Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Seis Hermanas», o cómo acallar el feminismo a golpe de memoria histórica.

 

Justo en el momento en el que decido analizar esta serie de sobremesa tardía, descubro que, de un modo inesperado al menos para mi, queda fuera de programación y se ve obligada a precipitar su desenlace. Y no sé por muy bien por qué razón, el conocimiento de este abrupto final provoca que un cierto sentimiento de culpabilidad planee sobre mi. Quizá sea debido al hecho de que la empresa personal de seguir la agitada y apasionada vida de estas “Seis Hermanas” (RTVE 2015-2017), truncada inesperadamente, me haga reconocer que, de algún modo, esta ficción o fábula femenina ocupó un cierto y relevante lugar en mi tiempo de ocio. O quizá sea que este sentimiento de culpabilidad tenga más que ver con un sentimiento más irracional y utópico: que mis contrariedades tras el visionado de algunos de sus capítulos han sido de tal intensidad, que han conducido a “Seis Hermanas” a su irremediable clausura gracias a un siniestro poder de confabulación y conjura universal que habita en mi. Lo cierto es que, finalmente, creo que este sentimiento de culpabilidad más tiene que ver con el reconocer que una es lo que es, y que no puedo –aún-equilibrar mi educación sentimental melodramática (soy mujer, mi placer espectatorial ha venido sobradamente dirigido por la explotación de este sentimiento) con mi sentimiento de estupefacción que comprueba cómo esta educación sentimental melodramática sigue reinventándose desde los procesos de producción, y sigue reasignando a las mujeres a un orden femenino concreto. Y si tengo la necesidad de sincerar mis debilidades espectatoriales, es por qué sabemos que no podemos forzar interpretaciones, y que las cosas son lo que son.

“Seis Hermanas” es una producción de RTVE pensada para el público de las tardes en segunda hora de sobremesa. Ambientada en el primer cuarto del siglo XX, cuenta las durezas y las limitaciones sociales a las que 6 hermanas pertenecientes a la clase alta madrileña tienen que enfrentarse al quedar huérfanas. Si bien su madre falleció años antes, la trama se inicia en el momento en el que su padre, único varón de la familia y propietario de una fábrica textil, fallece en viaje de negocios. A partir de aquí, y siempre teniendo a bien recordarnos que pretende ser un relato de carácter histórico por los múltiples guiños y referencias que hace a los grandes acontecimientos que intervendrán en la calidad de vida y decisiones personales de las hermanas, el relato se centra en poner en valor la dignidad y fortaleza de estas mujeres en tiempos adversos para ellas.

A partir de una puesta en escena sobria y elegante, y de una combinación narrativa que tanto se detiene en las penurias históricas –guerra mundial, huelgas de trabajadores, etc.- como socioculturales y políticas que afectan a la vida de las mujeres en esta época –el no derecho al voto, el contrato sexual masculino, la exclusión de las mujeres  a la cultura laboral, etc.- la historia teje un cierto aire nostálgico por y mediante el que las vidas de las protagonistas adquiere cierto aire de heroicidad.

Pero el hecho de esta ficción tenga estas pretensiones históricas y heroicas, puede que, a la larga, sean dos factores que jueguen en su contra. 

Sabemos que los seriales de sobremesa tienen, eminentemente, una función de entretenimiento. Y también sabemos que en nuestro país, y sobretodo de la mano de lo público, en las últimas décadas se ha desarrollado un creciente gusto por la recuperación y consolidación de una memoria histórica mediática. Emblemáticas ficciones como «Cuéntame» (RTVE 2002- ), «Isabel» (RTVE 2012-2014),  «Acacias 38» (RTVE 2015- ), «Amar en tiempos revueltos» (RTVE 2005- ), e incluso la tan aclamada «Ministerio del Tiempo» (RTVE 2015 – ) que podríamos considerar como la rara avis de todo este cartel, certifican este gusto y esta tendencia. Por lo tanto, salvando el hecho de que algunas de estas ficciones sean más o menos ‘modernas’ en sus narraciones y representación, y salvando todas las distancias que existen entre el desarrollo de las temáticas, no podemos negar la función política y educativa de estas ficciones: revisar una y otra vez la historia y la identidad del país. Precisamente por eso gustan, ¿verdad?. Entonces, no creo que no sea oportuno apuntar que en este juego de recuperación de la memoria histórica haya implícita una cierta voluntad de revisar el lugar de las mujeres en ella.

