«Masters of Sex»: La sexualidad en tiempos de hipersexualización.
Hoy por hoy, apenas hay relatos mediáticos que no presuman de tener y explotar uno de los ingredientes más rentables del imaginario cultural contemporáneo: el sexo.
Desde los realities más ‘edredonianos-carpetobetónicos’ a los nuevos formatos televisivos ‘tenga usted una cita en 3h’ o emparéjese con su alma gemela; desde la publicidad de toda la vida que vive de las mujeres objeto, a la publicidad que nos anima a celebrar la cama a todas horas; desde la explotación de plataformas virtuales de porno casero a los spams que te invitan a ‘conocer a Ana, Laura, Melody….’, pasando por las webs de citas y manuales virtuales de infidelidad; todo un corolario mediático, al fin, que promueve la idea de que el sexo hoy es uno de los discursos más democratizadores mediante el que socializarnos y procurarnos una identidad cultural.
Entonces, en un momento en el que nuestro imaginario cultural ha alcanzado unas cotas de saturación sexual considerable, la producción de “Masters of Sex” nos parece de lo más intrigante. Nos sorprende que desde este universo de ficción televisiva de calidad, se haya apostado por desentrañar los comportamientos fisiológicos y emocionales del sexo. Es decir, hablar de sexualidad.
Cómo decíamos, no hay nada nuevo en descubrir que el sexo rige y manda. Tantas y tantas series podríamos nombrar en las que el sexo siempre ha sido parte y intercambio de relaciones de poder. Tantas otras, que lo han recreado para ilustrar el uso de la libertad y expresión humana. Quizá, series como “Sex and the city” (HBO 1998-2004) e incluso la controvertida “Grils” (HBO 2012-), sí han supuesto cierta novedad y atrevimiento al representar lo importante de la sexualidad en cuanto a la regulación de nuestras relaciones sociales desde un intento de empoderamiento feminista -aunque no siempre estemos de acuerdo con los resultados, ni a nivel de representación ni de relato-. Pero tal como afirma Feona Attwod (2006), en esta cultura cada vez más sexualizada, a la que Brian McNair (2002) no duda en llamar la cultura del streaptease o la pornification, “Masters of Sex”, al menos en su primera temporada, sirve y recrea la sexualidad humana como un plato frío entre tanto imaginario erótico e hipersexualizado.
Desde el sofá, ante la promesa de ver una ficción que nos hable de los comportamientos sexuales humanos, el placer espectatorial espera recrearse en un imaginario erótico o pseudopornográfico en el que el retozar, frotar, suspirar y gritar forme parte de su puesta en escena. Gracias al imperialismo de la imagen al que hoy andamos somitidas, así es cómo hoy tendemos a imaginar, entender y aprehender la sexualidad humana: despojada de todo sentido científico y analítico, y despojada de aquellos aspectos que tienen que ver con la salud sexual y reproductiva. De un modo más sencillo, hoy, más que hablar de sexualidad hablamos de sexualización. Para ser fieles a la verdad, debemos decir que la serie no pierde la oportunidad de recrearse en escenas de sexo imaginadas desde el canon del erotismo contemporáneo. No son pocas las relaciones sexuales que se suceden en camas y asientos traseros de coche. No son pocas las ocasiones en que observamos las expresiones de placer y sorpresa ante el descubrimiento de orgasmos, posturas y técnicas sexuales. Y todo ello con una estética muy cuidada, a nivel iconográfico –tal como manda el canon- compuesta por bocas entreabiertas y espaldas arqueadas. No obstante, “Masters of Sex” también tiene tiempo para recuperar el espíritu científico desde el que abordar la sexualidad humana y recrea otra serie de relaciones sexuales que tienen lugar en camillas de hospital. Y he aquí la increíble incomodidad –incomodidad que nada tiene que ver con el remilgo, creedme-, con la que nos enfrentamos a coitos protagonizados por humanos enchufados a cajas de biorritmos; a masturbaciones gozadas con un dildo gigante y luminoso con un orificio que permite observar en primera línea como se contrae el útero; al descubrimiento de enfermedades genitales y a declaraciones de impotencia sexual que dan cuentas de lo importante que es la sexualidad para una vida amable y saludable; a la revelación de infinidad de testimonios que desnudan sus fantasías y experiencias sexuales ante los ojos imperturbables de la ciencia.
