“Radiance”, Naomi Kawase (2017)
La primera vez que vi un film de Naomi Kawase fue en el marco de la “11a Mostra Internacional de Films de Dones de Barcelona” que hoy ya cuenta con 25 ediciones a sus espaldas. Entonces, la coordinaba una amiga y compañera de trabajo. Una mujer con una capacidad de análisis brillante; de las mujeres más críticas y justas con la que me he topado; superexigente en contenidos y formas no necesariamente fílmicas, -doy fe-; y a la que Kawase le pareció toda una bestia fílmica. Y si a la coherente, suspicaz y lúcida de mi amiga la realizadora japonesa le merecía tal consideración, bien valía acercarse a ella y aprender.
Bien, fue en este marco dónde aprendí a mirar a Kawase a partir de dos de sus piezas documentales, Embracing (1992) y Katatsumori (1994). Piezas en las que la autora despliega un domino magistral de la imagen y el tiempo fílmico; repleta de recursos expresivos protagonizados por la luz, los silencios, primerísimos planos y la superposición de tiempos. Todo ello sin abandonar un solo instante la intencionalidad documental para (re)construir i preservar su propia memoria. Ante tanto despliegue fácil era quedarse embelesada. Pero debo confesar que también me incomodó muchísimo. Y creo que en esta incomodidad empecé a apreciar también el valor de su mirada y su interrogación.
Ambas piezas se escriben en el presente de la autora. Un presente marcado por el abandono de su padre y su madre al separarse, y por lo que ella ha sido criada por su abuela. El presente es el tiempo que le interesa y que le incomoda. Tanto que, casi de un modo furibundo a veces, quiere interrogarlo a la vez que preservarlo. Entonces, su cámara se vuelve tan insistente como irritante. En verdad nadie ha filmado como ella la belleza y el valor de las arrugas de su abuela, símbolo del paso del tiempo y del miedo a perderla. Ambas se ríen y son cómplices en ello. No obstante, la cámara-ojo de Kawase se convierte a veces en un instrumento impertinente por su insistencia. No solo al traspasar la frontera de lo físico, no sólo por invadir el espacio de confort ajeno, sino por que con ello nos recuerda que todo es tan cotidiano como efímero. Esa visión y valor de la cotidianidad que las mujeres hemos aprendido a conocer, a deshilar, a hacerla nuestro, precisamente porque desde la infancia hemos sido educadas para ello sin un atisbo de heroicidad. La heroicidad siempre ha sido algo más masculino, más de un campo de acción. A la educación sentimental femenina, siempre nos quedó el peso de la cotidianidad con toda su seriedad, gravedad y aseveración. Por ello la mirada de Kawase puede llegar a ser culpabilizadora: agota las imágenes para pedirles la responsabilidad de llenar el vacío y redimir los miedos.
La mirada de Kawase siempre perseguirá esta búsqueda, la de construir recuerdo y memoria para que la vida permanezca. Para ello, Kawase no se centra en las imágenes. Las utiliza y es una absoluta maestra al hacerlo: en su empeño le interesa dar visibilidad no a las imágenes en sí mismas sino a lo les da sentido, a lo que se teje en sus márgenes. Así empieza “Radiance” (2017). Una mujer explica lo que ve. Desde la sala sobrecoge ver que se nos explica por duplicado lo que también vemos. Hasta que empiezas a entender que lo que se explica no es necesariamente lo que se ve, sino que puede ser totalmente subjetivo. Totalmente ficcionado. Con esta bomba empieza la película, y lo que vamos a aprender es que el presente, la verdad, la realidad no existe. Lo que existe es el modo en cómo interpretamos, miramos y nos explicamos. Una película que explorará la relación que ese establece entre imagen y memoria.
El reto de la película es intentar explicar lo inexplicable. Pone en jaque el poder de las imágenes. Cómo explicar lo que una imagen explica a alguien que no ve. No explicar qué es lo que se ve, sino hacer notar su trascendencia simbólica, lo que los márgenes de la imagen definen, hacer explícito el contexto que las significa. En esta complejidad es donde se mueven los protagonistas. Una mujer que vive obsesivamente su trabajo como traductora de imágenes para personas invidentes, y un fotógrafo que padece una ceguera degenerativa por la que sólo consigue ver sombras y atisbos de luz. A la protagonista las imágenes la obsesionan, busca la explicación de las cosas hasta tal punto, que incluso rechaza las explicaciones del director de la película cuyas imágenes está traduciendo. Y en concreto, hay una imagen que la persigue y no la deja avanzar, un recuerdo de la infancia. Él, el protagonista, se aferra de un modo desesperado al recuerdo de lo que fue: las imágenes de la memoria, la cámara fotográfica como símbolo de la permanencia del recuerdo gracias a la ilusión de las imágenes que conforman nuestra memoria. Apasionante el valor que en este momento la autora elabora de la cultura de la imagen. Las imágenes tanto nos salvan como nos aprisionan. Las imágenes, en el fondo, son pura ficción. Las imágenes, en realidad, son una no-imagen.
Es en esta encrucijada dónde Kawase propone una resolución del conflicto en la que la heroicidad no estribará de ninguno de los dos por su capacidad de enfrentarse al mundo. Resuelve el conflicto en términos de simbiosis, de equilibrio, de necesidad. Una heroicidad que, alejada de toda convención narrativa, se escribe de manera horizontal. De este modo, él encontrará la salvación en la voz, la verdad y las imágenes-interpretación de la realidad de ella. Ella, encontrará la salvación en la memoria y las imágenes no-imágenes de él. La memoria y la permanencia.