El descenso a los infiernos: «Les Misérables» (BBC One, 2018)
1815, Napoleón ha sido vencido en Waterloo. En el campo de batalla se amontonan los cadáveres de los soldados del ejército francés. Es un día gris. La cámara irá del detalle de los cadáveres a un plano general del desastre bélico y a la inversa. Solo una persona se mueve entre los millares de muertos. Parece que está buscando a alguien aunque en realidad está saqueando las pertenencias de los soldados masacrados. La cámara se detendrá en el cuerpo de uno de los oficiales como también lo hará el ladrón quien le quitará la cartera e intentará sacar un valioso anillo de la mano del muerto. Sin embargo, este todavía está consciente y cree, equivocadamente, que el hombre intenta salvarle: son Thénardier y el conde de Pontmercy. Tras este momento, aparece en la pantalla el título de la miniserie que las audiencias seguirán en seis capítulos: Les Misérables.
Esta introducción que parece un tanto gratuita resulta imprescindible para la miniserie que desarrollará la novela de Víctor Hugo. Su tono quedará, pues, claro desde el primer momento así como las claves que se desarrollarán a lo largo de los episodios: la sordidez de los personajes en el sentido más amplio del término y que en la serie alcanzará a todos y cada uno de ellos, y el alejamiento más absoluto de la heroicidad épica. Dos aspectos que no han sido planteados en las más recientes versiones de la obra de Hugo que, de forma casi exclusiva se centran en la persecución del Inspector Javert hacia Jean Valjean como podemos ver en la miniserie de Josée Dayan (2000) protagonizada por Gérard Depardieu y John Malkovich, y las películas dirigidas por Bille August (1998) y Tom Hooper (2012) con Liam Neeson, Geoffrey Rush, Hugh Jackman y Russell Crowe encarnando al héroe y su némesis respectivamente. Y es que el binomio Valjean-Javert forma parte ya del imaginario colectivo gracias a estas adaptaciones, algo que debemos agradecerles sinceramente, como también se lo debo agradecer nostálgicamente a las novelas que RTVE programaba en la década de los 70 y que permitieron a las personas de mi generación conocer las grandes obras y los grandes autores de la literatura universal.
Sin embargo, la propuesta de Tom Shankland para la BBC, estrenada en diciembre de 2018, no tiene su epicentro en la desgraciada historia de Jean Valjean y su constante cambio de identidad para eludir la persecución de Javert sino que va a retratar las situaciones de cada uno de los personajes que intervienen en el argumento novelesco para presentar su viaje personal de descenso a los infiernos; un descenso que implica necesariamente una toma de conciencia individual en la que incide necesariamente el entorno social de cada uno de ellos. De este modo, Les Misérables debe definirse como una miniserie coral, no solo por la gradación de la intervención de los personajes y su relevancia en el conjunto de la historia, sino también por la extremada coherencia del planteamiento dramatúrgico y estético.
Los artífices son varios además de su director Tom Shankland quien ha participado en distintos episodios de la versión americana de House of Cards y de The Leftovers. El primero de ellos es su adaptador, Andrew Davies. Nacido en 1936, Davies va a especializarse en la traslación de grandes textos ya considerados clásicos a la televisión cuidando de manera especial las circunstancias que rodean a los personajes en un trabajo de absoluta orfebrería; baste recordar sus guiones de House of Cards (1990), Pride and Prejudice (1995), A room with a view (2007), Sense and sensibility (2008), Mister Selfridge (2013-2014) o War and Peace (2016) con la que guardará un tremendo parecido conceptual. El segundo es el formado por el director de fotografía Stephan Pehrsson y el director de arte Richard Bullock quienes han reflejado a la perfección el color del estado anímico de los personajes y sus fases de acuerdo con la dramaturgia textual dividida en dos grandes secciones de tal manera que el espacio, la iluminación y la planificación son realmente inseparables en la consideración de Les Misérables como un todo, no como una suma de peripecias de sus protagonistas.
