Los espías que no vinieron exactamente del frío: «The Man from U.N.C.L.E».
El 14 de agosto de 2015 se estrenaba en las pantallas The Man from U.N.C.L.E., la última producción de Guy Ritchie, el director británico nacido en 1968 cuyo matrimonio y posterior divorcio de la cantante Madonna eclipsó parcialmente su figura como artífice de películas como Lock, Stock, and Two Smoking Barrels (1998), Snatch (2000), Swept Away (2002) o RockanRolla (2008) y cuyo reconocimiento por parte de las audiencias se recuperó gracias a las dos entregas protagonizadas por Robert Downey Jr. y Jude Law en la particular visión del personaje de Sherlock Holmes en la que la ficción criminal se mezclaba con una estética contemporaneizadora y en las que el punzante sentido del humor va a ser del todo relevante, tres características que también tendrá buena parte de su producción anterior. Pues bien, esto será justamente lo que encontremos en The Man from U.N.C.L.E y, debo reconocerlo, lo que a mí me encandiló desde las primeras imágenes de la película. Debo reconocerlo, el film de Ritchie, se ha convertido en parte de mi top ten cinematográfico, por muchos motivos, algunos de ellos -debo confesarlo- ciertamente nostálgicos porque la serie de los sesenta en la que se basa forma parte de mi vida, como seguramente de la de alguno de los lectores de este post.
The Man from U.N.C.L.E es el trasvase a la gran pantalla de una serie de televisión norteamericana del mismo título producida por la Metro Goldwyn Mayer, creada por Sam Rolfe y emitida por la cadena NBC desde 1964 hasta el momento de su finalización en 1968 en la que, en pleno auge de la Guerra Fría, asistimos a la creación de una organización internacional de espionaje en la que, bajo la dirección del británico Alexander Waverly, trabajarán un estadounidense y un georgiano: sus nombres, Napoleon Solo e Ilya Kuryakin. Ambos tendrán que colaborar en la salvaguarda de la humanidad, amenazada por la malvada organización THRUSH, dejando atrás las diferencias políticas marcadas por los bandos que luchan por la supremacía del poder y ambos deberán intentar reconciliar sus personalidades totalmente divergentes. Una temática que desarrollarán de manera similar aunque con tonos muy distintos otras ficciones televisivas (baste recordar Get Smart con Kaos y Control) y, de manera especial, las primeras producciones cinematográficas protagonizadas por el James Bond por excelencia, Sean Connery, porque no en vano Ian Fleming contribuyó a la concepción de la serie.
Sin embargo, y a pesar de que Ritchie va a seguir de manera esencial la premisa de la ficción televisiva que acabamos de esbozar magistralmente resumida en los espectaculares títulos de crédito de la película, The Man from U.N.C.L.E va a ir más allá de la mera previsibilidad de los argumentos que podamos imaginar de una narración en la que los dos supuestos héroes antagónicos acabarán forjando una amistad duradera. Si el film siguiera de este modo, no tendría nada de sorprendente, y la película lo es por muchos motivos. El primero de ellos, la cuidadísima puesta en escena de las andanzas de los personajes que, sin duda, debemos calificar como de neobarroca en la que la reproducción del glamour de la década de los sesenta europea va a construirse a través de elementos icónicos reconocibles por las audiencias: la sofisticación de la moda (no solo con el vestuario psicodélico y yeyé lucido por los personajes de Gabby Teller y Victoria Vinciguerra sino especialmente por la estrafalaria discusión entre los dos héroes masculinos acerca de la marca de complementos que debe acompañar a la ropa femenina), la reinterpetación de lugares e imágenes asociados a filmes emblemáticos (las fuentes romanas de la Dolce Vita y la vespa de Roman Holiday) y, de manera especial, la utilización de la música como elemento de contraste a la acción (con la más que estupenda persecución en lancha con la balada romántica «Che vuole questa musica stasera» del habitual del Festival de Sanremo, Peppino Gagliardi). Una visión precisa de los tópicos de la época en que transcurre la trama que se combinará con escenas en split screen para mostrar en pocos segundos un ataque a la fortaleza Vinciguerra en el más puro estilo de un videojuego de acción. En definitiva, un collage cultural en toda regla.
