“Ready Player One”: realidad virtual y nostalgia de los 80 de la mano de Steven Spielberg
Allá por 2011 el escritor Ernest Cline publicaba la novela distópica Ready Player One. La obra se centraba en el siempre apasionante tema de la realidad virtual, aderezado, eso sí, con incontables motivos de la cultura popular de los años 80. Con tales ingredientes, la novela pronto se convirtió en un éxito de ventas, y esto no debió pasar inadvertido a ojos del director Steven Spielberg, quien siete años más tarde nos trae la adaptación cinematográfica del que se ha convertido en un referente literario para todo geek ochentero que se precie.
Ready Player One se ambienta en un hipotético año 2044 en el que el mundo está sumido en una depresión de mayúsculas proporciones debido, en gran medida, a la escasez de combustibles fósiles. Las personas viven apiñadas en pequeños edificios prefabricados que se apilan formando montaña tras montaña de chatarra y las ciudades han adoptado la apariencia de enormes desguaces. Así las cosas, la realidad a la que la sociedad debe enfrentarse es francamente deprimente. La única vía de escape es la plataforma de realidad virtual online OASIS, un lugar en el que la imaginación de cada usuario es el límite. En OASIS es posible habitar infinidad de mundos virtuales a través de un avatar cuya apariencia es totalmente configurable. Es por ello que los individuos prefieren navegar en este mágico lugar el máximo tiempo posible, relegando la realidad física a un segundo plano.
James Donovan Halliday (Mark Rylance) es el genio creador de la plataforma OASIS. Se trata de un apasionado de la cultura popular de los años 80, en la que se refugia debido a sus escasas habilidades de socialización. Su compañero y encargado del marketing de la compañía es Ogden Morrow (Simon Pegg). Ambos mantienen una relación comparable a la de Steve Wozniak y Steve Jobs en Apple; dos amigos que además son capaces de combinar sus capacidades personales para liderar una impresa innovadora. Al menos hasta que Morrow se casa con el gran amor de Halliday, lo que propicia que este decida cortar lazos con su amigo y gestionar la compañía en solitario.
Sin embargo, el protagonista de Ready Player One no es Halliday, ni tampoco Anorak, su avatar de OASIS. Este honor lo ostenta un adolescente aparentemente común con nombre Wade Watts (Tye Sheridan). Su mayor peculiaridad es que se trata del mayor seguidor de Halliday, cuya creación habita a través de un avatar llamado Parzival, en clara referencia al más perseverante de los Caballeros de Camelot, Perceval, el único capaz de hallar el Santo Grial para su señor, el Rey Arturo.
Este nombre cobra un sentido especial cuando tras la muerte Halliday se anuncia un gran concurso en OASIS. Se trata de una competición orquestada por el propio creador antes de su muerte, y el reto consiste en encontrar un huevo de pascua oculto en el sistema. En la jerga del mundo de los videojuegos este concepto hace referencia a un secreto escondido a conciencia por los programadores en el diseño de la obra. El primer ejemplo de este fenómeno nos retrotrae al videojuego para Atari 2600 Adventure (1979), en el que su creador, Walter Robinett, ocultó un lugar en el que se podía leer su propio nombre, atribuyéndose así la autoría. Volviendo a RPO, para dar con el huevo de Halliday será necesario encontrar primero tres llaves, pero el premio (500.000 millones de dólares y los derechos totales sobre OASIS) bien vale el esfuerzo.
En esta contienda participan tres perfiles de usuarios: los que prefieren realizar la búsqueda en solitario, aquellos que optan por adherirse a un clan y buscar en compañía y los trabajadores de la corporación Innovative Online Industries (IOI). A estos últimos se los conoce como los sixers debido a que sus avatares no tienen nombre, sino número, lo que evidencia su total carencia de identidad individual. El líder de este contingente es Nolan Sorrento (Ben Mendelsohn), quien junto a su secuaz I-ROK llegará hasta donde sea necesario por hacerse con el control sobre el recurso más valioso del planeta: OASIS. Las muertes reales, de ser necesarias, no serán descartadas.
A Parzival se le unirán Art3mis (Olivia Cook), Aech, Sho y Daito. Este grupo de adolescentes bienintencionados hará todo lo posible por adquirir las llaves y, finalmente, el huevo de pascua, echando así por tierra los funestos planes de Sorrento. A lo largo de su periplo surgirán el amor y la amistad, al tiempo que se manifiestan en pantalla incontables referencias de la cultura popular que retarán al espectador a descubrir cuan geek es en realidad. Entre las homenajeadas se cuentan las sagas de videojuegos Halo, Gears of War, Mortal Kombat, Space Invaders y Tomb Raider; las películas Star Wars, El Gigante de Hierro, Conan el Bárbaro, El Señor de los Anillos, Pesadilla en Elm Street, Tron, Regreso al futuro, Mad Max, El Resplandor y Terminator II; la serie El coche fantástico y el anime de culto Akira, entre muchas otras. Las referencias musicales tampoco podían faltar, y en este apartado destacan la canción Tom Sawyer de la banda Rush, y los álbumes Purple Rain de Prince, Thriller de Michael Jackson, The Dark Side of the Moon de Pink Floyd, así como una referencia a Duran Duran.
En definitiva, la de Ready Player One es la clásica historia del bien contra el mal, de héroes y villanos, donde los matices no tienen cabida. Esto, junto a sus espectaculares efectos especiales, la convierte en una cinta ideal para un público joven que busque un entretenimiento fácil, aunque bien es cierto que también se pone de relieve una temática que invita a la reflexión, como lo es la del conflicto entre la realidad y la realidad virtual. Toda distopía debe tener un germen localizable en la contemporaneidad, y a fin de cuentas el mundo de OASIS no se aleja demasiado del de los MMORPGs (videojuegos de rol multijugador masivos en línea) actuales, pero dotado, eso sí, de un nivel de inmersión sin parangón. Aquí la sociedad puede sumergirse en un universo de fantasía en el que todo sueño es realizable, donde la apariencia real ha dejado de tener relevancia y en el que las habilidades sociales de las personas se han visto considerablemente mermadas. La moraleja que Ernest Cline parecía querer exponer se mantiene intacta en esta digna adaptación de su novela, y reza así: Sólo la realidad es real.