Como no puede ser de otro modo, la historia narra la trayectoria de Jean Valjean (Dominic West) quien sufre una condena de diecinueve años en la prisión de Tolon por haber robado un trozo de pan. En la prisión estará constantemente vigilado por Javert ( interpretado por David Oyelowo y, por tanto, transformado en un personaje negro) proponiéndose el primer debate ideológico que atravesará toda la narración: la posibilidad de redención por los actos vs la predestinación casi genética y del entorno que hace que el ser humano no posea la capacidad de cambio o mejora personal. La primera de ellas supondrá el viaje de Valjean quien, en constantes cambios identitarios, tendrá que superar las pruebas que le pondrán el robo de los candelabros y el perdón de la Iglesia (encarnada por Derek Jacobi), su relación con Fantine (Lily Collins) quien vende literalmente su cuerpo para poder enviar dinero para su hija, su relación ultraprotectora con Cosette (Ellie Bamber), la salvación en plena lucha reinvindicativa de Marius de Pontmercy (Josh O’Connor) com punto más bajo literal de su descenso a los infiernos —es decir, a las alcantarillas de París— y la confesión de su autentica personalidad a Marius como liberación de su alma. La segunda, tendrá como protagonista a un amargado y dictatorial Javert, criado en la prisión donde desarrolla un pensamiento maniqueo entre el bien y el mal —y, por extensión, entre lo justo, lo moral y lo correcto— sin ningún tipo de punto intermedio que le convierte en un personaje absolutamente no empático para el espectador y que, en su relación con Valjean descenderá a su infierno particular que tendrá como consecuencia el reconocimiento de la inutilidad de su existencia. Un viaje de ambos que se traducirá en la miniserie en la gran cantidad de escenas que implican cambios de espacio e itinerancia cuya característica esencial está ligada a la soledad (caminos no transitados y habitualmente inhóspitos) y el anonimato claustrofóbico (casas y calles laberínticas).
A este planteamiento moral se unirá en Les Misérables una descripción auténticamente dickensiana del entorno social en el que se mueven los personajes ya anunciado en el inicio de la miniserie. Uno de sus grandes aciertos es, sin duda, la incorporación del matrimonio Thénardier (Olivia Colman y Adeel Akthar) y sus hijos especialmente Eponime (Erin Kellymane) y Gavroche (Reece Yates). Y es que el descenso a los infiernos de Fantine y de Cosette niña no tienen sentido sin su participación activa en la historia que los retratará como supervivientes de la guerra y su extremadamente cruel picaresca. Los Thénardier serán la personificación del hampa «familiar» guiada por el maltrato físico y emocional de unos hijos a los que se niega cualquier tipo de protección y que no tienen ningún tipo de futuro positivo. Unos esquemas de violencia real y simbólica que se trasladan al entorno social en el que la prostitución y el robo parecen ser los únicos medios de subsistencia. Eponime y su destino trágico pero liberador será el compendio de este entorno —como también lo será el de su hermano Gavroche cuya muerte es, sin duda, una de las escenas mejor planteadas de la serie— sirviendo de puente conceptual con las quejas de los obreros parisinos que rechazan el corsé de un poder político castrante. Justamente este planteamiento negará cualquier consideración épica a las escenas de las barricadas parisinas, bien al contrario, los jóvenes nobles revolucionarios idealizados en otras producciones cinematográficas serán puras fachadas que corresponderán más al ideal romántico de la lucha que a una convicción ideológica. Un ideal romántico que tendrá a sus principales protagonistas en la pareja Cosette-Marius cuyas escenas serán coloristas y ubicadas en espacios abiertos como constantes estéticas y conceptuales.
Les Misérables es una pequeña joya televisiva con una más que minuciosa dramaturgia que sería incompleta sin una mención a la interpretación. Como sucediera también con la miniserie War & Peace, la producción de la BBC ha incorporado a actores y actrices que, si bien son conocidos en los medios televisivos, en muchas ocasiones no gozan de una amplia repercusión mediática a pesar de su amplia trayectoria profesional. Así, el conjunto actoral encabezado por Dominic West (The Wire), Lily Collins (a la que hemos visto recientemente en Extemely Wicked, Shockingly Evil, and Vile), David Oyelowo (Selma) y Olivia Colman (Broadchurch, The Favourite) como nombres más conocidos va a formar parte de un engranaje interpretativo en el que todas las piezas, por mínimas que sean, son imprescindibles. Por todo ello, Les Misérables es una miniserie de obligado visionado. Suponemos que deberíamos recomendar evitar las comparaciones con versiones previas, pero en este caso, haremos todo lo contrario pero no para minusvalorarlas sino para poner de relieve lo que es un trabajo concienzudo de adaptación.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.