Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Te están vigilando: «Snowden»

El director estadounidense Oliver Stone ha presentado su última película antes en Rusia que en su propio país. Y no es de extrañar, dada la temática de Snowden y las ampollas que debe de estar levantando entre el establishment de Washington y la población paranoica que ha metido en el sobre la papeleta con el nombre de Donald Trump. Como otros trabajos suyos, su título más reciente es una inmersión, muy a su manera, en la historia y la conciencia colectiva del país más poderoso del mundo. Sin hilar fino. Sin matices. Aquí no cabe ninguna duda: Edward Snowden, el consultor de la CIA y la NSA que desveló la trama de vigilancia masiva de los Estados Unidos en 2013 es el bueno. Y punto.

Snowden es un producto híbrido explícitamente apoyado en los libros The Snowden Files, del periodista Luke Harding, y Time of the Octopus, del abogado Anatoly Kucherena (aunque yo no dejé de pensar en No Place to Hide de Glenn Greenwald en todo el tiempo que pasé en el cine). Combina elementos del género thriller con convenciones de falso documental (mockumentary), a los que añade toques de romance y de documental de los de verdad (ese golpe de efecto final para provocar la catarsis: el Snowden real en pantalla). Todo junto podría haber dado como resultado un making of –seguramente innecesario– del filme Citizenfour de Laura Poitras, pero no llega a eso. La cinta de Stone termina siendo, como muchas de las suyas, una larga y didáctica perorata sobre el demoniaco papel de los Estados Unidos en el mundo; en este caso en la llamada Guerra contra el Terror y, sobre todo, en la red global de espionaje en la que todos estamos inmersos.

La narrativa se estructura como una versión neosecular del viaje del héroe. En ella, acompañamos al informático-cum-espía en su evolución desde el patriotismo tradicional de bandera y fusil (hecho carne en los sufridos soldado que se entrenan muy al estilo La chaqueta metálica en las primeras secuencias) hasta una nueva forma de demostrar lealtad a la nación: denunciar los abusos del gobierno sobre la ciudadanía de a pie. La transformación de inocente muchacho en comprometido hombre se hace, como no podía ser de otra manera dado el carácter protagónico de “Ed”, a través de una serie de pruebas que incluyen exámenes de aptitud, sesiones de polígrafo, toma de decisiones en situaciones delicadas con grandes personajes de la política o las finanzas, tensiones con la pareja y los colegas, y un enorme sacrificio final.

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Todo el proceso se desarrolla en la película dentro de un mundo en el que, según hace parecer Oliver Stone, no hay más mujeres que la fiel y comprensiva novia (Shailene Woodley en el papel de Lindsay Mills). El universo androcéntrico de Snowden incluye insultos homófobos en un ejército monogénero (a pesar de estar ya más que claro que hoy la armada estadounidense también cuenta con féminas), reuniones y fiestas donde se “corta el bacalao” y en las que Lindsay ayuda por un bien mayor, cacerías de hombres solos en las que se cuecen asuntos importantes, y cubículos llenos de genios de la tecnología donde no hay ni una sola experta. La presencia de Lindsay en un cuadro de estas características solo tiene una función: humanizar al héroe y hacer su gran gesto patriótico (en el sentido Stoniano) aún más épico.

El estilo de la película es irregular, con cambios de código y de ritmo que desdibujan los contornos de la historia. El metraje es largo (134 minutos), cuando en realidad no hacía falta que lo fuera. La interpretación nos hace pasar el mal rato de ver a un Nicolas Cage que provoca dudas sobre la capacidad de elección de las directoras de casting, Lucy Bevan y Mary Vernieu. Éstas, sin embargo, salvan su reputación gracias al soberbio trabajo de un Joseph Gordon-Levitt que calca la voz de Snowden y termina incluso pareciéndose a él. Un desperdicio, por su parte, la escasamente importante intervención de Zachary Quinto como Glenn Greenwald y de Melissa Leo como Laura Poitras (calladita en ese mundo de hombres que he descrito, a pesar de ser quien hasta ahora mejor ha contado la peripecia de Snowden). Finalmente, un breve placer la interacción de Gordon-Levitt con Tom Wilkinson en el papel del corresponsal de The Guardian Ewen MacAskill.

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El mensaje de Stone con esta pieza del rompecabezas político particular de su trayectoria fílmica, que incluye el asesinato de JFK, la Guerra de Vietnam o el II-S, no puede estar más claro: Estados Unidos nos vigila, la Guerra contra el Terror es una excusa para controlarnos y para hacer negocios, y la situación no mejoró con Barack Obama. Cosas todas ellas que el público ya sabe, pero que Stone le recuerda de una forma poco sutil, aunque no por ello poco efectiva. Incluso habiendo leído los libros que el director toma como fuentes y alguno más; incluso siendo consciente de la fragilidad de nuestra intimidad; incluso no entrando en el cine en una posición de ingenuidad difícil por otra parte de mantener en el siglo XXI, Snowden asusta y enfurece. Lo que no tengo muy claro es si además, como quizá pretendía Oliver Stone, moviliza a la audiencia provocando reflexión y, en última instancia, transformación. Y si no lo hace, la pregunta queda en el aire: ¿la gesta de Edward Snowden ha servido para algo?

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Para más información, visita:

-http://glenngreenwald.net/

-https://citizenfourfilm.com/

-http://www.rirca.es/la-decada-del-miedo-dramaturgias-audiovisuales-post-11-de-septiembre/

 

 

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