Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

La mirada de Mila: «Creatura» (Elena Martín Gimeno, 2023)

Y aquí estoy yo,
una mujer sola
ante una estación fría.
En el momento de empezar a comprender la
[contaminada existencia
de la tierra
y la sencilla y triste decepción del cielo
y la incapacidad de estas manos acementadas.

Tengamos fe al principio de la estación fría, Foroug Farrojzad

 

En Julia ist (2017), Elena Martín Gimeno nos lleva a la vida Julia: una universitaria que iba de Erasmus a Berlín para continuar con sus estudios de arquitectura. Vivir en una ciudad nueva le permite poner distancia a la vida que deja «en pausa» en Barcelona -con su familia, con su pareja…- y comienza a replantearse quién es realmente. Aquella primera aproximación al retrato de la humanidad más compleja, dubitativa y contraria que comenzó la cineasta con su opera prima continúa con más fuerza y precisión en Creatura (2023), una película que, desde su paso por la Quinzaine des cinéastesdonde fue galardonada con el premio a la mejor película europea– ha dado mucho de lo qué hablar. Aprovechando -y celebrando- sus múltiples nominaciones a los Premios Gaudí y los Premios Goya -y que ya está disponible para ver vía streaming en Filmin- nos disponemos a desgranar algunas de las claves de esta película tan valiente como virtuosa.

Tras una serie de encuentros y sesiones de teatro experimental en el colectivo Pussy Picnic donde surgieron una serie de conversaciones que giraban alrededor de las primeras experiencias sexuales de las participantes y de sus recuerdos de adolescencia e infancia sobre cómo veían y vivían la sexualidad, Elena Martín Gimeno comienza a desarrollar un guion cinematográfico junto a Clara Roquet -directora de Libertad (2021)- que parte de la llegada de Mila a la casa de su abuela, donde siempre veraneaba de pequeña junto a sus padres y el resto de sus familiares. Esta vez, viene para quedarse y comenzar una nueva vida junto a su novio, Marcel. En la casa, Mila, comenzará a revivir varios recuerdos de su primera infancia y adolescencia que despertarán en ella inquietudes, traumas y temores relacionados, sobre todo, con cómo vive su sexualidad en el presente.

A Mila (Elena Martín Gimeno) comienza a salirle un sarpullido por todo el cuerpo que funcionará metafóricamente con la materialización de su trauma relacionado con cómo llega a sentir su sexualidad

La primera escena del film es reveladora y nos ayuda a comprender el sentido de la película. La cámara realiza un paneo lento que nos permite ver una habitación parcialmente a oscuras donde los poco rayos de Sol -que entran por una ventana- iluminan cajas desordenadas llenas de objetos. Unas voces situadas fuera de campo conversan sobre sacar o no unas maletas del coche mientras la cámara avanza hacia otra habitación de la casa. Ahí vemos a una niña pequeña de espaldas a nosotros, sentada al borde de una cama. Intuimos que se está tocando la vulva, que está explorando su cuerpo. Una voz la llama: «Mila, Mila». Ella se gira. Aparece el título del film: Creatura. Después volvemos a la diégesis de la película. Ahora, la casa deshabitada, está ocupada por hombres y mujeres que mueven cajas de un lado a otro y que discuten dónde colocar cada cosa. Una joven deambula por la casa llevando cosas, pero, al contrario que los demás personajes, ella se detiene a explorar y observar cada rincón del lugar. A través de los diálogos que oímos de fondo entendemos que se trata de Mila, la misma persona que hemos visto de niña hace unos segundos. La protagonista llega al mismo dormitorio donde vimos a su yo del pasado. Esta vez la habitación está vacía, pero al borde de la cama encuentra las sábanas arrugadas, la huella de alguien que ha estado ahí -ella misma de pequeña siendo descubierta mientras se tocaba la vulva- y, en seguida, Mila, se encarga de alisar las sábanas.

En esa serie de secuencias encontramos la idea esencial de Creatura. Primero de todo, comprendemos la importancia del espacio -esencialmente la casa de los abuelos, su nuevo hogar- desorganizado y lleno de recuerdos como posible reflejo de la mente y estado de ánimo de Mila. Gran parte de los flashbacks y la acción del presente tendrán como punto de anclaje ese espacio. Después damos con la primera acción que observamos de la protagonista del film: la voluntad de explorar su cuerpo de una forma curiosa e inocente que es interrumpida por la voz de la madre. Ahí vemos la relación de Mila consigo misma y con un entorno que incide en sus acciones de forma opresiva, sobreprotectora y juzgadora. A lo largo del film, veremos a la protagonista lidiar con cómo vive su relación consigo misma -sobre todo con su cuerpo y con su sexualidad- marcada por todas las experiencias en su infancia -época del comienzo de la exploración del cuerpo y, a la vez, de comenzar a entender, a través de los demás, todo aquello relacionado con lo sexual como un tabú que ocultar- y en su adolescencia -sus primeros deseos sexuales, su primera relación de noviazgo, los silencios y los miedos de sus padres porque su hija explore «demasiado pronto» su sexualidad…- que han hecho que no acabe de vivir de forma saludable su relación con su pareja y, más importante, consigo misma. Por ese motivo, en primera instancia, siente el impulso de ocultar, de alisar, las huellas de ese pasado evitando mirarlo de frente sin comenzar un proceso necesario de autoconocimiento y deconstrucción. Sin embargo, poco a poco entenderá que debe tomar el camino de la introspección y ordenar todos sus recuerdos y emociones identificándolas, poniéndoles nombre, sentido, entenderlas, aceptarlas y saber cómo gestionarlas en su presente.

