Un halo de luz en la oscuridad del mar. «The Lighthouse» (Robert Eggers, 2019)
La religión y el folklore siempre han sido dos de los conceptos que más han atraído e interesado a Robert Eggers, un jóven de 36 años nacido en New Hampshire, director de cortometrajes como Brothers (2014) y del aclamado filme de terror The witch (2015), dos obras donde confluyen evidentes referencias al cristianismo y al arte popular.
Para The Lighthouse, su más reciente proyecto, Eggers lleva las épicas historias de la mitología clásica a un aislado faro en medio de el mar durante los últimos años del siglo XIX donde deberán vivir durante cuatro semanas dos fareros: uno experto, veterano y curtido (interpretado por Willem Dafoe) y otro mucho más joven e inseguro (interpretado por Robert Pattinson). La película -rodada en celuloide, blanco y negro, y adaptada a un formato de 4:3- bebe de clásicos del terror expresionista alemán (influencia más que evidente en cuanto vemos a los dos protagonistas en el barco que les lleva al faro exactamente igual que vemos al conde Orlok tomar el barco que le lleva a su deseado destino en Nosferatu (F.W. Murnau, 1922)) y a otros tantos filmes de terror y suspense como The night of the hunter (Charles Laughton, 1955), Repulsion (Roman Polanski, 1965) y, sobre todo, The shining (Stanley Kubrick, 1980), pues el faro en el que tienen que trabajar estos dos marineros se convierte en su hotel Overlook particular, un lugar hostil donde irán perdiendo, poco a poco, la (poca)cordura que les queda, ya que mientras van pasando los días y su aislamiento se hace cada vez más tedioso y enfermizo, la relación entre ambos personajes irá desde muestras de completo afecto y cariño (entre lo fraternal y lo sentimental) hasta un odio psicopático.
La relación de personajes y su background será de los aspectos más importantes de la cinta a nivel narrativo. Entre ambos personajes se establecerá una relación de maestro y discípulo o, mejor dicho, de tiránico jefe y sumiso trabajador, puesto que el personaje interpretado por Willem Dafoe le prohibirá a su aprendiz subir y hacer guardia en el propio faro, dejándole tan solo las tareas más nauseabundas, difíciles o que requieran una fuerza y agilidad que su avanzada edad y cojera no le permiten llevar a cabo. Sin embargo, este hecho no se reduce tan solo al mal estado físico del veterano; éste oculta algo más, hay algo en el faro que tan solo él desea poseer, impidiendo de cualquier forma que el joven pueda descubrirlo. El adivinar lo que su maestro guarda y realiza a solas en la larga y tenebrosa noche en lo alto del faro será el misterio que le quitará el sueño al joven Ephraim Winslow (el personaje de Robert Pattinson) e irá acrecentando su odio hacia su jefe y hacia la roca en la que vive, rodeado de gaviotas que se mofan de él mientras se posan encima suya regodeandose y señalando su torpeza, su falta de cordura y humanidad. El filme pues, se centrará en la evolución de los personajes, en sus roles cambiantes, en sus inquietudes, en sus miedos. Esta jerarquía y lucha por la divinidad se manifestará al principio de la película cuando vemos que mientras que el borracho y cínico Thomas Wake (Willem Dafoe) realiza un extraño y sexual ritual -casi ancestral- frente a la cegadora e incandescente luz del faro que nos hace replantearnos si es un objeto, quizás, mágico que puede que conceda los deseos más profundos del ser que se postra frente a ella; Winslow se contentará con las fantasías sexuales que le evocan la figura de porcelana de una sirena y que se irán solapando con recuerdos de su pasado como ayudante en los bosques de Canadá; con extrañas visiones de monstruos cefalópodos marinos y demás alucinaciones y sueños que le van nublando la mente. Desde ese punto, que establece y delimita los «privilegos» de uno y las desdichas del otro, la locura y la ira se precipitarán sin frenos hacia un final apoteosicamente macabro y simbólico.
Pattinson y Dafoe brillan con luz propia, dándonos unas de sus mayores actuaciones de sus carreras. Consiguen llevar sus actuaciones a un nivel demencial, dando todo de sí mismos, metiéndose por completo en la psique de sus personajes. Sin intentar destripar nada de la trama, tan solo comentaré que Dafoe llega al punto de tragar tierra y que Pattinson confesó en una entrevista que, con tal de sentirse como su personaje, recurría a autoprovocarse arcadas y orinarse encima. Desde luego, parecerá excesivo y excéntrico, pero es innegable que la pasión que le ponen a su trabajo se nota, se vive, y mucho.
En conclusión, Robert Eggers y su hermano Max realizan un minucioso guión donde plasman toda la información posible que han podido recoger para crear esta historia de terror psicológico y macabro influenciada por cuadernos, diarios y relatos de marineros y trabajadores encargados de guardar faros en alta mar; donde la mitología tiene un peso esencial -ante todo, las figuras de Prometeo y Neptuno- al igual que diversos grabados como Das Meerwunder de Albrecht Dürer o Hypnose de Sascha Schneider que son referenciados casi al milimetro. Grandes de la literatura -sobre todo de terror- como Lovecraft, Poe, Stevenson, Melville o Sarah Orne Jewett serán influencias esenciales para los creadores. Ambos hermanos consiguen agrupar todas estas influencias y consiguen crear toda una experiencia cinematográfica que se complementa con un brillante trabajo de fotografía por parte de Jarin Blaschke que consigue darle a la luz una importancia vital y un carácter tenebrista, con un diseño de vestuario y una dirección artística muy bien cuidada donde se nota el gran trabajo a la hora de estudiar la época en la que está basada el filme; y, por supuesto, una gran dirección que sabe sacar lo mejor de sus dos (grandes) actores y de todo su equipo técnico.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.