso, como ya lo era en la primera temporada.
Uno de mis grandes temores era que la ambientación de la nueva temporada en una nueva localización—la ficcional ciudad industrial de Vinci, en California—significara la pérdida del componente de misterio, oscurantismo y opresión que caracterizaba a la Lusiana de Rust Cohle y Marty Hart, y tal vez sea este el ingrediente que más se añora. En su lugar encontramos una dimension mucho más melancólica que se manifiesta especialmente en los encuentros entre Velcoro y Semyon en un bar de mala muerte, donde se desarrollan sus conversaciones entre sombras y música afectada interpretada por una chica a la guitarra que parece hacer las veces de conciencia de Velcoro. Sublime representación de la corrupción y decadencia de los personajes, aunque también de su sufrimiento.
La elección de una ciudad industrial no es casual, ya que uno de los grandes pilares de la trama es el afán de controlar terrenos edificables. Este deseo se ve plasmado en una serie de altos cargos—además de los mafiosos de turno, que se aprovechan de la corruptibilidad de los mismos—que tratan de hacerse con el dominio del máximo territorio posible en el que poder asentar sus negocios. Se trata de una aútentica Sin City, construída desde sus cimientos con el objeto de favorecer a los poderosos, y donde la corrupción aguarda tras cada esquina. Ni siquiera el alcalde de la ciudad se salva. Ambas temporadas se asemejan en esta crítica directa de la inmunidad de la que gozan aquellos asentados en puestos de privilegio—los politicos, los ricos, la gente de linaje. Estos son los auténticos “malos” a los que se refería Cohle, los que deben ser detenidos. Son capaces de cualquier argucia con tal de obtener beneficio económico o poder. A esto se añade una trama de reuniones orgiásticas con hombres de prominencia social y prostituas—a las que drogan previamente—como protagonistas.
Es también interesante que en ambas temporadas la investigación parece llegar a un punto muerto debido a las fuertes presiones ejercidas desde las sombras por estos indeseables. En el caso de esta segunda temporada, la investigación se detiene durante un lapso de dos meses, pero al final la voluntad de aquellos que podríamos apodar cariñosamente como nuestros “malos buenos” se impone. Están dispuestos a sacrificarlo todo, y eso les redime de su bagaje anterior. Y, de todos modos, ¿quién puede decir de si mismo que es un santo? Admitámoslo; el héroe de reputación intachable ya cansa.
En definitiva, esta segunda temporada de True Detective mantiene gran parte de los ingredientes que encumbraron a su antecesora y por ello no defrauda en términos generales, aunque tal vez esté un peldaño por debajo. ¿La razón? Rust Cohle sólo hay uno.