Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

La senectud, protagonista en «Old Man’s Journey»

El pasado 18 de mayo vio la luz Old Man’s Journey, que nos llegaba de la mano de la desarrolladora y distribuidora Broken Rules. Se trata de un videojuego indie que viene a confirmar la tendencia actual en esta esfera que se aleja de la de las grandes producciones de aprovechar el potencial del medio del videojuego para ofrecer experiencias ante todo narrativas y, en mayor o menor medida, que también pretenden conducir a la emotividad y a la reflexión. Debido a estas características Old Man’s Journey se destaca como un videojuego con un marcado aire contemplativo, en el que la acción no es precisamente uno de sus elementos a destacar.

El protagonista es un anciano de barba blanca que, armado con su bastón y con su mochila a la espalda, recorre una serie de decorados que rápidamente atrapan el ojo del jugador, y es que el componente artístico es sin lugar a dudas lo más destacable en OMJ. El apartado técnico es original, plagado de tonos pastel, y por momentos da la sensación de que estamos recorriendo un cuadro, saltando de un lienzo a otro. Esto, unido a las armoniosas melodías que acompañan a este espectáculo visual, proporciona una sensación de paz y tranquilidad. Los sobresaltos no tienen lugar en esta obra, hasta el punto en el que puede llegar a exasperar a ciertos jugadores, acostumbrados a otro tipo de obras.

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Pese a que la mayoría de decorados están plagados de tonos cálidos, en ocasiones las inclemencias del tiempo propician que la escena se ensombrezca.

En cuanto a la mecánica de juego, el jugador tan solo puede ejecutar dos tipos de acciones. Su principal cometido es moldear el escenario para facilitar la progresión del protagonista de esta historia. Si, por ejemplo, nos encontramos ante un decorado poblado por tres montañas, podremos modificar la altura de las mismas hasta que converjan, posibilitando así el salto de una a otra. En otras palabras, nuestra misión consiste en unir puntos en pantalla. La dificultad va en ascenso, de tal modo que mientras que al principio de la aventura puede resultar obvio lo que debemos hacer en cada momento, hacia el final los retos son mayores; las conexiones más difíciles de establecer.

El segundo componente interactivo se basa en la posibilidad de hacer clic izquierdo sobre algunos elementos del decorado. De este modo podemos desencadenar algunas micro acciones, como hacer croar a una rana, encender el motor de un coche, tocar a la puerta de una casa, encender un faro, o movilizar a un rebaño de ovejas para que dejen de obstruirnos el paso. Y si algún pero podemos ponerle a OMJ es precisamente este. Si bien su mecánica es original (al fin y al cabo, es más el poder de influencia que tenemos sobre el decorado que el que tenemos sobre el personaje en sí mismo, y eso es ciertamente innovador) el jugador puede llegar a tener la sensación de ir sobre raíles en esta aventura.

El auténtico foco de atención recae sobre la historia, el elemento visual y el apartado sonoro. Esto se está convirtiendo en una constante en gran número de producciones indie, en las que se pretende ofrecer una experiencia reflexiva. En esta ocasión, el viaje del protagonista nos lleva a preguntarnos necesariamente acerca de las diferentes fases de una vida. La memoria, el amor, el arrepentimiento, la pérdida o la esperanza son algunos de las emociones evocadas. El mensaje central parece ser que nunca es demasiado tarde para emprender un viaje, o para desandar el camino recorrido y resarcirse de los errores del pasado. En otras palabras, la senectud no es una enfermedad que nos deje impedidos, y siempre existe la posibilidad de retomar aquellas empresas que quedaron inacabadas.

De este modo, descubrimos más acerca del personaje a medida que la aventura avanza. Cuando alcanzamos ciertos puntos del decorado, este se sienta, descansa, y se activan recuerdos de su pasado que se manifiestan en pantalla en forma de imágenes estáticas que representan una escena. En todas ellas el motivo es el mismo: la familia. Este es el gran pilar argumental de OMJ, que, al fin y al cabo, es la historia de un anciano y de los recuerdos que pueblan su mente. Estos están estrechamente relacionados siempre con tres ejes centrales: su esposa, su hija, y sus ansias de surcar los mares. Su necesidad vital de viajar es la que amenaza la estabilidad del hogar, por lo que nuestro protagonista debe tomar una decisión en cierto momento de su vida. Toda esta información el jugador la recibe en forma de flashbacks, desenterrando las pepitas de oro a medida que avanza en la aventura.

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Al avanzar en la trama se desbloquean imágenes estáticas que evocan momentos cruciales del pasado del protagonista.

En conclusión, podría decirse que OMJ es un videojuego de mecánica original, con un apartado visual muy cuidado y una banda sonora que acompaña. Sin embargo, una vez más da la sensación de que muchos de los lanzamientos indie que se producen en los últimos tiempos lo hacen bajo la bandera del videojuego, pero, paradójicamente, aportan poco al apartado de la interacción. La narrativa y el componente visual (por el que tanto criticamos a los blockbusters, y al que sin embargo tantos videojuegos indie recurren también para captar la atención del jugador) suelen destacarse como las piezas claves de muchas de estas obras. Quizás necesitemos algo más en lo que a la simulación se refiere.

 

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