Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«After Yang» (Kogonada, 2021): solo esencia, solo memoria

Kogonada pertenece a un grupo muy especial de directores. Su carrera pública en el mundo de lo audiovisual comenzó en Internet, subiendo vídeos en plataformas tipo YouTube o Vimeo en los que reunía fragmentos de películas de varios directores y creaba brevísimos ensayos visuales que valoraban la idiosincrasia de estos creadores del mundo cinematográfico. Si prestamos atención a sus créditos profesionales, vemos cosas como vídeos dedicados a Yasujirô Ozu  —Ozu: Passageways (2012)— o a Bergman —Mirrors of Bergman (2015)—, entre tantísimos otros. No tuvimos su primera entrada como director de un producto original hasta 2017 con el estreno de Columbus, una historia sobre el sentimiento de pertenencia y sobre cómo un mismo espacio puede jugar el ambivalente papel de representar tanto una prisión como un paraíso. Con esta película, Kogonada se alejó de su papel como vídeoensayista —incluso sabiendo que en 2020, tres años después del estreno de Columbus, publicó un vídeo sobre la Roma de Cuarón llamado Nothing at Stakey se instauró plenamente en una corriente cinematográfica francamente particular que tiene como núcleo temático aquello que hace que una persona asiática pueda todavía conectar su paisaje interior con el paisaje general de aquel país que tan lejos y tan cerca, de forma simultánea, parece quedarle. A lo largo de estos últimos años, hemos visto ejemplos que, en mayor o menor medida, han tenido cierto éxito a la hora de presentar esta cuestión: la emotiva The Farewell (Lulu Wang, 2019), la rural Minari (Lee Isaac Chung, 2020), la hiperbólica, estridente y punzante Everything Everywhere All at Once (Daniels, 2022) o la algo desenfocada, pero de gran corazón Turning Red (Domee Shi, 2022). Con su segunda película, After Yang (2021), Kogonada empeña gran parte de sus esfuerzos en continuar investigando cómo las raíces pueden seguir nutriéndose cuando han sido replantadas en tierras ambiguas. Huelga avisar: el análisis contiene spoilers.

La película nos cuenta la historia de una familia interracial —madre negra, Kyra; padre blanco, Jake; hija asiática, Mika— en la que los padres quieren que su hija crezca teniendo un enlace con su herencia asiática, de manera que pueda criarse en territorio estadounidense y, a la vez, ser consciente de dónde viene y cuáles son las características de ese lugar. Bajo este pretexto, los padres deciden comprar un tecno sapiensuna suerte de androide sintiente y pensante— llamado Yang cuya característica principal es que, aparte de tener un físico que se corresponde con el común denominador de la raza asiática, su base de datos está programada de tal manera que puede encargarse de que Mika crezca tomando conciencia de su condición dual. Yang lleva a cabo su trabajo hasta que un día, por un fallo relacionado con su núcleo interno, deja de funcionar y sus sistemas se apagan, dejando un vacío notable en el seno de una familia que no sabían lo mucho que habían dado por hecho la existencia y presencia de Yang en sus vidas.

Colin Farrell interpreta a Jake, el padre de la familia, que tendrá que atravesar una silente, pero profunda revisión de lo que cree que significa Yang para él.

El primer elemento a notar tiene que ver directamente con Yang. Como decíamos, este personaje es el encargado de ligar a la hija asiática con sus raíces chinas. Él se refiere a ella como mei mei —hermana menor— y ella a él como gege —hermano mayor—, creando una ilusión de familiaridad para que Mika se integre de forma más cómoda en un universo en el que tomar conciencia de tu procedencia puede desembocar en una peligrosa reconfiguración de la autoimagen y provocar crisis de identidad. Un buen ejemplo de ello es el momento en el que Mika le comenta a Yang que algunos de sus compañeros de colegio le han preguntado acerca de sus verdaderos padres. El papel de Yang consiste en reconfortar a su «hermana pequeña» en los momentos en lo que ella duda acerca de cuál es su lugar en el mundo, haciéndole entender que su situación dentro del árbol familiar responde a la condición de injerto: quizá no haya nacido del mismo tronco, pero su relocalización resulta exitosa en tanto que de ella nace algo nuevo, una riqueza intercultural que llevamos aceptando desde hace más bien poco. Yang funciona como enlace analógico, sintiente y pensante a esa China que tan lejos queda para Mika. Le enseña aquellos referentes que, como ella, han pasado por una recontextualización y se han visto injertados en microcosmos cuyas características sociales, raciales y políticas desafían la validez del otro en pro del continuismo tradicional y de la homogeneización racial. Le habla de Mitski a través de la canción «Glide (Lily Chou-Chou)», que trata sobre la integración ontológica del sujeto en el espacio dado —«I wanna be just like the wind/Just flowing in the air/Through an open space»—, siempre con el principio tan oriental de una sencillez que nos conecta con lo puramente esencial de la existencia humana —«I wanna be just like a melody/Just like a simple sound/Like in harmony»—.

