Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«También los genios se rinden al cariño auténtico»: Reseña de los episodios 12 y 13 de El joven Sheldon

Antes de seguir reseñando episodios de El joven Sheldon, quiero hacer un paréntesis para incidir en cuánto me gustan sus títulos de enumeraciones triples y directas. No digo yo que los juegos de palabras, metáforas y demás juegos lingüísticos de otros productos culturales no tengan su gracia. Pero abundan tanto, que se agradece un toque de justo lo contrario. Además, creo que no voy demasiado lejos al pensar que esa organizada estructura tripartita trata de reflejar el modo de pensar del propio Sheldon, con lo que se está contribuyendo a plasmar su peculiar personalidad ya desde el mismo modo en que se va titulando cada uno de los episodios que protagoniza.

Así, «Un ordenador, un poni de plástico y una caja de cerveza», episodio número 12 de esta primera temporada, se centra en otra de las predilecciones de Sheldon: los ordenadores. No hay nada que divierta más al niño que ir al paraíso de la informática: Radio Shack. Allí se encuentra su objeto más deseado, como es fácil sospechar; anhelo que no comparte ni con su madre (por motivos económicos), ni con su padre (que, al contrario de lo que le ocurre con los botellines de cerveza, no le ve utilidad al «aparato»). Pero en el caso de la primera, ocurre que, como siempre, le puede el corazón, y más aún cuando su pequeño, en sueños, le dice que «es la mejor». Es entonces cuando intenta convencer al segundo para realizar la mencionada adquisición. Viendo que, no sólo su intento es fallido, sino que, además, el cabeza de familia rechaza el ofrecimiento del préstamo de Meemaw (también bastante dada a intentar satisfacer a Sheldon), Mary le dice a su esposo que entonces comprará el ordenador con el dinero que ha ido ahorrando. George Sr. desconocía dicho hecho y queda sorprendido con la noticia y, quejoso, le responde: «Entonces, ¿mi dinero es tu dinero y tu dinero es tu dinero?»

Entonces, Mary, indignada porque cree que a su marido le molesta la idea de que pueda vivir independientemente (y por las dos cajas de cerveza que -le dice con retintín- ha comprado con «su dinero», decide irse con los niños a casa de su madre (no hay que preocuparse: vive enfrente). Tras varias situaciones graciosas (como el hecho de que George Jr. no se mude por si le llama una chica o que Sheldon lleve una maleta con todas sus cosas literalmente), cuando Mary es informada por su madre de que Sheldon está usando el ordenador para buscar una solución a la separación temporal de sus padres, recapacita y se esfuerza por reconciliarse. Justo cuando sale (supuestamente) para ir a recoger ropa para sus hijos de su propia casa, se encuentra con George que también iba dispuesto a enterrar el hacha de guerra (quizá también vencido por la imposibilidad de dar con la tecla para encender la lavadora). El final es, pues, reconfortante: todos se dan cuenta de que merece más la pena la armonía familiar que los objetos materiales que se posean en el hogar. Aunque, al final vemos un divertida secuencia corta en la que cada miembro de la familia se ve usando el ordenador con distintos fines, consiguiendo arrancar alguna que otra carcajada del público espectador.

Con el episodio decimotercero («Un estornudo, arresto y Sissy Spacek») me he sentido totalmente identificada tras haberme pasado la Navidad en cuarentena por una aguda gripe. Y es que, en él, Sheldon muestra su fobia a ser contagiado de esta enfermedad en su instituto. Tanto es así, que considerando que se encuentra en peligro de muerte (cosa que corrobora con cifras estadísticas exactas, como podéis imaginar), decide abandonar su clase tras presenciar varios estornudos de su profesora y, más tarde, también la sala donde se encuentra arrestado, porque el profesor confiesa sentir un cierto picor en la garganta. Todo ello deriva en una semana de expulsión del colegio. Estas iniciativas no resultan tan negativas para él como para su madre, por ejemplo, que se preocupa porque quedará constancia de estos castigos en su expediente. Sheldon, en cambio, aprovecha su reclusión para atrincherarse en su garaje, que protege del exterior con plásticos y, por si alguien traspasara su «frontera», se coloca un disfraz de astronauta con casco incluido. Esto da lugar a una de las escenas más graciosas de este episodio, cuando Meemaw (que se divierte con todo lo que ocurre en su entorno sin alterarse nunca lo más móinimo), coloca una tumbona delante del garaje para no perderse nada del espectáculo que protagoniza Mary tratando de sacar de allí al joven Sheldon. A pesar de esa actitud, que exaspera a la propia Mary (que termina bebiendo cerveza, para sorpresa de su madre), es precisamente Meemaw quien consigue convencer a su modo (incluyendo unas deliciosas galletas) a su nieto para que salga al exterior como valiente texano, haciendo honor al valor de otros compatriotas. Sheldon, que sigue manteniendo esa especial conexión con las mujeres de su casa (su madre y su abuela), termina cediendo a sus argumentos y saliendo de su refugio antivírico… Aunque termina cediendo también al ataque de la gripe, en la cama, pero disfrutando de los cuidados y del cariño de su madre, que le canta, cómo no, su querida canción «Duerme gatito», que el Sheldon maduro sigue solicitando de sus amigos cuando enferma en The Big Bang Theory, quedando así ilustrado (porque explicado ya estaba), el origen de esta tierna costumbre.

 

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