Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Un nuevo día en Tokio: «Perfect Days» (Wim Wenders, 2023)

Es innegable afirmar que Wim Wenders sea uno de los directores más consagrados de la industria cinematográfica. Nació en 1945 en Düsseldorf y formó parte de aquella corriente cinematográfica nacional conocida como nuevo cine alemán que, junto a otras nuevas olas de distintos países como la nouvelle vague en Francia, el free cinema en Gran Bretaña o el new Hollywood en Estados Unidos, por mencionar las más conocidas, conformó la era de la modernidad cinematográfica.

En una lista de películas más influyentes y mejor valoradas seguramente encontraremos alguna de sus mejores obras: Paris, Texas (1984), El cielo sobre Berlín (1987) o Alicia en las ciudades (1974); y es que su estilo cinematográfico influido por grandes figuras como Nicholas Ray, Howard Hawks, Jean Renoir o Yasujiro Ozu y caracterizado por explorar la existencia del ser humano en soledad ha sido alabado y galardonado en todas partes del mundo.

El realizador alemán nos sorprendió a todos cuando se anunció que dos largometrajes suyos se iban a estrenar en la 76º edición del Festival de Cannes. Los filmes presentados fueron el documental Anselm (2023), sobre el pintor y escultor alemán Anselm Kiefer, y Perfect Days (2023), una ficción producida en Japón que competía en la Sección Oficial del festival. El segundo film se llevó el premio al mejor actor del festival para Koji Yakusho; conocido por su papel protagonista en el thriller japonés Cure (1997) de Kiyoshi Kurosawa.

Hoy hablaremos de Perfect Days, cinta que llegó a los cines de nuestro país el 12 de enero y que ha conseguido calar de lleno en el público español a través de su tierna y sencilla historia llena de emoción y sentido.

Aunque la última etapa de Wenders destacaba más por sus documentales -Bella Vista Social Club (1999), La sal de la Tierra (2014)- que por sus ficciones –Todo saldrá bien (2015), Inmersión (2017)-, en Perfect Days nos demuestra que todavía conserva aquel buen pulso artístico que caracterizaba otras de sus ficciones como El amigo americano (1977) o Hasta el fin del mundo (1991). Esta vez abandona Alemania y Estados Unidos y nos lleva a las calles de Japón que ya retrató en su documental Tokyo-Ga (1985) donde rendía homenaje a su maestro y cineasta predilecto: Yasujiro Ozu.

Wim Wenders construye un nuevo relato sobre el ser humano en soledad y su relación con su entorno, con la vida. Esta vez, a diferencia de otros filmes pasados, su actitud es más optimista y vitalista.

Perfect Days sigue el día a día de Hirayama, un hombre adulto que lleva años trabajando para el servicio de limpieza de baños públicos de Tokio. Wenders sigue a su protagonista como si hiciera un documental contemplativo, retratando cada momento de su día a día: cuando se despierta, recoge su futón, riega sus plantas, se viste, sale de su casa, recoge un refresco de una máquina expendedora… Y una vez hecho todo eso, arranca su furgoneta azul y se dirige a su puesto de trabajo mientras escucha cassetes de Lou Reed o Patti Smith, entre otros artistas que hacen su vida más feliz y amena. Hirayama se dedica a limpiar durante el turno de mañana con dedicación y empeño. No deja que su compañero de trabajo, un adolescente que está más pendiente del móvil y de la chica que le gusta que de su labor, le distraiga de su cometido. Él limpia en silencio e intenta molestar lo mínimo posible a los usuarios que entran con prisa al baño.

Viendo a Hirayama no pude evitar pensar en el icónico Charlot -o the tramp, el mítico personaje de Charles Chaplin-, un personaje sencillo, silencioso y también de clase baja que hacía todo lo posible, con humor y dedicación, por prosperar en el mundo. Seguramente si Chaplin hubiese sido japonés, hubiese hecho una película como Perfect Days, aunque hubiese tenido un sentido aún más combativo que la cinta de Wenders. El realizador alemán, aunque en su película sí se perciben ciertas secuencias en las que se critica el abuso de la clase alta hacia los trabajadores y, sobre todo, su culto posesivo hacia lo material, prefiere inmortalizar un relato amable donde defiende la belleza de la vida y, en especial, las acciones altruistas que hacemos por los demás sin buscar nada a cambio.

