Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Mary Shelley» y el peso del romanticismo.

Una de las virtudes de este film, casi sin duda, es que cualquier adolescente, después de verlo, se lanzará desbocadamente a leer Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, uno de los libros que inició el género de la ciencia ficción más espectaculares que hayamos leído jamás. Lamentablemente, no lo hará por la promesa de su género literario, ni por descubrir que emerge de una de las mentes femeninas más subversivas del romanticismo. Lo hará, y lo que sigue intentará explicar el prejuicio de esta tesis, por qué Mary Shelley de Haifaa al-Mansour (2018) aspira mucho más a parecerse al drama romántico de The Twilight Saga que no a un biopic que reivindique y celebre tal figura literaria.

Es sabido, y no hay censura en ello, que la ficción fabula con la realidad. Por tanto, no es conveniente juzgar un film por su grado de realidad. Pero quizá sí lo es juzgarlo por su grado de veracidad. Que la historia no nos chirríe, aunque, premeditadamente, alteremos el orden de los acontecimientos de una vida que existió para que ésta sea escenificable y relatable según las convenciones cinematográficas. Por ello, hay siempre cierta responsabilidad en cómo se construye esta veracidad. De qué modo se elige explicar el valor de una historia, una protagonista, un hecho real. Tratándose de un biopic, esperamos siempre que de la pantalla trascienda cierta complicidad con su protagonista. La narración, el tono, el género, son herramientas que se emplean para construir esta complicidad. Y el equilibrio entre realidad y dichos elementos es el reto para que la responsabilidad del film se cumpla. Pero cuando la convención manda, se corre el riesgo de que el panfleto de género emerja. Mary Shelley es un claro ejemplo de este desequilibrio. En este film, claramente, la convención se ha comido a la protagonista.

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Resulta paradójico que precisamente sea el romanticismo, contexto con el que tanto se peleó Mary Shelley en vida, sea el que en el film logra ningunearla. Es verdad que su biografía tiene todos los ingredientes para construir un melodrama: marcada por la culpa de provocar la muerte de su madre Mary Wolsttonecraft por complicaciones en el parto; enamorada del poeta romántico Percy Shelley, con quién se fuga sabiendo que ya ha abandonado a su primera mujer e hijos; eligiendo una vida, junto con su hermana Claire, con la que rivalizará por Shelley, que infringe todas las normas sociales; defender una vida alejada de lo que la sociedad ha pensado para las mujeres; (mal)viviendo por Europa y codeándose con intelectuales peligrosos como Lord Byron; defensora de ideas revolucionarias en la época y creer en la sexualidad y el amor libre; publicar tan solo con 19 años y tener que hacerse valer en un mundo de hombres. Y mil detalles más, nada despreciables, que la pueden convertir en una heroína romántica. Aun así, fíjense en lo insurrecto y contestatario de sus decisiones. Si de un héroe se tratara, y aunque sólo sea por convención, el valor de su mística, racionalidad, y lo valeroso de su lucha serian celebrados. Pero en este caso, hay algo que en el film no se calcula, y es que todo lo político, todo lo legítimo, todo lo subversivo de toda esta vida elegida no se explica. En el film prevalece lo espectacular por encima de lo importante.

En un principio, el planteamiento parece que tiene la intención de defender a la heroína como lo que era: una mujer que con apenas 17 años elige vivir una vida que su momento histórico no prevé. Tal como hiciera Sofia Coppola con Marie Antoinette (2006), que para combatir el estigma de la gran femme fatale que llevo a Francia a la miseria, la retrató por lo que era, una adolescente. Pero el reto que plantea Coppola no se logra en el film que nos ocupa.  En el biopic de la reina francesa, las grandes dosis de fabulación en contenido y forma no entorpecen una reivindicación legítima de esta figura histórica. En este caso, realidad y ficción se equilibran al ser narrada más como un videoclip que no bajo la convención de un film histórico. Y en ello hay algo de justicia, la reparación de una (mala) reputación históricamente construida. Sin embargo, en Mary Shelley, la narración escogida no repara lo injusto de la reputación de Shelley, la “loca enamorada”, o el silencio-invisibilidad histórica de una mujer pionera en su tiempo. El film se traza y plantea como una novela de amor adolescente, y en ello no se establece un equilibrio entre lo potente de la heroína con la convención del género.

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Su representación en el film ahoga su personalidad. Al final del film la protagonista podría ser cualquiera pues, lamentablemente, Mary Shelley no trasciende a la historia de amor. Tanto su puesta en escena de un estilo gótico refinadamente estético, como el modo en el que se ordena el relato, contribuyen a ello. En el film, Mary Shelley, tal como afirma el ideario del romanticismo, es pura pasión intuitiva, no racional. Las decisiones que toma son más fruto del ímpetu y del enamoramiento, que no un proceso racional por el que romper las convenciones sociales. Ahí están sus diarios que así lo racionalizan y explican. Pero de toda su subversividad ideológica, que fue tanto social como política, feminista; su angustia acerca del poder y el destino del ser humano; su condena a la esclavitud que tan bien puede leerse en su obra principal; su capacidad de análisis que le permite crear personajes de un poliédrico psicológico espectacular; hacer constar que su fortaleza ni empieza ni acaba ni con Percy Shelley ni con Frankenstein. De todo ello, ni rastro en el film.

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En el film se dibuja a una heroína totalmente plana, que ni siente ni padece ni se enfada, y cuya faceta creativa se relata más como un juego que no como vocación. Parece que todo pueda soportarlo por amor y no por que defienda un estilo de vida propio. Parece que su libro capital lo escriba por desolación, y no por una fascinación por las ciencias naturales y una visión fatalista de la vida, en la que el abuso de poder de los humanos la sobrecoge. Y aquí es donde el film va perdiendo su capacidad reivindicativa o de dibujar a una heroína real, que existió. Una heroína veraz.  Además, a pesar de que el film recrea de un modo nada creíble un par de escenas en las que ella defiende el ser mujer, tamaña osadía social se reserva a ser reivindicada por Percy Shelley. Será él quien defienda ante los hombres y ante el mundo que la autora del libro que se vio forzada a publicar anónimamente es ella. Y tras la confesión pública, llega, como no podría ser de otro modo, el perdón a Mary. No sólo supera el ostracismo social, sino que su padre, el reputado intelectual William Godwyn, la perdona y empieza a admirar. De este modo la convención narrativa acaba conviertiendo a Percy Shelley en héroe y a Mary Shelley en la pasiva rescatada.

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Sí, la película funciona si nos aproximamos a ella como lo que es, una película romántica. Ahora bien, cabe lamentar que se reduzca o que se instrumentalice la realidad de Mary Shelley para escribir una heroína romántica. Parece que a la hora de fabular con personajes históricos femeninos aun nos cuesta conseguir narrar sus vidas fuera del prejuicio de lo que significa ser mujer. Basta recordar el biopic de Sylvia Plath (Sylvia, Cristine Jeffs 2003), retratada como una mujer loca y dependiente. Basta recordar el biopic de Iris Murdoch (Iris, Richard Eyre 2002), narrada desde el lamento y pérdida de su demencia senil. Basta recordar el film Sufragette (Sarah Gavron, 2015) que narra la lucha del feminismo y la justicia universal bajo la forma del melodrama y no del drama bélico. Siempre a través de la pérdida, nunca a través de lo que se aporta o subyace a la existencia de tales supermujeres.

 

 

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