6 hermanas 2

Los aires nostálgicos de estas ficciones, que pretenden dignificar la memoria y la participación de la ciudadanía en distintos momentos históricos, se pueden convertir en una especie de boomerang ideológico: si bien, en un principio, persiguen dar un tinte de cierta modernidad a nuestra memoria histórica mediática, con el tiempo tienden a construir un espíritu de resignación. En la serie que nos ocupa, por ejemplo, no son pocas las veces que las hermanas se han visto más que comprometidas por el contrato sexual de la época: se han visto obligadas a mentir para poder trabajar; más de una ha visto en la prostitución la única vía de escape para solucionar sus problemas; más de una ha sido violada.  Ha habido también espacio para la reivindicación de la homosexualidad masculina y femenina, y para retratar las injusticias de una sociedad intolerante en este sentido. Y, cómo no, también ha habido espacio para coquetear con el espíritu rebelde y sufragista de la época al denunciar el no derecho al voto. Historias, todas ellas, como venimos insistiendo, que han querido sublimar el histórico de la feminidad. E historias, también, todas ellas, que se han quedado sin resolver. Por ejemplo, a nivel narrativo, las violaciones nunca fueron ni denunciadas ni ajusticiadas; simplemente fueron asumidas en silencio como consecuencia de haber jugado a juegos peligrosos. Por otro lado, el espíritu sufragista quedó allí oculto, vivido como un capricho intelectual, aleccionado por sus coqueteos con la lucha violenta y, por lo tanto, silenciado y sumiso a una imposibilidad coyuntural, no de justicia universal.  Pero claro, es que este no resolver viene justificadíssimo ya que todos estos intentos reivindicativos se contextualizan a principios del S.XX, cuando aun queda mucho para que se empiecen a reconocer globalmente los derechos de las mujeres.

Por lo tanto, no nos encontramos solamente ante una serie en la que su narración no está a la altura de una buena revisión de género. Creo que el motivo es mucho más trascendente. Ya he apuntado que las cosas son lo que son. Y que quizá no se le pueda demandar mucha y buena crítica a un serial de sobremesa dirigido a amenizar las tardes cotidianas (no lo digo con elitismo, créanme).  Pero lo que sí es cierto es que hay una perversa destreza o estrategia ideológica que condiciona la necesidad de poner sobre la agenda mediática el relevante papel de las mujeres en la historia. Destreza o estrategia que también hago extensiva a todo el cartel televisivo citado más arriba. Creo que el mal de todo esto es pretender hacer feministas a las mujeres de unos períodos históricos en el que el feminismo, como movimiento político, no existía.  Momentos históricos sobre los que, además, siempre planea una acechante sombra clasista por las que solamente las mujeres aristócratas o privilegiadas logran elaborar una suerte de autoconsciencia femenina. Pero no os engañemos, ni la reina Isabel, ni las seis hermanas, ni la madre de “Cuéntame”, que sí pueden ser mujeres luchadoras y muy, muy conscientes de sus limitaciones de género, y que ciertamente han conocido las luchas de las mujeres, son feministas. ¡¡Ni mucho menos estoy diciendo que el movimiento feminista solamente es cosa de la segunda mitad del siglo XX!!  Pero tal como se estructuran estos relatos, una cosa es que en sus historias se puedan reconocer  algunas de las luchas o de «las cosas que les ocurrían antes a las mujeres» que, aunque no sabiéndolo, quizá forjaron las bases de la lucha feminista. La otra es que la maquinaria de producción de memoria histórica mediática instrumentalice el feminismo y la lucha por la igualdad como herramienta táctica para fidelizar o contentar al target femenino de la sobremesa. Y este detalle tiene consecuencias despolitizadoras para el feminismo hoy. Pues en un momento en el que la hegemonía no para de cuestionar el sentido y la necesidad de ser feministas, sólo nos falta crear una desmemoria de las injusticias que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia. Y, no lo olvidemos, todas finiquitadas por un sentimiento de resignación al que el mismo momento histórico obliga. Gracias a estas ficciones, las desigualdades o injusticias que sufren las mujeres se descontextualizan. Se convierten en coyunturales pero no en estructurales. Se banaliza a la vez que se sobredignifica la fortaleza de las mujeres. Estamos ante una representación institucional de las mujeres que trata sus asuntos como anécdotas. Si no fuera así, ¿alguien puede explicar por qué, de un modo estratégico, pautado y controlado, se insiste en hablar de la fortaleza de la mujer y de lo que significa ser mujer en tiempos pasados, incluso remotos,  pero nunca en nuestros tiempos contemporáneos?

Claro que, ideológicamente, todo tiene un sentido: buscamos una sociedad que celebre el ‘hacerse la rubia’ o el ‘no hay reunión sin tacón’ como el buen saber de las mujeres en las esferas de poder; interesa hacer una revisión postfeminista del feminismo;  interesa, una vez más, reasignar a las mujeres en un punto cómodo del relato y del orden social a modo de sufrir melodramático para impedir que la no resignación se convierta en cuestionamiento y poder auténtico; no interesa reconocer que seguimos viviendo bajo las mismas desigualdades estructurales de todo nuestro imaginario cultural nostálgico.

 

 

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