Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Crítica «Alicia a través del espejo» (James Bobin, 2016): historia(s) en la cronosfera

¿Imaginas tener un aparato que te permitiera viajar en el tiempo y aprender de él? Ha llegado el momento que (muchos) estábamos esperando. Sí, el estreno de Alicia a través del Espejo, secuela de Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton (2010) ya está en los cines bajo la dirección de James Bobin, el guion de Linda Woolverton basado libremente en los personajes creados por Lewis Carroll y producida por Tim Burton, Joe Roth, Jennifer Todd y Suzanne Todd.

El argumento es sencillo (avisamos de sutiles spoilers): Alice Kingsleigh (Wasikowska) ha pasado los últimos años como capitana del Wonder, navegando en alta mar y siguiendo los pasos de su padre. Cuando vuelve a Londres y tras reencontrarse con su madre y en una celebración social en la que irrumpe con una llamativa vestimenta (para los códigos establecidos), acaba atravesando un espejo mágico y regresa al País de las Maravillas donde se encuentra con sus amigos el Conejo Blanco (Sheen), Absolem (†Rickman), el Gato de Cheshire (Fry) y el Sombrerero Loco (con un Depp casi irreconocible), que ha perdido su esencia pues ha perdido su Muchosidad, por lo que Mirana (Hathaway) envía a Alicia a pedir prestada la cronosfera, globo metálico dentro de la cámara del Gran Reloj (donde vive el Señor Tiempo), que alimenta todos los tiempos habidos. En el (peligroso) viaje al pasado se encontrará con amigos y enemigos que, en algunos casos, se interpondrán en su objetivo de salvar del estado depresivo a su amigo el Sombrerero.

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Existen irremediablemente referencias de la película al videojuego Alice: Madness Returns (2011), el cual ya introducía plenamente a Alicia Liddell en un psiquiátrico (después de la trágica pérdida de su familia a raíz de un incendio). Existe, entonces, una clara conexión entre Alicia como mujer joven y la supuesta encarnación de la “locura” (cuyas referencias podemos encontrar en las obras originales de Lewis Carroll entre las que destacamos la Mad Hatter’s tea party y la proclama del enigmático gato Cheshire: We’re all mad here). Subyace, en efecto, el discurso de la histeria femenina victoriana y la “necesidad” de ingreso en un centro psiquiátrico para “tratar” un tipo de comportamiento que “no se correspondía” con la moral y las estructuras socialmente asentadas de lo que “debía ser” y “hacer” una chica.

Todo ello y de acuerdo con el marco victoriano, consideramos que está bien trabajado por parte de Linda Woolverton, quien propone una Alicia que rompe «todos» (sin caer en un términos categóricos) los cánones y tradiciones a tal respecto siendo una (rebelde para la época) mujer de negocios y capitana del barco Wonder heredado de su padre, tildado también de “extravagante” aunque sin resultar tan gravemente sancionado por el hecho de ser un hombre. Si la capacidad para soñar (e imaginar) era susceptible, según la psicología victoriana, de ser considerada como un estadio previo a la “locura”, la línea entre divagar, soñar o enloquecer en El País de las Maravillas era, por tanto, muy fina. Este límite difuso entre el mundo racional y la locura está representado a través del espejo el cual nos transporta a un espacio donde lo “imposible” según las leyes racionales se convierte en posible, como se hace evidente a lo largo de toda la película donde se pone de manifiesto que (también) se puede viajar en el tiempo, traspasando las normas, códigos de conducta y restricciones de género, sociales, profesionales y culturalmente impuestas.

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Este tránsito hacia el pasado nos permite conocer en primera persona el motivo por el cual los personajes que teníamos definidos, en una básica (e incompleta) clasificación como “buenos” (Reina Blanca, por ejemplo) y “malos” (Reina Roja) han llegado a ser de ese modo, a partir de las experiencias vividas, las cuales marcan su identidad presente y condicionan sus patrones de conducta futuros. En ese sentido, se nos ofrece la posibilidad de indagar viajando a través de la cronosfera en la historia de la infancia de las dos hermanas, quienes después de una discusión sin aparente repercusión, la princesa Roja tuvo un accidente el cual le provocó el aumento considerable del tamaño de su cabeza, momento en el cual ésta sentenció al resto de su familia a una vil venganza que desencadenaría una ruptura (irre)conciliable en el tiempo. Además, el viaje al pasado a través del robo de la cronosfera permitirá a Alicia descubrir la historia familiar del Sombrerero a quien tiene la misión de intentar ayudar.

Una de las moralejas, sin duda, del film radica en el aprendizaje de la protagonista el cual repercute en la redefinición de su propia identidad: si en su inicio tenía la percepción de que le arrebataban y robaban el tiempo (personificado por el Señor Tiempo, interpretado por Sacha Baron Cohen), al finalizar cree que cada minuto –que puede unirse metafóricamente representado en un ejército de minutos y de horas– es un regalo que debemos aprovechar aunque el tiempo pase inexorablemente para todos (recordando al tempus fugit). Una lección, por tanto, que no debemos olvidar y que aprendemos junto con Alicia es que “No puedes cambiar el pasado pero sí puedes aprender de él” para entender e incluso mejorar el presente.

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La guinda del pastel la presenciamos con la dedicatoria-homenaje en pantalla a Alan Rickman(†), quien dejó parte de su esencia en cada uno de nosotros (y en cuya memoria resaltábamos sus obras y papeles por parte de la sentida voz de Rubén Jarazo). Sin embargo, cabe destacar esta –intencionada– falta de sátira presente en las páginas del original Carroll y que comulgan con el sello de la franquicia Disney en ofrecer un producto visualmente espectacular, con un grandísimo trabajo artístico y con unos constantes y llamativos colores, a imagen y semejanza de su precuela, pero con un exposición dramática simple (e incluso, demasiado). Espectáculo, mucho color, tintes locos y victorianos, poca muchedad y menos Carroll con respecto a su precuela: pero señores, vayan, vean y júzguenlo con sus propios ojos.

 

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