Quizá esperábamos que se nos hablara del placer sexual al uso: según pactos eróticos románticos -masculinizados históricamente-, o mediante una supuesta subversión y liberación sexual que bebe del imaginario porno -masculinizado también históricamente-. Imaginario, insisto, que por saturación hoy define y determina qué es la sexualidad humana. Pero ante la exposición pura y dura de la sexualidad humana, es decir, como si de una actividad fisiológica se tratara, la promesa que la serie sugiere se desvanece y nos interroga. Y más cuando la ficción procura un espacio para dar voz a las prostitutas –más caricaturesco de lo que me gustaría, la verdad, pues nuestro imaginario aun no sabe muy bien como representarlas- para que hablen de sus experiencias sexuales Entonces, nos enfrentamos una vez más, al despojo emocional del erotismo, valor en alza en nuestra sociedad, que tan erróneamente ha regulado las líneas que vinculan sexo, sexualidad y sexualización. Las miradas desafiantes e incrédulas de las prostitutas al equipo científico; la previa revisión ginecológica que el estudio demanda, y que descubre pautas de afecciones genitales; la cruda exposición de orgasmos variados –fingidos, agitados, sileniosos, frustrados-; el pasotismo con el que las prostitutas se refieren al Grial de la vida moderna: el sexo. Y es que “Masters of Sex” sabe jugar muy bien con el imaginario hipersexualizado contemporáneo y crear un corolario de claros-oscuros mediante los que contraponer el erotismo con el cientifismo. Y eso sí supone cierta revolución, e incluso subversión, ya que pone en jaque tanto el imaginario cultural como el placer y la experiencia espectatorial.
En definitiva, hablar hoy de sexualidad supone enfrentarse a un plato frío, no siempre de buen gusto. No nos despistemos: la sexualidad es también un concepto que se construye. El hecho de despojarnos de todo lo erótico, todo lo ‘bello’, y todo lo porno, pone en evidencia los mecanismos y tecnologías ideológicas mediante las que se ha confundido sexualidad con sexualización. El hecho de que gozar de una buena sexualidad hoy se interprete a nivel hegemónico como el hecho de gozar de una libertad sexual que desinhibe física y emocionalmente a modo de ‘aquí te pillo, aquí te mato’; el hecho de que gozar de una buena sexualidad hoy se interprete por convertir la cultura popular en una pornosphere (Atwood, 2006); el hecho de que gozar de una buena sexualidad hoy implique, no se nos olvide, que debamos amoldarnos a pautas estéticas o conductuales según nuestra identidad sexual; el hecho de confundir sexo o sexualidad con sexualización, en definitiva, es síntoma de que hemos instrumentalizado el imprescindible ejercicio de la participación social según un sistema de relaciones históricamente masculinizado. Pues sabemos que la espectacularidad de lo erótico y de lo porno son constructos de un placer sexual hecho por y desde la mirada masculina. Y todo esto, en tiempos de un neoliberalismo cultural al alza, ha sucedido si no ha propósito, sí con una finalidad: neutralizar la diversidad sexual, y naturalizar el código masculino como el que regula sexo y sexualidad.
Attwod, Feona (2006) “Sexed Up: Theorising the Sexualization of culture” en Sexualities, Sage Publications Vol.9 Núm 1 pp.77-94 [sexualities.sagpub.com/contet/9/1/77]
McNair, Brian (2002) Streaptease Culture: Sex, Media and the Democratization of Desire. London and New York: Routledge