«Blade Runner 2049» o la (muchas veces) mala costumbre de comparar
Hace 35 años que se estrenaba la película Blade Runner dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Harrison Ford. Basada en un texto de Philip K. Dick y ubicada en un futuro que en aquellos momentos parecía más que lejano conceptualmente hablando, el film nos contaba la historia del policía Rick Deckard en su búsqueda de cuatro replicantes que habían regresado desde su encierro de Marte hasta Los Ángeles. Cuatro replicantes que intentaban contactar con sus creadores, los miembros de la Tyrell Corporation, con la intención de obtener explicaciones acerca de su identidad. Esta somera descripción argumental escondería, como la obra de Dick, una magistral reflexión acerca de los valores de lo humano y de su vigencia así como un planteamiento filosófico acerca de la libertad individual en un escenario en aquellos momentos absolutamente distópico y tecnológicamente avanzado. El film ha pasado a la historia como una película de culto y casi como «el» canon del cyberpunk. Tras 35 años de idolatría, se estrenaba el día 6 de octubre Blade Runner 2049.
Pero, tal como comentamos en el título de nuestro post, no deseamos centrarnos en la comparación con la película de Ridley Scott aunque tengamos que referirnos necesariamente a ella. Porque la comparación —algo en la que han insistido no solo los críticos sino también los espectadores de manera lógica y nada criticable— resulta desde nuestro punto de vista un tanto inútil o no-útil si tenemos en cuenta que no creemos que Blade Runner 2049 sea una secuela de la primera película en el sentido estricto del término, y que Denis Villeneuve no es conceptualmente Ridley Scott. Es más, el maestro Scott, caracterizado por controlar todos y cada uno de los elementos de sus películas y producciones, no confiaría en cualquier cineasta para realizar Blade Runner 2049. Buena muestra de ello es que la película está firmada por Hampton Fancher, guionista del film de 1982, y por Michael Green, guionista de Alien: Covenant de Scott. Su afiliación más que clara confirma lo que hemos comentado anteriormente y se hará más que evidente en la estructura especular que se produce entre las dos películas que contienen los mismos elementos esenciales y ajustan (o contemporaneizan) algunos de los conceptos que se encuentran en el texto de Philip K. Dick. Este respeto también se apreciará en su puesta en escena, con claras concomitancias con la película de 1982 y que, a pesar de enmarcarse en una imaginería ya asumida por las audiencias en estos más de treinta años transcurridos, no deja de impactarnos.
El film de Villeneuve situará la acción en la fecha que acompaña al título de su propuesta. La sociedad y el entorno ya no resultará extraño a un espectador acostumbrado a estar rodeado de cámaras de todos los estilos y tamaños, de utilizar la última tecnología del momento, de asistir a proyecciones en 3D-Imax como es el caso que nos ocupa, de jugar en su casa con consolas y gadgets de realidad virtual o de hacer colas en los aeropuertos en los que el holograma de una azafata nos da precisas instrucciones. El escenario ha cambiado estrepitosamente. Como también ha cambiado la consciencia de los distintos temas y problemas que suscita el posthumanismo que no solamente nos muestran los avances médicos y tecnológicos sino especialmente las más recientes ficciones televisivas y contemporáneas. Así, la difusa línea entre lo real y su emulación, la existencia de identidades diferentes a las humanas, la creación de inteligencias artificiales y de inteligencias emocionales o la posibilidad de clonación de los seres humanos están ya incorporados en el imaginario social. Entonces, si todos estos elementos ya están anclados en nuestra vida diaria —y la ficción forma parte de ella— ¿por qué Blade Runner 2049 (aunque las cifras de taquilla parecen indicar todo lo contrario) despierta nuestro interés más allá de su relación con la cinta de Scott?
Creemos que la respuesta se encuentra en el tándem formado por Denis Villeneuve y el director de fotografía, el maestro Roger Deakins (a quien la Academia ya debería concederle un más que merecidísimo Oscar) quienes van a plasmar de manera magistral la historia de K (Ryan Gosslin) quien, en un momento determinado de la película va a hacerse llamar Joe. Como Joseph K. de El proceso de Kafka, el personaje es un ser anónimo y solitario que deambula en un mundo muchas veces incomprensible para él y en el que intenta buscar un lugar. O, si se prefiere, un personaje que busca un objetivo vital y un sentido a su existencia. Este llegará de manera fortuita al encontrar los restos de una replicante que, contra todo pronóstico, ha resultado ser fértil. Ni que decir tiene que la búsqueda de este nuevo ser va a centrar el «proceso» identitario de K y, por extensión, de toda la humanidad. Porque, creemos que en Blade Runner 2049 poco importa si los habitantes de la Tierra son esencialmente posthumanos con memoria prostética, humanos o seres híbridos. Lo que Villeneuve-Deakins nos presentan es una reflexión sobre la necesidad de reconstrucción de los valores de la humanidad y la necesidad de regeneración —o de reivindicación— frente a una sociedad eminentemente espectacular y artificial que nos uniformiza y aisla. Un aspecto esencialmente reiterado en la puesta en escena en la que K siempre está solo entre la multitud, aparece en penumbra, tiene como hábitat espacios desérticos y distópicos —no demasiado alejados de los que vemos en los informativos como consecuencia del cambio climático— o se ve engullido por la enormidad de los hologramas hiperreales que dominan la cotidianeidad.
En su proceso individual, K. se reencontrará con un desaparecido y buscado por la corporación de turno Rick Deckard (Harrison Ford). En un magistral crossover argumental, los destinos de ambos hombres se entremezclarán conceptualmente. La búsqueda identitaria de K arrastrará al antiguo Blade Runner quien, parapetado tras su mundo de cristal y con la única compañía de un perro —poco importa, creemos, si es real o es un replicante canino, aunque este sea un tema de debate en las redes sociales— encontrará el objetivo final de una misión que probablemente empezara en 1982. Ambos emprenderán un viaje conjunto tremendamente liberador: para Deckard, la posibilidad de una vida mejor para la humanidad además de su propia continuidad —aquí evitamos decir cuál es porque no deseamos hacer ningún tipo de spoiler a los posibles espectadores— , para Joe K. una liberación espiritual casi semejante a la de Roy Batty en los momentos finales de la película de Ridley Scott.
Los dos elementos señalados que son perfectamente reflejados de nuevo en una dirección de fotografía que va más allá de la mera estética para transformarse en un elemento esencial de la narrativa —como siempre hace Deakins— y del mensaje que podemos desprender de Blade Runner 2049. Un planteamiento, el de Villeneuve, que ahonda en la propuesta que el director hiciera en 2016 en su primer film de ciencia ficción, Arrival, en el que la aparente premisa lingüística y/o científica esconde una más que potente historia individual y una reflexión acerca de la (in)comunicación humana y, por extensión, cultural y social. Justamente en esto creemos que reside la fascinación que sentimos desde las primeras imágenes de Blade Runner 2049.
Desde su estreno, las críticas recibidas por la cinta han sido extremadamente elogiosas; en algunos casos se ha visto un tanto denostada por esa mala costumbre de comparar que tenemos. También se han abierto especulaciones de todo tipo centradas en si va a haber una tercera entrega dado el final abierto del film, por una parte, y en intentar responder a preguntas variopintas acerca de la identidad real o clonada de algunos personajes en el más puro estilo del fandom forense, por otra parte. Sea como fuere, no creemos que esas sean las principales cuestiones que aborda Villeneuve. Pero, como «para gustos, colores», lo mejor es —como siempre— ir a ver la película y luego entablar los debates pertinentes que es uno de los placeres más grandes que podemos tener al salir del cine.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.