Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Cinco razones para volver a ver Buffy, Cazavampiros (1997-2003)

Desde su estreno allá por la década de los noventa, Buffy, Cazavampiros se ha convertido en una serie de televisión de culto para la academia, los fans de lo sobrenatural, y en general, para todos aquellos interesados en la ficción televisiva. Algunas de las razones que se escoden detrás este éxito son desde luego más que suficientes para volver a ver esta serie:

El buffyverso creado por Whedon a lo largo de siete temporadas se construye a través de múltiples símbolos folclóricos tradicionales –el vampiro, el hombre lobo, la bruja, los cuentos de los hermanos Grimm– pero sin dejar de lado la crítica hacia un modelo social estadounidense en decadencia y la cultura juvenil de aquellos años. La multiplicidad de temas realistas, mitológicos y alegóricos presentes en la serie ofrecen un desafío polisémico al espectador, a la vez que combina géneros como el terror, la fantasía, el romance gótico, la épica o la telenovela. Buffy es un pastiche único en el que se mezclan comedia y drama, sátira social y reflexión filosófica.

En el plano realista, la serie revela el día a día de las relaciones adolescentes y familiares en entornos como el escolar, el universitario o el laboral, poniendo de manifiesto una ácida sátira social a la comunidad norteamericana del nuevo milenio. Se ocupa de las relaciones sociales, el amor, el rechazo, la amistad, el crecimiento personal, y en ocasiones, nuestro retroceso como especie. La serie muestra cómo sus protagonistas adolescentes a menudo tienen que forjar lazos afectivos alternativos debido a la desintegración de la familia tradicional y el auge del neocapitalismo (6×12).

Para aquellos interesados en la dimensión religiosa y ética, Whedon hace una fuerte apuesta en sus guiones por poner de relieve en los años noventa temas como la muerte, el pecado, la culpa, la redención, y especialmente rompe con los tabús asociados al bien y el mal como categorías absolutas. Muchos episodios presentan lecciones éticas que van desde los cuentos infantiles clásicos (4×10) a los tratados filosóficos de Kant –la ilustración como salvación– (1×11), Hegel, o Marx –el proletariado y socialismo como solución a los males del presente– (6×04). Y es que la cultura popular casi siempre resulta una alegoría sociopolítica.

Otro de los aspectos característicos de Buffy es su tratamiento del posmodernismo en estado puro, ya que temas como lo diferente, la alteridad y la marginación son recurrentes en la filosofía de la serie. Plagada de relaciones mutantes (y posthumanas) donde el odio se convierte en amor y la violencia en tensión sexual (no) resuelta, el vampiro como depredador sexual adquiere una entidad poliédrica. Ampliamente representado en el imaginario cultural como individuos anárquicos, que pueden surgir de cualquier clase, edad o grupo social, estos demonios representan fuerzas destructivas que deben ser superadas. Sin embargo,  la serie trata de escapar de este reduccionismo para deconstruir al vampiro en un ser potencialmente inestable y transformador en ambas direcciones; personajes buenos con la capacidad de volverse despiadados, malos que se vuelven buenos, o malos que no lo son tanto.

Y es que la metamorfosis simbólica de sus personajes casi siempre oculta una transformación radical de su identidad en una sociedad posthumana. La transformación de Willow en bruja y a su vez su descubrimiento personal como lesbiana resulta particularmente interesante en este sentido. Múltiples narrativas populares han a menudo utilizado la imagen de la brujería y la magia para articular la sexualidad femenina y el lesbianismo. No es de sorprender, por tanto, que una vez Willow se inicia en la magia, su personaje adquiera mayor carga sexual culminando en una salida del armario en toda regla. A su vez, este aspecto está conectado con las diversas estrategias narrativas plasmadas en Buffy, ya que aunque el personaje de Willow permanezca notablemente fiel a sus atributos virginales a lo largo de las primeras temporadas, el texto se interrumpe premonitoriamente en “The Wish” o “Doppelgangland” para posicionar a Willow como un ser maligno (estrategia posteriormente utilizada en The Vampire Diaries, entre otras). Estas inconsistencias narrativas se convertirán en premonitorias en la transformación de su personaje en la sexta temporada, cuando casi aniquila el mundo conocido tras volverse adicta a la magia negra (6×20).

Otro aspecto interesante es el tratamiento de un feminismo light trasladado a la serie por sus guionistas. Mientras que bajo el amparo de estos términos, Buffy Summers puede ser en ocasiones codificada como la heroína de la serie, una mujer de acción, una guerrera, una mujer fuerte e independiente, también presenta una ambivalencia típica de las ficciones masculinizadas. Summers no es precisamente una lumbrera, le cuesta expresar sus emociones, y suele necesitar a Willow (y Giles) para llevar a buen puerto todos sus objetivos. Es también muy visceral, poco empática, y carente de habilidades sociales. Estas características llevadas al extremo se materializan con más claridad en el personaje de Faith, que representa exactamente estos mismos rasgos junto con una sexualidad exacerbada (que es penalizada por otros personajes), típica de las villanas telenovelescas.

Si bien la serie articula en diversos aspectos las relaciones sociales y amorosas de sus personajes, sus guionistas no han sabido resolver con éxito la hiperbolización de la violencia y su relación con el poder y la sexualidad, emulando así a los héroes de acción masculinos. En este sentido, la serie naturaliza la violencia entre ambos sexos. Así la relación entre Buffy y Ángel a menudo pivota sobre la dicotomía amor-odio con serias connotaciones sadomasoquistas (1×06, 2×13), cuestión que se extenderá posteriormente a la relación de la Cazavampiros con Spike (6×19). Si bien Whedon y su equipo tratan la violencia de género en las dos últimas temporadas, las numerosas expresiones de violencia rara vez son articuladas mostrando sus consecuencias más directas, tematizando así el dolor y el sufrimiento de las víctimas a lo largo de siete temporadas. En favor de la serie, la telefantasía casi siempre ha pasado por alto este tema (Juego de Tronos es quizás un ejemplo mucho más reciente).

Para terminar, otro de los motivos por los que debemos volver a ver esta serie es su innovación narrativa. No es de extrañar que Buffy, Cazavampiros haya dado lugar al término “monstruo de la semana”, tematizando así la redundancia y la naturaleza formulaica que posteriormente adoptarán otras series de culto como Torchwood.  No obstante, su estructura en 5 actos combina distintos argumentos (y subgéneros televisivos) en un mismo arco argumental durante cada temporada, y genera no solo múltiples tramas que pivotan sobre Buffy y sus amigos, sino también agudiza exponencialmente la expansión del buffyverso y la caracterización de sus personajes. Whedon combina con maestría episodios en los que prima la acción, con episodios en los que ésta no existe, episodios en los que la música resulta un elemento clave en la construcción del capítulo (6×07), con episodios en los que el silencio adquiere una carga dramática incontestable (5×16) o amplifica su tono cómico (4×10),  o incluso episodios en los que la diégesis se postra ante personajes que no suelen recibir tales atenciones (3×13). Y así hasta un infinito de técnicas narrativas y subgéneros que están presenten en las siete temporadas.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *