«The Static Speaks My Name»: dentro de la depresión
El florecimiento de (si puede llamarse así, puesto que es un oxymoron) la industra indie del videojuego ha proporcionado una miríada de títulos inabarcables. Esta fenomenal e ingente producción se ha canalizado en plataformas como Steam, donde los propios usuarios, con sus análisis, valoraciones y votos (en el caso de juegos que buscan ser aprobados para ponerse a la venta) son el filtro que separa juegos interesantes de mediocres. En Steam actualmente podemos encontrar centenares de miles de juegos, desde las grandes superproducciones triple A, como las más modestas obras fruto de pequeños estudios o incluso del equivalente al one-man band musical: obras de un solo programador.
Muchas de estas obras unipersonales también son de corte experimental, o bien paródico, o de tono reflexivo. Han proliferado, y aquí en RIRCA hemos hablado alguna vez de ellos, de los walking simulators. Es algo de lo que la teoría de los videojuegos aún no se ha ocupado en profundidad, pero es muy indicativo: se trata del hecho de que los videojuegos no busquen tan sólo contar una historia o proponer un reto al jugador, sino que, de la misma forma que el arte contemporáneo, también pretenden transmitir una emoción determinada, crear una reflexión o generar una atmósfera lo suficientemente poderosa como para poder reclamar al jugador.
Los walking simulators también se prestan a ser el vehículo de este tipo de obras indie porque tiene unas estructuras sencillas y un motor gráfico no demasiado exigente, por lo que puede ser una primera opción para un estudio o un creativo que busca mostrar un producto diferente sin tener que invertir una cantidad de recursos que sólo los grandes pueden permitirse.
Este tipo de juegos (uno de los abrió la veda a este tipo de experiencias fue Dear Esther) plantea problemas entre narrativa y jugabilidad, como ya había anunciado Jesper Juul (y ya vimos por aquí). En Dear Esther, por ejemplo, las opciones del jugador son muy pocas: todas sus opciones están relegadas a que la narración de la voz en off avance y llegue a su final. De hecho, el jugador, en este caso, tiene muy poco que hacer, salvo contemplar el paisaje y escuchar la historia.
Afortunadamente este tipo de juegos han ido diversificándose con el tiempo, ofreciendo cada vez más pequeñas pero intensas experiencias. Es el caso del videojuego que nos ocupa, The Static Speaks My Name, un pequeño juego obra de Jesse Barksdale. Se trata de un juego que no lleva más de diez minutos de jugar, muy sencillo, y que tiene un componente fuertemente psicológico.
Nos ponemos en la piel de un hombre, encerrado en su casa, que está pasando por una grave depresión. El entorno es pequeño y claustrofóbico, y no hay mucho con lo que interactuar. La obra juega sin duda con la información que no se da, pero que se intuye. A medida que visitamos el apartamento, nos damos cuenta de que la cordura de nuestro personaje está resentida. En alguna ocasión tendremos la oportunida de interactuar con el exterior, pero son contadas ocasiones, y en ellas veremos la originalidad del planteamiento del juego.
Porque The Static Speaks My Name quiere hacernos sentir, aunque sea por un momento, cómo es sentir una depresión que lleva al suicidio. El protagonista está atrapado en su apartamento: apenas tenemos unas tareas rutinarias que hacer (levantarse, desayunar, contestar un chat…), pero algo en ellas se va haciendo más y más perturbador, hasta el desenlace final que no os estropearemos. Y es que el videojuego busca transitar por las zonas más oscuras de la psique humana y, con ello, intentar una aproximación, hallar una empatía, formular preguntas incómodas y respuestas todavía menos fáciles. Y sin ser un videojuego de terror y aunque dure apenas diez minutos, deja al jugador con una sensación de inquietud muy fuerte.
Esta obra se convierte así en un referente en lo que respecta a videojuegos que no buscan un avance y recompensa, o desarrollar una historia, sino más bien provocar una determinada reacción visceral al jugador.
El videojuego The Static Speaks My Name puede descargar gratuitamente en sus versiones para Windows, Mac o Linux desde su página web o en Steam.
Filólogo, profesor en Secundaria, lector todoterreno, melómano impenitente, guionista del cómic ‘El joven Lovecraft’; bloguero desde 2001, divulgador y crítico de cómic en diversos medios (Ultima Hora, Papel en Blanco, etc.); investigador de medios audiovisuales y productos de la cultura de masas en RIRCA; miembro de la ACDC España.