Hirayama es un personaje silecioso y tranquilo, pero también demuestra, al igual que otros personajes del film, una esencia cómica que recuerda al Charlot de Charles Chaplin.

Wim Wenders comenta en una entrevista que lo que le llevó a hacer esta película fue ver cómo la comunidad de Tokio se había dedicado a cuidar los parques de la ciudad durante el confinamiento que vivió el mundo entero en 2020 y 2021 tras la pandemia del COVID-19. El realizador relata la emoción que sintió al ver cómo los ciudadanos de Tokio regresaron a esos lugares comunes que habían cuidado de forma altruista, para el disfrute de los demás y de la ciudad, con gran alegría. Hirayama también es feliz haciendo labores para los demás. Limpia los baños, ayuda a ciudadanos confusos, cuida de plantas… y, especialmente, cuida de su sobrina, Niko, que ha reñido con su madre -la hermana de Hirayama- y ha decidido refugiarse en casa de su tío. Ambos personajes tienen muchas cosas en común: hacer fotografías analógicas a árboles, ayudar a los demás, disfrutar de las cosas sencillas y simples de la vida… Pero la aparición de Niko en la vida del protagonista no solo sirve para que Hirayama comprenda que todavía puede enseñar y que la juventud no está perdida; como siempre dicen estereotípicamente los personajes más adultos. Su aparición sirve para dar consciencia al espectador del pasado del cual el protagonista ha decidido renunciar. En esas escenas se entrevé un conflicto familiar de clase que recuerda a las tramas de Yasujiro Ozu, quien exploró a lo largo de su filmografía las estructuras familiares japonesas y sus pequeños conflictos internos.

Los sentimientos de Hirayama, además de ser expresados a través de sus expresiones faciales y corporales y en sus gestos -es muy significativo el momento en el que deja de hacer fotos a un árbol para, por primera vez, retratar a su sobrina con su cámara-, también se muestran a través de ciertas secuencias que aparentan ser ensoñaciones del protagonista que se distinguen del resto de metraje por el uso del blanco y negro y por la superposición de planos rodados -muchos de ellos- con configuraciones de cámara especiales que hacen, por ejemplo, que los elementos materiales del plano (personajes, árboles, edificios) se desdibujen construyendo, así, figuras expresivas donde el tiempo se dilata y se rompe. Wenders, a pesar de romper el estilo naturalista del resto del film con estas secuencias, sabe combinarlas con acierto haciendo que no se pierda la esencia de su discurso humanista.

«Kondo wa kondo, ima wa ima» («La próxima vez será la próxima, esta vez será esta»): el mantra que repiten Hirayama y Niko como forma de entender el Mundo con tranquilidad, paciencia y optimismo.

Perfect days sienta como una bocanada de aire fresco que te hace sentir vivo. Hace que el espectador reflexione sobre su condición y su visión de la vida, que sepa valorar las cosas más sencillas que hay en ella, que piense en los demás con empatía y con altruismo. A Hirayama le basta con poco para ser feliz, aunque evidentemente las desgracias y desaveniencias de la vida también son parte de la existencia del  ser humano y muchas veces pesan más que aquello que nos haga felices. Wenders es consciente de ello, no pretende eludir las injusticias de la vida y las desgracias que suceden día a día en el mundo, a nivel mundial como personal, pero nos invita a hacer el esfuerzo de ver el lado bueno de las cosas, a detenernos y admirar la belleza de las ramas de los árboles que se mecen con la suave brisa de verano. Esto me recuerda a una frase que dijo el cineasta David W. Griffith en sus últimos años de carrera: «Aquello de lo que carece el cine moderno es de la belleza del viento moviendo las hojas de los árboles.» 

 

 

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