Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«American Horror Story: My Roanoke Nightmare»: terror y metaficción

Acabada ya la sexta temporada de American Horror Story, My Roanoke Nightmare, creo que podemos decir sin temor a equivocarnos que se trata de una de las temporadas más conseguidas desde la añorada Asylum.

La temporada de la serie de Ryan Murphy ha conseguido darle una vuelta de tuerca a su producto estrella. Tras sumergirse en varios de los escenarios prototípicos del imaginario del horror moderno (la casa encantada de Murder House, el psiquiátrico de Asylum, el batesiano Hotel…), en My Roanoke Nightmare, la serie ha querido dar un giro hacia el género más slasher, y homenajear toda una serie de temáricas del terror moderno: aquellas que se centran en el horror de la destrucción del cuerpo, pero también en las nuevas formas de terror. Se habían planteado muchas hipótesis sobre el argumento de esta nueva temporada: alguna de ellas muy inteligente, como la de usar a la leyenda urbana internáutica del Slender Man, pero que finalmente fue descartada (aunque, conociendo las eclécticas fuentes de Murphy, no nos extrañaríamos de que lo reservara para una nueva entrega). En su lugar, la temporada ahonda en el misterio de la colonia perdida de Roanoke, uno de los mitos fundacionales del misterio norteamericano.

Los cinco primeros episodios de American Horror Story: My Roanoke Nightmare eran un homenaje al terror más sangriento que tomó forma a partir de los 70: el gore, el slash, donde el horror ya no es sobrenatural sino que es el horror de la carne abierta y la sangre derramada, es la abyección del cuerpo desmembrado, la repulsión del ser humano por ser reducido a mera carne fileteada. No sólo el terror a la América profunda, la de los hillbillies dementes y caníbales, locos por décadas de cruces entre familiares (patente en cintas como Las colinas tienen ojos, o directores más modernos como Rob Zombie y toda su producción); sino también el de los ancestros malévolos, cultos paganos sangrientos en el corazón del país. Las referencias son múltiples y extensas, y, como siempre, la serie resulta de un revoltillo de todas ellas. En el primer episodio, por ejemplo, un detalle capta nuestra atención: el uso (de apenas unos breves instantes) de un video que se hizo viral hace un año y en el que se veía cómo un bosque de Nueva Escocia parecía estar «respirando», que es lo que vemos cuando una de las protagonistas, Shelby, está huyendo a través de los árboles.

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Todavía hay otra novedad en esta temporada, y es que ésta se articula formalmente como si fuera un programa de telerrealidad, donde se cuentan sucesos reales que son reconstruidos por actores para la narración, complementando así las entrevistas con los que realmente vivieron los hechos narrados. Un formato que en Estados Unidos ha tenido un gran auge con todo tipo de temáticas: testimonios de pérdidas de peso, engaños amorosos en internet, maneras estrafalarias de morir…

Pero lo mejor de la temporada está por venir, porque en el sexto episodio da una vuelta de tuerca en el planteamiento metaficcional de esta temporada. Tras acabar la temporada de My Roanoke Nightmare, show de telerrealidad con re-actuaciones que es el vehículo narrativo, su productor se plantea una nueva vuelta de tuerca: volver a situar a los protagonistas, los de los hechos reales y los actores que los reinterpretaban, en la casa maldita de Roanoke. Los dos planos de ficción, así, se fusionan, y al hacerlo, nos plantean por primera vez una pregunta que nos había pasado desapercibida: si se rodó la reactuación en el mismo lugar de los hechos, ¿no ocurrió nada extraño a los actores? Esta pregunta de fondo es la que intentará contestar indirectamente el productor, pero su principal motivo para vender esta continuación, en sus propias palabras, es la de hacer justicia, es la de aclarar el asesinato de Mason (uno de los personajes que muere durante los «hechos reales») en directo y atribuirse el mérito. Esta especie de justificación ética (como la del «experimento sociológico» que pretendía ser Gran Hermano) es la que legitima esta nueva «ficción».

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Así, se plantea encerrar durante una semana tanto a los actores, como a los supervivientes reales, rodeados de cámaras ocultas que lo grabarán todo (y aquí se aprovecha para un claro homenaje a la nueva ola de terror basado en este formato de hiperrealidad: cintas como El proyecto de la bruja de Blair, saga de Paranormal Activity, pero también al formato de telerrealidad de Gran Hermano).

Nunca podemos estar seguros de qué nivel de realidad estamos contemplando, porque, al fin y al cabo, no importa cuántos niveles de metaficción tengamos delante: siempre será una ficción, editada y montada para el espectador. ¿Es cierta la desaparición de Diana y su accidente, o forma parte de la ficción? Todas las cuestiones que G.A. Romero exploraba en Diary of the Dead sobre la relación entre realidad y ficción encuentran aquí su correspondencia.

Naturalmente, como cada temporada de AHS, no podemos encariñarnos con ningún personaje, porque la mayoría va a tener una final nada agraciado. My Roanoke Nightmare (y su sub-reality Returno to Roanoke: Three Days in Hell) dinamiza así una serie que parecía haber caído en cierto letargo durante Hotel, proponiendo un montón de ideas nuevas, cambiando referentes y haciendo multitud de guiños a un terror que se ha establecido en los últimos años, y ofreciéndose así su particular visión del género, y, sobre todo, realizando una crítica demoledora a este tipo de programas-espectáculo, destapando las miserias que ocultan, la ambición y codicia de los productores, la vanidad de los actores, y en general toda la falsedad e hipocresía que encierran. Una temporada que sube espectacularmente el nivel y que tendremos muy en cuenta para valorar una séptima, que seguro que llegará.

 

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