Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Arriesgada y fantástica apuesta: Fargo sin Fargo

“Por respeto a los vivos se han cambiado los nombres de los protagonistas; por respeto a los muertos se ha contado todo tal y como ocurrió”. Con este párrafo comienzan los capítulos del thriller policíaco Fargo (FX, Noah Hawley, 2014-  ), una boutade (la serie no está basada en hechos reales) que ya nos adelanta el legado de los hermanos Joel y Ethan Coen, productores ejecutivos y guionistas de un episodio, en un producto inspirado en su película homónima (Fargo, 1996) con la que, sin embargo, no comparte ninguna línea narrativa.

Noah Hawley, showrunner de esta ficción, ha explicado que le contrataron para crear un producto que lograse despertar sentimientos similares a los de la excelente película premiada con dos Oscar, aunque sin compartir personajes o historias. El resultado es una serie de televisión de gran calidad, que ya ha recibido multitud de premios, y que funciona como un homenaje al filme, en gran parte debido a la introducción de numerosos guiños al mítico largometraje. Se trata de un relato que recrea el ambiente, el paisaje, el estilo y las referencias estéticas de aquella. Todo recuerda a Fargo pero nada es como en Fargo. En Fargo encontramos el universo de Fargo pero no es Fargo, aunque la serie es igual de excelente y subversiva.

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Tras el capítulo piloto, donde aparecen múltiples referencias a los Coen –para recordarnos que esto es una especie de spin off, rápidamente la producción televisiva adquiere personalidad propia, pero sin perder lo que Emilio de Gorgot, en Jot Down, ha denominado como secuela geográfica y estilística: la misma filosofía envuelta en una envoltura artística similar. Los capítulos de las dos temporadas estrenadas hasta ahora (está en rodaje la tercera) ofrecen una dosis de personajes extraordinarios, sorpresas de guion, diálogos inteligentes, ironía, situaciones siniestras, surrealismo, humor negro y una generosa ración de violencia y sangre. Todo ello a varios grados bajo cero y cubierto de nieve en los desolados paisajes de Minnesota y Dakota del Norte. Las dos temporadas discurren sin apenas conexión entre ambas ya que están ambientadas en épocas muy separadas entre sí: en 2006 la primera y en 1979 la segunda. En este sentido, como en True Detective, Fargo se apunta a la moda de las antologías, series cuyas temporadas son relatos independientes.

Ambas relatan historias de seres normales y corrientes, que viven en lugares donde aparentemente nunca sucede nada y que, sin embargo, ya sea por avaricia o por simple estupidez, son capaces de introducirse en una espiral de problemas graves, violencia y crímenes. Un irrelevante vendedor de seguros es el patético protagonista de la primera temporada; un carnicero ambicioso y su esposa, peluquera adicta a las revistas femeninas y los cursos de autoayuda, protagonizan la segunda. Personas que se cruzan por azar, perdedores, una policía embarazada, un matón mudo… y el acento típico de Minnesota. Todo como en Fargo pero sin ser Fargo. Imprescindible.

 

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