¿Es Gru mi villano favorito (3)?
Después del sonoro éxito de las dos primeras películas de la saga de Gru que incluye a los Minions (2010 y 2013 respectivamente, además del spinoff que protagonizaron ellos mismos en 2015), personajillos amarillos que están últimamente hasta en la sopa, tenía curiosidad por ir a ver su tercera entrega, dirigida por Pierre Coffin y Kyle Balda. Quizá porque la competencia en lo que a películas de animación se refiere es muy fuerte, ya que hay filmes de este género que no sólo cautivan a los niños sino que también hacen las delicias de los mayores que les acompañamos a las salas de cine, Gru, mi villano favorito 3 no me resultó especialmente atractiva. Se pasa un buen rato, sí, y posee ciertos elementos destacables, pero no va a dejar un recuerdo indeleble en mi memoria. Desgranaré el por qué de ambas afirmaciones.
Por una parte, llama la atención la presencia de personajes nuevos en la trama. Primero, un actor venido a menos, Balthazar Bratt, que solía hacer de superhéroe-niño-malo y que gozaba de un éxito extraordinario hasta que empezaron a aparecer en él elementos propios de la pubertad como espinillas y bigote. Desesperado, decide llevar a cabo su papel de ficción a la realidad, convirtiéndose en un villano malvado contra el que tendrá que competir el protagonista, Gru. Llegados a este punto, me quiero detener en un aspecto original y positivo de la película, y es que estos dos personajes se enfrentan, no peleando de forma convencional, con un despliegue de violencia que puede ser una influencia negativa para los niños, sino que lo hacen con combates de baile y con enormes pompas de chicle. Y es que Bratt se encuentra estancado en los años 80, la época en que consiguió la cima del éxito. Esto favorece la introducción de imágenes que invitan a reír, como las relacionadas con su indumentaria, que nos recuerda más a Eva Nasarre y sus clases de aeróbic (los de mi quinta sabrán de quién hablo), que al típico malo de pelí; y las relativas a la decoración de su entorno, también retro, aderezado con bolas de discoteca, colores fosforitos, lentejuelas y purpurinas… También la música se sitúa en aquella época, siendo la propia de grandes artistas del pop internacional como Madonna o Michael Jackson. Todo esto hace que los padres del público infantil que probablemente habrá elegido este filme no sólo lo digieran con más facilidad (siempre es agradable recordar temas como «Take on Me», de A-ha, o el archiconocido «Bad», del Rey del pop), sino que incluso no puedan contener alguna que otra carcajada.
Si, por un lado, tenemos a este personaje nuevo que es un villano nato; por otro lado, tenemos al hermano gemelo de Gru, Dru, que quiere ser malo, pero cuya naturaleza bonachona no le otorga destreza en esos menesteres. El contraste entre los dos gemelos, que llega a recordarnos al mismísimo símbolo del ying y el yang, se plasma ya desde el propio colorido, siendo así que Gru viste de negro y su hermano de blanco; y pasa por la cantidad de cabello de cada uno (Gru carece de la llamativa melena rubia que caracteriza a su hermano), e incluso las condiciones económicas de cada uno: Gru se encuentra en el paro mientras que su hermano es multimillonario (no obstante, comparten la voz del doblaje al español, de Florentino Fernández). A pesar de tantas diferencias, y de lo mal que se le da hacer de malo a Dru, al final conseguirá ayudar a su hermano en su lucha contra Bratt, haciendo prevalecer los valores familiares por encima de todo. De este modo se contrarresta también el sabor amargo que deja la madre de ambos, que muestra un total desinterés e incluso menosprecio por Gru. Además, podríamos decir que este personaje funciona como «foil» con respecto a la mujer de Gru, Lucy Wilde (doblada en español por Patricia Conde), que aparece a lo largo de toda la cinta luchando por conseguir ser querida como madre por las tres hijas de Gru (Margo, Edith y la entrañable Agnes), cosa que logra con creces. También Gru demuestra, conforme se va desarrollando el contenido, que su familia está por encima de todo, empezando por sus hijas. Esta exaltación de la unidad entre los miembros de la familia y el espíritu constructivo se hace aún más evidente al quedar contrastados con la soledad en que vive Bratt, que se encuentra rodeado de riqueza material ochentera pero con la única compañía de robots que le dan la razón en todo, pero que, lógicamente, no tienen sentimientos.
Esto es lo que ocurre de manera muy resumida, pero en medio se intercalan ciertas escenas que, a mi modo de ver, quedan bastante descolgadas, que parecen de relleno, como cuando las chicas van a la fiesta del pueblo y lo que se deriva de ello. Tampoco acabo de encajar el papel de los Minions en el argumento. Dan la sensación de encarnar en cierta medida el rol del coro en las tragedias griegas, haciéndose eco o reaccionando ante lo que va ocurriendo en la película, pero sin afectar realmente en su desarrollo. Parece que Illumination Entertainment sigue apostando por ellos, ya que cuentan con seguidores incondicionales (compradores potenciales y en la práctica de su arrasador y rentabilísimo merchandising) y resultan graciosos, con sus movimientos infantiles, su lenguaje particular, sus ocurrencias… pero da la sensación de que se han metido un poco con calzador, sin llegar a intercalarse exitosamente en la película, como un azúcar mal removido en una bebida.
En fin… no me arrepiento de haber ido a verla; sobre todo porque mis niños salieron contentos y su mensaje es positivo, constructivo. Eso me importa más que el que pudiera merecer una mejor crítica o reseña.