En esta última idea, la de la sencillez, radica el porqué de la lógica espacial que plantea la película. Los filmes dirigidos por Kogonada parecen dedicarle un recoveco especial a la arquitectura y a la planificación de lo urbano. Los edificios dejan ligeramente de lado su evidente funcionalidad habitacional para concebirse como verdaderas extensiones simbólicas que sirven al propósito argumental y filosófico de sus películas. Son construcciones de especiales circunstancias porque la arquitectura aplicada responde a un principio de simetría que demuestra un orden y una harmonía trascendental que se ve truncada por la aparición de un paisaje emocional doliente continuado, pero minimalista, que se va reconfigurando a sí mismo a medida que va progresando la odisea de Jake por encontrar a alguien que sea capaz de «arreglar» a Yang. Existe, por tanto, un roce entre lo estrictamente formal y lo visceralmente emotivo. La asepsia de un estilo que aboga por el equilibrio y por la constancia rítmica de un tren de vida mondo y discreto se ve alterada por una pérdida cuya tragedia y pesadumbre es expansiva y gradual, dando la impresión de que puede llegar a ser ilimitada.

La estructura interna de un tecno sapiens: la película impulsándonos a la identificación de nuestra propia condición con la de los androides.

Esta herida de profundo calado se hilvana con los tejidos de la memoria. Este proceso desempeña un rol especialmente relevante en el núcleo temático de la película. Gran parte de la disputa que mantiene After Yang consigo misma tiene que ver con cómo los recuerdos constituyen la propia identidad. La ausencia de Yang en la familia implica la creación de un contexto en el que Jake y Kyra tienen que revisitar su propia idea de quién era realmente Yang y qué papel cumplía en sus vidas. Tras descubrir que en su estructura interna, Yang contenía una pequeña placa que contiene todos sus recuerdos, tanto Jake como Kyra no dudan en acceder a ellos para tratar de averiguar si el fallo motor de su peculiar hijo adoptivo tiene una razón más allá de una simple disfunción del sistema. De esta manera, la película nos integra en dos discursos memorísticos diferenciables: el de Jake y Kyra, y el de Yang. Los recuerdos de la pareja se manifiestan en el mismo aspect ratio —2.35:1— que aparece en la línea argumental principal, reconocible por las bandas negras arriba y abajo de la pantalla. Sus recuerdos se caracterizan por presentar una imbricación de pequeñas variaciones del mismo momento, incluyendo cambios de perspectiva y diferencias en la entonación de una frase en concreto. En ocasiones, algunas de las palabras recordadas se repiten en forma de eco, enfatizando la naturaleza no linear o reiterativa de la memoria. Con esta correspondencia de aspect ratios, se nos propone la idea de la memoria como un proceso que tiene un elemento importante de ficción y que depende exclusivamente de nuestra perspectiva, mentalidad y discurso interno.

Por otra parte, cuando Jake accede y revisa el hub memorístico de Yang, los recuerdos que se nos muestran se abren de forma más notable en nuestras pantallas al variar el aspect ratio —1.85:1—, como queriendo enfatizarnos que aquello que estamos viendo no viene alterado por los perniciosos mecanismos fragmentarios de la memoria, sino que responde a un proceso objetivo y computarizado. Aquello que Yang ve se corresponde indiscutiblemente con la realidad. La naturaleza de los recuerdos de Yang implica, primero, una oportunidad maravillosa de acceder a la esencia del personaje y, segundo, una expansión del conocimiento de Jake sobre Yang al abrírsele un intrincado e hiperrelacionado diagrama de recuerdos cuya temporalidad resulta muy anterior a su propia existencia en el seno de la familia protagonista. Yang ha vivido una vida entera antes de conocer a Jake, Kyra y Mika. Ha conocido el amor y a otras familias de similares circunstancias. Plantea una pregunta, una duda lacerante, que se vuelve trágica en el núcleo de nuestra historia: ¿en base a qué reconocemos la humanidad de uno, sea ajena o propia?

Yang, interpretado por Justin H. Min, en uno de esos momentos en los que reconocemos facetas humanas en su comportamiento y expresión.

After Yang nos impera a plantearnos una revisión de lo humano, integrando su existencia en el recorrido bicentenario de la cuestión posthumana, que encuentra sus inicios en la literatura con el Frankenstein (1818) de Mary Shelley y que se ha visto llevada a la gran pantalla en reiteraciones tan célebres del concepto como la que demuestra ser Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y su secuela Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017). Y, como en estas películas, en After Yang el verdadero misterio que yace bajo todas esas capas genéricas —tengan que ver con lo fantástico, lo noir o la ciencia ficción— se corresponde con el eterno dilema de la existencia y de qué es aquello que nos construye. Llevamos años viendo y leyendo historias sobre cómo lo verdaderamente orgánico, aquello que existe en base a un principio biológico, se ve obligado a compartir escenario con lo sintético, pero no necesariamente falso. ¿Qué hay en los androides, robots y replicantes que les permite contener una amplitud trágica, quizá, demasiado humana para su ambigua condición? En After Yang, parece hallarse una de las posibles respuestas. Para saber qué hay después de Yang, los padres han tenido que averiguar qué había antes del Yang que ellos conocen. Sus vivencias, sus recuerdos, su vida. La memoria nos constituye y nos agarra al mundo, uno que crece espinas, pero quizá como preludio de rosas. Después de Yang hay solo esencia, solo memoria. Y qué valiosa es.

 

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