The Big Bang Theory: reseña al episodio 14 de la temporada 12
En este nuevo episodio, titulado «La manifestación del meteorito», lo más destacado desde mi punto de vista -tan atraído por Sheldon- es que la serie sigue mostrando la evolución positiva de su personaje principal, al que parece estarle sentando muy bien el matrimonio. O, al menos, eso parece dar a entender la serie, que se fija especialmente en actitudes positivas y más humanizadas de Sheldon a medida que se va desarrollando su vida de casado. Y ello es así no solo en su relación con Amy, sino que se hace extensible a su trato con el resto de las personas que le rodean y, especialmente, con sus amigos. De ahí que, en una de las problemáticas del episodio, la denuncia que quieren hacer Howard y Bernadette a un vecino por hacer una terraza ilegal que se ilumina automáticamente con sensores de movimiento y que no les permite usar su jacuzzi en la intimidad, Sheldon se ofrezca a liberarles de la carga que esa tarea les supone y se encarga de ello. Amante de la ley, el orden y las normas, no es de extrañar que a Sheldon no solo no le importe llevar a cabo esa tarea -cuyos vericuetos conoce a la perfección- sino que se muestre encantado de realizarla. Todo iba sobre ruedas, pues, hasta que, en el proceso de recabar información para formalizar la denuncia, Sheldon se entera de que la plataforma del patio de Howard y Bernadette donde está el jacuzzi no está legalizada tampoco. Entonces, a la mente cuadriculada de Sheldon se le plantea el dilema moral de si debería, pues, también denunciar a la pareja. Pero, como es de esperar después de la introducción laudatoria al personaje que he hecho anteriormente, Sheldon acaba razonando -y confesando a sus amigos- que ha decidido que es preferible obedecer las leyes no escritas de la amistad a las de la legalización de espacios. Y no sólo eso, sino que, además, deja hecha la denuncia al vecino que impedía con su esplendorosa luz al matrimonio disfrutar libremente de su jacuzzi (libertad que les venía dada, también, por otro método rodeado de no menos controversia: el dar cierta medicina «relajante» a sus hijos).
Final feliz para la historieta del jacuzzi, las denuncias y la exaltación de la amistad. Pasamos, pues, a lo que podríamos llamar otra «sección» del episodio, protagonizada por un Leonard que seguimos sin saber si va a convertirse en el padre biológico de la posible descendencia del ex de Penny y su esposa (tema que se planteó hace un par de episodios y que se dejó sin resolver). Ahora Leonard, con un incipiente resfriado que nos hace pensar desde el primer estornudo que en algo debe influir este síntoma al argumento, se muestra dolido porque nadie presta la suficiente atención a su súper láser, que auto-eligió como merecedor de la subvención de Caltech en episodios anteriores. De hecho, sus amigos no llegan ni a presenciar la demostración de su asombroso uso que su dueño estaba a punto de mostrarles. Y es que, justo en ese momento -en el que, de todas formas, nadie estaba atendiendo- llegó el profesor Bert a pedirles colaboración para cortar un meteorito con su sierra de diamante (a la que, por cierto, le tiene puesto un nombre propio, como a otros aparatejos suyos; en este caso, se trata de Terry Bradsaw (antiguo jugador de la liga nacional de fútbol americano).
En relación con estos cachivaches y experimentos, a medida que el episodio avanza, descubrimos el sentido de los anteriores estornudos «leonardianos»: éstos desembocan en una fiebre alta -que, por cierto, en lugar de propiciarle a Leonard los cuidados de Penny, le hace dormir en el sofá: ¿esto es amor?- que le hace soñar que roba el meteorito para cortarlo con su láser, y el contenido de su interior le transforma en un caníbal de destellantes ojos fucsias (como el interior del cuerpo celeste), que muerde al profesor y a Raj al más puro estilo gore. La escena se enreda en el tiempo y en la confusión entre la vida y sueño de la que el mismo Calderón de la Barca se sentiría orgulloso (o mejor quizás no), de manera que Penny intenta despertarle de su pesadilla y es, entonces, mordida por Leonard-ojos-fucsias también. Finalmente, una vez se descubre que eso formaba parte también del mal sueño, Penny consigue despertar definitivamente al enfermo. Leonard corrobora que se mueve ya en el plano real preguntándole a Penny de qué color son sus ojos y notar con su respuesta que su supuesta enamorada duda de si son marrones o negros: propio de la Penny real (de nuevo, qué amor más raro…). Tanto sueño contrasta, por cierto, con la experiencia del Profesor Bert que confiesa, tristemente, que él, en cambio, no tiene sueños, ni cuando duerme, ni cuando está despierto. No obstante, también este argumento termina bien, de manera que Leonard se disculpa ante sus compañeros y amigos por los sentimientos de celos que ha sentido en el plano laboral -unos participando en grandes proyectos y otros incluso pensando en optar nada menos que al premio Nobel; y visto lo visto, el pobre también podría añadir el sentir envidia por las relaciones amorosas de sus amigos, pero no hagamos leña del árbol caído- y volviendo con ellos a la normalidad. All’s well that ends well.