«MacBeth», la atmósfera shakespeareana llevada a la pantalla.
La 68 edición del Festival de Cannes supuso la andadura oficial del MacBeth dirigido por Justin Kurzel, este australiano nacido en 1974 que, además de ser responsable de uno de los cortos que componen The Turning (2013), tan solo cuenta con una película en su filmografía, Snowtown de 2011. Un director que se enfrentaba a un más que potente texto shakespereano y que se está enfrentando a la versión cinematográfica del videojuego Assassin’s Creed cuyo estreno está previsto para 2016. Dos retos estos últimos que comparte con el actor Michael Fassbender y con su compañera de reparto, Marion Cotillard.
Pero volvamos a nuestro post. Uno de los méritos de la película es justamente la elección del texto. Frente a las innumerables versiones/adaptaciones/transposiciones de Romeo y Julieta -que van desde la utilización de actores de edades semejantes a los de la obra original (Zefirelli) hasta su ubicación en la contemporaneidad y los medios de comunicación (Luhrman) pasando por la interculturalidad (Robert Wise, Rovira Beleta)- y especialmente de Hamlet – con sus personajes inmersos en laberintos (Olivier), reconstrucciones casi literales (Kozintzev), desfases de edad (Zefirelli) o genéricamente híbrido (Branagh)- encontramos poquísimos MacBeth.
La llamada tragedia del poder, o mejor dicho, el proceso de transformación moral de un guerrero escocés al que tres brujas pronostican su ascensión al trono así como las acciones de este guerrero para hacer que estas profecías se cumplan con la inestimable ayuda de su esposa, tan solo cuenta con tres películas que se mantienen en el imaginario colectivo cinematográfico: la selectiva de Orson Welles (1948), la mítica e intercultural de Kurosawa (1957), y la más gore de Polanski (1971). Bueno, además de la serie House of Cards cuyo protagonista Kevin Spacey eligió a Robin Wright para ser su «lady MacBeth particular».
Y si la elección del texto es un acierto, también lo es la puesta en escena que propone Kurzel quien va a mantener a lo largo del film la atmósfera ritual del texto shakespeareano, una atmósfera brumosa y extraordinariamente densa por la que deambularán los personajes y que condicionará su transformación no tanto en tiranos como en alimañas que intentan sobrevivir. Porque, sin duda alguna, los elementos que desplegará la película están en el texto del autor isabelino: el espacio vital como personaje, el mundo de la superstición, el concepto de destino que encarnarán las «brujas fatídicas» y que forman parte del paisaje, la configuración de los personajes y su arco -siguiendo una terminología contemporánea- y, de manera especial, la admirable estructura dramatúrgica que despliega William Shakespeare que, aún siendo extraordinariamente literaria, presenta un más que potente aparato visual que facilita enormemente la traslación de sus obras al cine, aunque muchos directores no sean conscientes de ello. No es el caso.
Desde las primeras escenas de la película hasta la magistral escena final en la que el proceso del ritual fatídico se renueva (no diremos de qué manera aunque, dado que todo el mundo sabe cuál es el argumento de la obra, aquello de «atención spoiler» no tiene aquí ningún sentido) espectador y personajes se hallan literalmente en un entorno hostil. La inmensa dirección de fotografía de Adam Arkapaw -director también de la primera temporada de True Detective– traslada literalmente al espectador a las brumas escocesas y al sangriento campo de batalla que se demostrará el auténtico hábitat de MacBeth, pero no solo hace eso sino que esa conversión del espacio en personaje tendrá un profundo efecto sinestésico donde el espectador es capaz de sentir el frío, la humedad y, especialmente, la densidad de la tragedia que se está iniciando/ acabando de la que somos partícipes.
Un entorno hostil pero también mágico que, además de cobijar las tres consabidas brujas, va a configurar a cada uno de los personajes centrales de la obra desde una perspectiva absolutamente introspectiva e intimista a la que no es ajeno el espacio; en esta ocasión un espacio absolutamente despojado de cualquier elemento innecesario y que servirá para dar volumen a los procesos de los personajes: la paranoia de MacBeth y la extrema soledad de Lady MacBeth. Un tratamiento este que, sin duda, sería del agrado de Shakespeare y que tanto recuerda a los magistrales montajes de Peter Brook -tanto de su Hamlet como de su Mahabharata– en los que la interpretación actoral constituye la auténtica esencia del teatro y, en nuestro caso, del cine.
Así, Michael Fasbbender encarnará de manera extraordinariamente potente el proceso de degradación mental de un MacBeth que, de ser un bravo guerrero en las primeras escenas que pueden presagiar otro tono para la película, se verá perseguido literalmente por sus fantasmas, no solo los de las personas a las que ha asesinado como manda el canon sino de los soldados de su ejército que han muerto en el combate y que actúan a modo de recordatorio de su auténtica personalidad. Alucinaciones, pues, y tal como dice el propio texto, «una mente llena de escorpiones». La magistral escena del banquete al que asiste el difunto Banquo es definitoria: los comensales están estáticos, como auténticos muertos vivientes, contemplando los delirios del rey. MacBeth no será, pues, un tirano en esencia sino un paranoico en su sentido estricto. Una paranoia que alcanzará también a su esposa.
Porque Lady MacBeth no será en el film aquella arpía ambiciosa que es capaz de hacer cualquier cosa por el poder, con un fuerte ascendente sexual sobre su esposo, y cuyos remordimientos -por llamarlo de algún modo- la llevarán al suicidio. Bien al contrario, la película nos ofrece desde las primeras escenas en las que aparece una estéticamente frágil Marion Cotillard a una Lady MacBeth que es la correa transmisora de la superstición representada por las brujas que se entremezclará con la religión en una fórmula que nos recuerda a esos seres supremos siniestros de series como Penny Dreadful (Madame Kali) o American Horror Story (Fiona Goode). Pero esta idea de lo que se ha dado en llamar el postmodern sacred se verá rápidamente abandonado para dar lugar a un personaje eminentemente solitario, rechazada por su marido, que asiste a su proceso de degradación y que tendrá como elemento esencial el recuerdo de su hijo muerto a cuyo entierro asistimos en la primera escena de la película. Una configuración esencialmente diferente del estereotipo transmitido secularmente que, sin embargo, no acaba de ser diseñado correctamente en la película de Kurzel. Algunas escenas más no hubieran sobrado.
Una propuesta, en definitiva, más que importante y que, desde nuestro punto de vista, recoge la esencia del texto shakespeareano, incluso transformándolo en una historia cíclica al modo de las tragedias reales del autor de Stradford. Nos atreveríamos a decir que capta la esencia de muchas obras de Shakespeare. Y así lo ha entendido la crítica de la que ha dicho no sólo que «Fassbender was born for this» sino que ha elogiado la significante aportación de la propuesta de Kurzel. Algunos comentaristas, los menos, la tildan de tediosa y de fracaso. A estos últimos les recomendaríamos un segundo visionado de MacBeth, sin ninguna duda.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.