The Lobster: ¿Una distopía humorística?
The Lobster es un film ganador del premio del jurado de Cannes, dirigido por Yorgos Lanthimos y protagonizado por Colin Farrell y Rachel Weisz. Se estrenó en las salas de cine el 4 de diciembre, y no se trata ni mucho menos de un blockbuster, más bien todo lo contrario, y es que esta producción tiene el potencial de convertirse en película de culto para los amantes del género de la distopía. Indudablemente que en el mundo del celuloide muchas otras distopías si alcanzan por temática altas cotas de audiencia (las post-apocalípticas, tecnológicas, científicas, políticas, etc.), pero The Lobster no es una distopía al uso. Y a la vez sí lo es. Su característica más innovadora es su tono humorístico, poco frecuente en un género que por definición suele ponernos en lo peor, planteando realidades oscuras en clave de futuro.
En The Lobster se nos presenta una sociedad en la que es obligatorio vivir en pareja. Todos aquellos que estén solteros, divorciado o hayan enviudado son enviados a un hotel en el que deberán encontrar pareja antes del transcurso de cuarenta y cinco días. A aquellos que no lo consiguen se les convierte en un animal de su elección, y se les «libera» en el seno de la naturaleza. Por ello, cuando David (Colin Farrell) es abandonado por su mujer tras una relación de doce años, se le traslada a este lugar junto a su hermano Bob el perro (sí, Bob ya estuvo en el hotel y no logró salir airoso). Su decisión es clara: en caso de no encontrar pareja David escoge la langosta como su animal ideal, por motivos que justifica y que tienen gran sentido, entre ellos la longevidad de estos animales, que pueden llegar a vivir más de cien años.
Pero además existe un contingente opuesto al de la gente que coordina este hotel; los que vendrían a ser los rebeldes organizados que podemos encontrar en casi cualquier ejemplo del género. Se trata de los loners («solitarios»), quienes habitan el bosque y reniegan de la necesidad de emparejarse. Estos se organizan como grupo, pero a la vez cada uno de ellos va por libre, y una de sus reglas es que está prohibido flirtear. Si se les descubre tratando de intimar con otro loner se les somete a terribles castigos. Es aquí dónde David conoce al personaje interpretado por Rachel Weisz, cuyo nombre nunca se menciona. Los loners están enfrentados a los huéspedes del hotel, quienes van de cacería regularmente, consiguiendo un día extra de estancia por cada loner que capturan con sus escopetas de dardos tranquilizantes.
Pero volvamos al funcionamiento del hotel. Aquellos que logran encontrar a una persona afín a ellos (y por afinidad entendemos cualquier detalle, el simple hecho de sufrir hemorragias nasales o ser miopes es suficiente) pasan de ocupar una habitación con cama individual a una con cama doble, y se les permite conocerse mejor durante unas semanas más antes de permitirles regresar a la ciudad, donde absolutamente todo el mundo debe estar emparejado y poder demostrarlo a través de un certificado. Una persona que camine sola por la ciudad levantará las sospechas de las fuerzas de seguridad. Se trata de una ley tajante hasta el extremo.
¿Qué que tiene todo esto de humorístico? En primer lugar, el guión en sí ya resulta hilarante, pero lo que realmente confirma el elemento cómico de la cinta son sus diálogos. Pese a que el tono es sombrío en lo general, con unos personajes desdibujados y claramente deprimidos, sus intercambios de palabras resultan a menudo desternillantes, lo que contribuye a que el espectador pueda desdramatizar la situación por la que están pasando. Por poner un ejemplo de esto, tenemos una escena en la que se forma una nueva pareja en el hotel, y la directora del lugar da un protocolario y genérico discurso de enhorabuena, afirmando que si se encuentran con algún problema que no puedan solucionar entre ambos se les asignará un hijo o hija, ya que este es un procedimiento que suele contribuir al bienestar de la pareja.
Es en fragmentos de dialogo como este donde podemos detectar que The Lobster plantea conflictos mucho más profundos de lo que cabría imaginar si nos quedamos tan solo con aquello que presenta en su superficie. Lanthimos escoge una máscara de humor que puede conducirnos a concluir, en mi opinión erróneamente, que estamos ante una parodia del género de la distopía. Sin embargo, bajo esta fachada subyace algo mayor; cuestiones sobre el amor, la soledad o incluso la familia. Y lo que es más, parece cuestionarse ciertos imperativos sociales, como la necesidad de encontrar pareja o la de formar una familia, que si bien no alcanzan el rango de leyes en nuestra sociedad si entran dentro del espectro de lo que está bien considerado, de lo que uno debe hacer si pretende evitar que se le considere un individuo inadaptado, desviado, disfuncional, incluso fracasado.
David es el héroe tipo del género, atrapado en un sistema que no se adapta a su situación individual e incapaz de amoldarse a lo que se le exige, por lo que no le queda otra salida que la de rebelarse. Ninguno de los dos grupos le ofrece aquello que él necesita, pues ambos resultan ser totalitarios por igual. Como sucede en la inmensa mayoría de distopías, ya sean literarias, cinematográficas o incluso interactivas, el personaje protagonista de The Lobster se erige como una mutación para la que la sociedad no tiene respuestas.
Entonces, ¿cuál es el mensaje? En ningún momento se explica cual es el objetivo de las autoridades al forzar a los ciudadanos a convivir en pareja, pero puede inferirse que el motivo velado no es el de lograr la felicidad de las personas, sino más bien el de asegurarse de que estén controladas y entretenidas. Al obligar a que todo el mundo tenga pareja, se aseguran de que ambos miembros estén pendientes el uno del otro y así se mantengan ocupados, lo que permite evitar que centren su atención en otras problemáticas sociales. Aunque, como ya he dicho, esto no se explica, es tan solo una interpretación personal. De todos modos lo realmente relevante es que The Lobster es una obra que parece frivolizar en su tratamiento del tema del amor, pero si realizamos una lectura más profunda podremos descubrir que no es oro todo lo que reluce.
El final abierto de la película resulta ser un golpe maestro. En una sociedad en la que el emparejamiento es obligatorio, y una vez su protagonista parece haber encontrado a su persona afín, por lo que paradójicamente se le criminaliza y persigue, ¿primará el amor, o el egoísmo? Esta es la eterna pregunta, y Lanthimos opta por no responderla a las claras. Tal vez lo único que se requiera para hacerlo sea mirar a nuestro alrededor.