El segundo, y el más importante, el perfecto diseño de los personajes. En este punto es donde Ritchie se alejará de manera estrepitosa de la serie televisiva. Mientras el Napoleon Solo televisivo va a ser la faceta más amable de James Bond con el que compartirá sus dotes de seducción, elegancia y destreza en el uso de los vehículos más extraños además de ser un perfecto conocedor de la poesía inglesa, el Napoleon Solo cinematográfico (Henry Cavill) quien también es encantador y womanizer, va a ser configurado como un soldado americano que, tras la segunda guerra mundial, se dedicará al robo de obras de arte por las que será encarcelado y que justamente permutará su condena por la colaboración con la CIA en actividades de espionaje. Por su parte, el intelectual, enigmático y Doctor en Mecánica Cuántica por la Universidad de Cambridge televisivo Ilya Kuryakin va a convertirse en un rudo y psicótico personaje (Armie Hammer) con accesos violentos debidos a un pasado familiar turbulento que lo llevó a vivir en un campo de concentración soviético y a ser reclutado por los servicios secretos del país. Una pareja de perdedores muy alejados de los originales televisivos interpretados por Robert Vaughn y David McCallum con los que solo compartirán la perfecta construcción contrastiva de los personajes y su más absoluta química. Y a ellos se unirá la tercera agente en discordia, la alemana Gabby Teller (Alicia Vikander).
Sin duda en cualquier película protagonizada por dos fornidos espías masculinos se hace imprescindible la existencia de un contrapunto femenino que suele ser objeto de disputas sexuales. Este cliché del género es asumido por Guy Ritchie quien lo modificará considerablemente (de manera especial el referido al elemento sentimental) al tiempo que recuperará el concepto de la serie spin-off de The Man from U.N.C.L.E, que no es otra que The Girl from U.N.C.L.E (1966-67) protagonizada por Stephanie Powers quien, en un intento de contrarrestar el androcentrismo de la serie original, dará vida a la agente April Dancer creada también por Ian Fleming. Sin embargo, frente a la insulsa, fashion victim y damisela en apuros April, Gabby Teller será una mujer especialista en mecánica y en reparaciones de coches de carreras al tiempo que una más que eficaz espía-por-un-día para descubrir el paradero de su padre, un científico nazi capaz de construir una bomba de neutrones que puede caer en manos del enemigo. Estas características la acercarán, sin duda en un nuevo guiño temporal de Ritchie, mucho más al tipo de agente femenino de producciones de los sesenta con Emma Peel de The Avengers (1965-1968) a la cabeza con la que compartirá destrezas y cerebro, cosa que no parecen tener sus compañeros de aventuras y su jefe, Alexander Waverly (Hugh Grant) quien, a su condición de gentleman británico, añadirá la etiqueta de alcohólico. En definitiva, la organización que debe salvar la humanidad estará formada por un equipo de perdedores, de antihéroes por definición tal como vemos en los títulos de crédito finales que resume de manera magistral la premisa de la película: el origen de U.N.C.L.E.
The Man from U.N.C.L.E es una buena muestra de la traslación de la ficción televisiva criminal de la década de los sesenta y setenta a la gran pantalla con recorridos bien procedimentales (The Avengers, The Fugitive, Wild Wild West o The Untouchables) bien serializados (con las sucesivas entregas de Mission: Impossible) que intentan, por una parte, condensar las historias televisivas al metraje del cine y, por otra, acercar sus contenidos a las audiencias contemporáneas. Guy Ritchie no intenta ni una cosa ni otra, simplemente conserva la esencia de los argumentos y personajes televisivos dando una vuelta de tuerca estética y conceptual para ofrecemos un producto contemporáneo en el que los valores maniqueos son subvertidos acercándolos a la postmodernidad. Así debe entenderse The Man from U.N.C.L.E y así debe entenderse ese final abierto a más de una entrega con argumentos que, seguramente, seguirán los más absolutos tópicos del género del espionaje pero que, también con toda seguridad, servirán para profundizar en este magistral equipo de loosers que tienen todos los defectos del mundo y que, justamente por eso, son extraordinariamente atractivos. Esperemos que no tarde mucho en llegar The Man from U.N.C.L.E 2.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.