Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Dos horas en la vida de una mujer: «Cléo de 5 a 7» (Agnès Varda, 1962)

En 1962 finalizó la Guerra de Independencia de Argelia, un conflicto que vio a miles de jóvenes franceses expuestos a la violencia y la crueldad. Esta brutalidad fue una de las principales causas de la afluencia de tramas y personajes enredados en la criminalidad en la Nueva Ola del cine francés, la Nouvelle vague. En diversas obras de directores como Jean-Luc Godard o François Truffaut, entre otros directores, se presenta en repetidas ocasiones la violencia con indiferencia e incluso mofa. A menudo, estas películas terminan con la muerte sin ceremonias del personaje principal, tan abruptas que resultan cómicas. El sarcasmo y el pesimismo que atraviesan estas películas conduce al público a preguntarse si el propio cineasta las desprecia. En esta escena aparece una figura transgresora: la cineasta Agnès Varda. 

Varda como uno de los más grandes cineastas, no solo de la Nouvelle vague, sino de todo el cine, es diferente. Su trabajo muestra un amor y afecto palpables tanto por sus personajes como por su público. Es muy posible que Varda observara el cinismo retratado en las películas de sus colegas y decidiera conscientemente no seguir su ejemplo. En entrevistas posteriores decía: «Nada es banal si filmas a las personas con empatía y amor».

Tal cuidado y afecto se percibe al ver sus películas que representan a los sujetos con honestidad y sin juicio. Un ejemplo perfecto es su ópera magna: Cléo de 5 a 7 (1962). El film sigue a una joven, hermosa y prometedora estrella del pop, Cléo (el nombre artístico de Florence), mientras deambula sin rumbo fijo por París durante noventa minutos, mientras espera un diagnóstico potencialmente fatal de cáncer de estómago. Estamos con ella mientras interactúa con amigos y extraños y contempla la rivalidad de su yo interior y exterior.

Cléo, vestida con sus mejores galas, ensaya una canción junto a sus músicos

Cléo está lejos de ser perfecta. Es narcisista, egoísta, demasiado dramática y sensible. Sin embargo, al final de la película, uno no puede evitar amarla. Llegamos a comprender sus carencias y miedos, y deseamos que alguien esté allí para consolarla. Esta es interpretada por Corinne Marchand que ilumina la pantalla de principio a fin.

En este largometraje se emplea un montaje llamativo para enfatizar la incertidumbre que tiene lugar dentro de la cabeza de Cléo y la ansiedad de vivir en una metrópolis importante y bulliciosa. Más allá de la edición, la película está llena de imágenes que acentúan aún más esos temas. El conflicto en el centro de la película, tenga o no Cléo una enfermedad que ponga en peligro su vida, es una de las muchas alusiones a la complicada relación que uno tiene con su cuerpo, particularmente como mujer. 

Cléo se mira constantemente en los espejos; espejos rotos, fragmentados y multifacéticos. Ella es incapaz de ver un reflejo claro de sí misma. Así como su exterior aparentemente está fracturado, su yo interior es inestable. Cuando ella no se mira a sí misma, otros la miran. En una escena en la que Cléo camina por una acera parisina, los transeúntes miran directamente a la cámara, creando una mayor sensación de malestar. En otras ocasiones, el cuerpo femenino se exhibe a manos de otros. Más tarde, Cleo visita a su amiga Dorothée (Dorothée Blanck), que posa desnuda en el taller de un artista. Observa la figura de su amiga mientras los espectadores la moldean y construyen. Cléo, dadas sus inseguridades con su cuerpo, es incapaz de concebir cómo Dorothée puede hacer tal trabajo.

Si bien esto pretende explicar la facilidad con la que uno puede posar desnudo frente a extraños, esta línea enfatiza aún más cómo las mujeres y sus cuerpos son mirados y separados en lugar de permitirles existir como personas completas y complejas. El cuerpo de Cléo es su peor enemigo, algo que teme y ama. Se siente incómoda en su propia piel, circunstancia que se muestra a través de sus constantes cambios de ropa, pelucas y complementos, así como en su incapacidad para sentarse y permanecer en un lugar por más de unos segundos. Pareciera como si ella creyera que si deja de moverse, dejará de vivir.

El uso de los espejos es constante a lo largo de la película con tal de enfatizar la obsesión de Cléo por su apariencia

Una vez fuera del estudio, Cléo acompaña a Dorothée a la cabina de proyección en la que trabaja su novio, Raoul (Raymond Cauchetier). Allí visionan un pequeño cortometraje de cine mudo. Una breve mise en abyme en la que Varda rueda y emplea trucos propios del modo de representación primitivo, es decir, de los orígenes del cine. Este es interpretado por unos no acreditados y prácticamente irreconocibles Jean-Luc Godard y Anna Karina. Una vez acabado, antes de separarse de Dorothée, se produce un pequeño pero significativo incidente que refuerza la idea del cambio inminente que se va a producir en la actitud de Cléo: al abandonar la cabina de proyección, su bolso cae al suelo y un pequeño espejo queda completamente hecho añicos.

Como comentábamos con anterioridad, otras películas de la Nueva Ola francesa presentaron el impacto que la Guerra de Argelia tuvo en los jóvenes y la sociedad en general. La misma Cléo podría interpretarse como la alegoría de los ciudadanos ignorantes de Francia que se mostraron neutrales y no perturbados por la guerra. Esos para los que tan solo es una preocupación su imagen, su belleza y su bienestar. 

El acto final de la película refuerza esta interpretación, ya que Cléo es abordada por un joven militar, Antoine, en un parque. Al principio, intenta desviar su atención, pero ante su persistencia, se da cuenta de que él es exactamente con quien necesita hablar. Ella es incapaz de ignorarlo, del mismo modo que Francia es incapaz de ignorar la destrucción que ha causado. Al final de la película, sus destinos cambian. Ella ya no está angustiada ante la incertidumbre y puede volver a la normalidad, pero él deberá regresar a Argelia mañana. Del mismo modo, una vez terminada la guerra, Francia podrá seguir adelante, pero los jóvenes franceses que lucharon por ella todavía están traumatizados o muertos. Aquí, Varda presenta su dominio de las conexiones humanas. La relación entre estos dos no es ni de amistad ni romántica, es una alianza pura de apoyo y empatía.

Cléo y Antoine son la viva imagen de la sociedad francesa del momento, a punto de estallar

Cada fotograma del largometraje es magistral con una puesta en cuadro estratégica y a su vez sutil. Agnès Varda no necesitaba crear escenarios magníficos, ni utilizar una cinematografía fantasiosa. Sabía que el mundo real es hermoso y conocía a la perfección cómo plasmar esta belleza en la gran pantalla. Filmando con amor en lugar de desprecio, Varda hizo de Cléo de 5 a 7 un verdadero tesoro del cine.

 

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