Viejas políticas, nuevas estrategias: «Vice» (2018) y «Brexit» (2019)
Es indiscutible que una de las funciones esenciales de la ficción audiovisual es la de ser reflejo de la sociedad que lo produce y lo consume. Y a ser posible un reflejo crítico, de manera que las audiencias se enfrenten a temas de actualidad, reflexionen acerca de su identidad individual o asuman (o no) su identidad histórica a través de producciones que van más allá de la mera descripción de acontecimientos para sumergirlas en los entresijos del poder. Un poder que no es exclusivamente político —las consabidas «cloacas del estado»— sino muchas veces una reafirmación individual en un contexto en buena medida caótico que favorece determinados tipos de comportamiento. Esta premisa, que puede parecer un tanto enrevesada, es fácilmente comprensible si unimos títulos a conceptos: la gestación de la crisis económica y sus repercusiones en la sociedad se verán en Margin Call (Chandor, 2011), Up in the air (Reitman, 2009), Too big to fail (Hanson, 2011), El Capital (Costa Gavras, 2012), Cinco metros cuadrados (Max Lemcke, 2011), The big short (Adam McKay, 2015) o Techo y comida (Juan Miguel del Castillo, 2015); y la corrupción española más reciente ofrecerá su lado más periodístico, por llamarlo de algún modo, en B, la película (David Ilundain, 2015) y El hombre las mil caras (Rodríguez Librero, 2016) y su lado más sórdido social e individualmente en la magistral El Reino (Sorogoyen, 2018) que se alzó con siete de los Goyas más destacados en su última edición aunque perdiera ¿incomprensiblemente? el más que merecido Goya a la mejor película.
Por estos derroteros van a circular los dos films que encabezan nuestro post: Vice de Adam McKay y Brexit: the unicivil war de Toby Haynes. De factura muy distinta, ambas coincidirán en plasmar los procesos por los cuales se llegó a la puesta en marcha de la llamada «War on Terror» tras los ataques al World Trade Center en 2001 y la victoria en las urnas de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea en 2016 respectivamente. Su trasfondo común no será otro que el aprovechamiento de un estado emocional de vulnerabilidad en la sociedad norteamericana y global en el primer caso, y la utilización de nuevas estrategias de captación de votantes a partir de la construcción/recuperación de un estado emocional latente en la sociedad británica basado en sus reticencias hacia Europa. Dos premisas a los que el lector de este post y los espectadores de ambas películas podrán relacionar fácilmente con ejemplos de la contemporaneidad política.
No cabe duda de que la (re)construcción histórica —o pseudohistórica— de las consecuencias de la caída de las Torres Gemelas ha generado un sinfín de materiales audiovisuales ficcionales y no ficcionales que casi siempre suelen tener a los mismos protagonistas: los integrantes del equipo de la administración norteamericana y esencialmente a su presidente, George W. Bush. En la retahíla de nombres posibles faltaba uno, el del vicepresidente Dick Cheney, artífice de los conceptos bélicos derivados del ataque y de la creación de una especie de red policial global liderada por los Estados Unidos que transformaría la idea de seguridad en un estado de terror perpetuo. Un vicepresidente que declarará su admiración por los métodos drásticos utilizados por Jack Bauer en la serie 24 y un vicepresidente que sustituirá a Bush tras su asesinato en el falso documental Death of a President de Gabriel Range (2006) como inicio de una era absolutamente distópica para la humanidad. Solo por recuperar esta figura y por la figura en la sombra del Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, la película tiene un valor indudable.
El relato de la ascensión al poder de Cheney va a plantearse en Vice de una manera absolutamente ecléctica. Así, las premisas estéticas de la posible reconstrucción biográfica de los personajes van a combinarse con los esquemas típicos del «docudrama» o de la «docufiction» como forma de voyeurismo para las audiencias que asistirán a hipotéticas conversaciones o reuniones que se (re) construyen en la película ayudados, sin duda, por el espectacular parecido físico de los actores con sus personajes. Una combinación que va a tener en el falso documental un aliado imprescindible no solo en la presentación de situaciones más o menos creíbles sino especialmente en la construcción de un «falso final feliz y apacible» en el centro de la película que, aunque pueda despistar parcialmente al espectador, creemos que debe interpretarse como un guiño histórico-narrativo incitando a las audiencias a preguntarse cómo habría sido el devenir histórico si Cheney realmente se hubiera dedicado simplemente a la familia y al ocio. Una propuesta totalmente alejada de un posible biopic canónico que también intentará recoger Brexit; the Uncivil War aunque con una suerte totalmente distinta.
La TV movie (HBO) Brexit narrará cómo la indefinición de la identidad europea así como sus directrices económicas llevarán a un grupo de políticos, con motivos distintos y muchas veces ocultos, a iniciar una campaña a favor de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Una campaña dirigida por Dominic Cummings (Benedict Cumberbatch) quien se servirá de la minería de datos facilitada por Cambridge Analytica para la construcción de una psicogeografía de los votantes e influir en sus decisiones. Presentados los personajes de esta tragicomedia a través de casi foto fijas, los defensores del Brexit serán diseñados como personas gamberras, con fuertes intereses comerciales personales y no excesivamente conscientes de lo que están a punto de hacer —sobre todo Nigel Farage, interpretado por Paul Ryan— mientras los defensores de la permanencia en la UE serán personas excesivamente conservadoras e ignorantes del auténtico poder de las red como arma política.
Esta visión quizá excesivamente maniquea atravesará toda la película, de manera que la «modernidad» de un Cummings retratado como una figura innovadora, un genio equiparable a Steve Jobs o Mark Zuckerberg se enfrentará a la «vieja usanza» del jefe de campaña de la permanencia Craig Oliver (Rory Kinnear). Lamentablemente, este esquema es prácticamente lo único que encontramos en la propuesta de Toby Haynes. Y es que las informaciones que vemos ya son conocidas por las audiencias, todavía más tras los estrepitosos fracasos de Theresa May y su acuerdo con la UE que han actualizado los posicionamientos y razones del referéndum de 2016. En este preciso sentido, Brexit podría considerarse como un pequeño fiasco; sin embargo, sí debe reconocerse el interés de las preguntas que subyacen en el argumento. ¿Todo vale en las nuevas estrategias políticas? ¿Nos encontramos en un momento de extrema facilidad de manipulación de la población? ¿Es realmente consciente la población del mundo virtual en el que nos movemos cada minuto del día? ¿Es consciente la población de que estamos facilitando una intromisión más que peligrosa en nuestra privacidad de consecuencias impredecibles?, ¿Son realmente diferentes las viejas formas de conseguir el poder de las contemporáneas?. Sin duda, muchas de las respuestas están en la serie Black Mirror en la que participó Haynes en uno de sus episodios,
Aunque de calidad muy distinta, tanto Vice como Brexit poseen unos valores que van más allá de su argumento. La inmersión de la primera en las producciones de la «era Trump» no es casual como tampoco las conexiones que el público realizará con nombres y situaciones de su mandato. Y el quizá oportunismo de la segunda queda absolutamente desbancado por su planteamiento más profundo de ascensión de ideologías populistas —casi fascistas según las aportaciones de Madeleine Albright— en las que se incluiría la contemporaneización propuesta en Vice.
En cualquier caso, ambas ficciones forman parte de un tímido corpus audiovisual que cuestionan las formas de acceso al poder en un mundo dominado por la virtualidad y que, sin duda, se irá desarrollando de manera vertiginosa. Aunque seguimos pensando que la mejor producción de este corpus es, hasta el momento, Ha vuelto de David Wnendt (2015). Priceless
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.