En ese sentido, es evidente que uno de los aspectos más interesantes del film es la forma de construir a su personaje protagonista. Mila no se (re)presenta como una mujer-mártir que lo hace todo bien mientras que los demás la desmerecen a través de sus errores y actitudes agresivas. Es un personaje en constante construcción que comete tantos aciertos como errores, cuya naturaleza no se debate entre la maldad o la bondad, sino que simplemente es un ser humano que en su afán de hacer las cosas bien y de conocerse a sí misma, también es «víctima» de sus propias contradicciones y de su «egoísmo». La complejidad de su carácter recuerda en cierta medida a otros tantos personajes femeninos que han llenado la pantalla con una presencia no estrictamente agradable ni moralista, sino con un calado humano y complejo que incluso provoca cierto rechazo en el espectador. Pensamos en Gertrud, la afamada cantante que protagoniza el último film de Carl Theodor Dreyer –Gertrud (1964) o en Ema, personaje principal de la película Vale Abraâo (El valle de Abraham, 1993) de Manoel de Oliveira. Ambas son personalidades atractivas que viven su sexualidad de forma libre, de forma diferente a lo convencional, a lo tradicional, sin atender a tabúes. Pero ningún otro personaje pretende (ni puede) ser moralmente superior a ellas como si tuviesen que ser adoctrinadas en los designios del «buen amor». Los hombre son incapaces de tener una relación realmente comprensiva y sana con ellas. En Creatura sucede algo parecido. Mila vive su sexualidad a través de la experimentación y de la deconstrucción: un camino que le lleva a cometer errores y a cuestionarse repetidamente su identidad, pero es la valentía y el coraje que supone enfrentarse a ese proceso lo verdaderamente admirable y no los comentarios que puedan hacerle los demás personajes, que se han conformado con una forma de amar y (des)entenderse que es dañina para ellos mismos y para quienes les rodean, aunque se nieguen a aceptarlo.

Tres mujeres (de arriba a abajo): Mila de Creatura (2023), Gertrud de Gertrud (1964) y Ema de Vale Abraâo (1993)

Elena Martín Gimeno construye un relato que gira al rededor del cuerpo, del propio y del ajeno, con gran precisión. En ese sentido, brilla la puesta en escena y la forma de dirigir a sus actores. Los personajes femeninos, en compañía de hombres, se muestran en muchas ocasiones cohibidos y cerrados. Por el contrario, los personajes masculinos aparecen con una actitud corporal abierta e imponente. En una de las escenas de introducción a la adolescencia de Mila, la directora nos ubica en una plataforma de bañistas en una playa. Desde el agua, Mila, de quien solo vemos los ojos saliendo por encima de la superficie del mar como una suerte de depredador que observa a su «presa»: unos chicos que juegan a tirarse de la plataforma empujándose. La forma en la que Martín Gimeno retrata a los adolescentes y sus cuerpos recuerda a cómo Claire Denis rodaba esas prácticas militares en Beau Travail (1999) donde la corporeidad de los soldados era un elemento clave que connotaba la (supuesta) virilidad del entrenamiento con la «feminidad» del ballet/baile. En Creatura, el hombre es tratado con gran respeto y profundidad retratándolos también como culpables -en parte- de muchos de los traumas de sus personajes femeninos, pero a la vez como víctimas de ellos mismos y de una educación basada en la competición, en el silencio, en la incomodidad, y en la no autoexploración. La pareja y el padre de Mila son hombres que se niegan a pensar que están equivocados, que demandan de otros respuestas a preguntas que ni ellos mismos se han llegado a plantear y que esquivan los problemas. Sin embargo y sin ninguna duda, Creatura, deja lugar para la (re)conciliación.

El film también trabaja su relato esencialmente a través del plano-contraplano. Es vital entender la visión de Mila y cómo el resto del mundo le devuelve la mirada.

El film arriesga tanto en su temática como en su estructura narrativa llena de saltos temporales. No obstante, todo funciona y se deja entender gracias a un buen y laborioso trabajo de guion y, sobre todo, a un preciso montaje realizado por Ariadna Ribas. La elipsis y el fuera de campo son elementos del lenguaje cinematográfico con los que Elena Martín Gimeno y su equipo se alían para construir un relato que transita por los terrenos de la realidad y el recuerdo pasando incluso por el de las pesadillas, donde los temores de Mila cobran vida de forma monstruosa -sueña que se despierta sin vulva (una suerte de castración del deseo) o que una serie de jóvenes se abalanzan sobre ella como si fuese un animal indefenso devorado por bestias- llegando a recordar a las secuencias oníricas más icónicas del cine de Luis Buñuel.

Todos los actores dan todo de sí para dar vida a este relato tan certero como humano. Alex Brendemühl, Carla Linares, Clara Segura u Oriol Plà realizan un trabajo sensacional, pero, sobre todo las actrices que dan vida a la protagonista en sus tres etapas vitales (Mila Borrás en la infancia, Claudia Malagelada y Elena Martín Gimeno) las que dan una clase magistral de actuación. Asimismo el trabajo de la fotografía de Alana Mejía González, el del vestuario de Vera Moles o la introspectiva música de Clara Aguilar, entre otros departamentos, son dignos de alabanzas. En definitiva, Creatura es una de las películas del año tanto por su atrevimiento y valentía en el tema que aborda como utiliza con virtuosidad el lenguaje cinematográfico. En ambos aspectos, Elena Martín Gimeno, reaviva cientos de pensadores y artistas que ya abordaron esas temáticas en múltiples áreas -por supuesto también la cinematográfica-, pero aportando una nueva lectura y aproximación original que nos hace disfrutar, aprender y emocionarnos a través de su visión de la vida, a través de la mirada de Mila.

 

 

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