Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Falcon Lake» (Charlotte Le Bon, 2022): los traumas y gozos de la adolescencia

La siguiente entrada contiene spoilers. Se recomienda un visionado previo para no arruinar la experiencia.

El coming of age, ya merecedor del sobrenombre «género», es uno de los temas más comunes del arte narrativo, no solo del séptimo. La Telemaquia homérica narraba el paso de la adolescencia a la adultez de su protagonista, como también lo hacían Oliver Twist, Huckleberry Finn o Ana de las Tejas Verdes. Algunos de los iconos literarios y fílmicos más recientes son adolescentes con un viaje de crecimiento. Donde, en Occidente, Ender, Harry Potter o Elio Perlman proyectan las dificultades de toda una generación en su proceso de madurez, Punpun, Chihiro y Naruto hacen lo propio, desde ángulos distintos, en la cultura japonesa. No importa si la fantasía se filtra en una historia o las diferencias geográficas y temporales; sus personajes siempre están asentados en una realidad reconocible, espejada de la nuestra. La importancia del coming of age reside en aquello que extraemos de ese reflejo. Los jóvenes catalizan el realismo o positivismo de las narrativas del género para encarar las vicisitudes vitales con mayores herramientas, mientras los adultos recuerdan, recapacitan y resignifican eventos del pasado para dirigirse a un futuro más fructífero. Los ancianos acuden al coming of age para sanar, para llegar a término con sus decisiones y dejar el mundo en manos de las nuevas generaciones a través de su sabia guía.

A modo de guía disfrazada de espejo, Falcon Lake es una película nacida de lo más profundo de la exmodelo, actriz, presentadora de televisión y, ahora, directora de cine Charlotte Le Bon. Baste mirar los agradecimientos en los créditos de la cinta para comprender su valor metaficcional: «Tous mes traumas et mes joies de l’enfance à l’adolescence, sans qui je n’aurais pu raconter cette historie». La adolescencia es una época de descubrimiento donde las hormonas intensifican los sentimientos, el deseo sexual, el miedo social y el desapego familiar. Charlotte Le Bon ha vivido tanto traumas (especialmente, la muerte de su padre) como experiencias jubilosas durante esos años jóvenes, y Falcon Lake es el reflejo de todo ello.

La cinta, adaptada de la novela gráfica Une sœur (Bastien Vivès), explora el inicio de la adolescencia, de los miedos y dudas ante el autodescubrimiento. Como catalizador de estos sentimientos, Falcon Lake hace de su protagonista a Bastien (Joseph Engel), un joven parisino de 13 años que viaja con su familia a Quebec para unas vacaciones en una casa de campo. Ahí conoce a Chloé (Sara Montpetit), una chica tres años mayor que él y, por tanto, en una esfera completamente distinta a la suya. Sin embargo, ambos desarrollarán un romance a lo largo de la cinta, con sus miradas, juegos, conflictos y momentos de intimidad.

A pesar de la diferencia de edad, Bas y Chloé son capaces de alcanzar, ocasionalmente, un entendimiento mutuo. Ambos se miran enmarcados en el lago natural donde sucede gran parte del metraje, ella poniéndose a su altura y él aceptando el gesto; este cartel representa brillantemente su dinámica

«Intimidad» es, precisamente, el término más cercano a la realidad de la película. Desde su origen, extirpado de las entrañas de Le Bon, hasta su puesta en escena. Las decisiones de dirección de Falcon Lake retrotraen al naturalismo, al intimismo: como elemento siempre presente encontramos una cámara de 16 milímetros que enmarca la cinta en un recuerdo nostálgico y una relación de aspecto de 1:37:1. Conviven en la cinta planos generales y planos medios en una armonía que, combinada con la relación de aspecto, transmite la cercanía del contacto físico, de la intimidad.

Para Bastien, la intimidad lo es todo. Su mayor miedo es ser pillado por sus padres en plena masturbación. Su fascinación por Chloé nace de la esfera social a la que pertenece (la fase final de la adolescencia, prohibida todavía para Bastien), de su actitud y de su cuerpo. Su conexión con el área de Falcon Lake encuentra una razón de ser en su tranquilidad, un espacio exento de vigilancia y normas. Bastien vive en una constante intimidad donde los padres apenas se inmiscuyen. Es la máxima expresión del deseo adolescente: la falta de responsabilidad.

Paradójicamente, esta falta de responsabilidad es a su vez el origen de los problemas. La belleza natural de Falcon Lake es también terrorífica para un adolescente todavía con mentalidad de niño. Chloé bromea con sus amigos acerca de un fantasma en el lago y acude a él para emborracharse y jugar con el riesgo del ahogamiento, pero Bastien teme el lago por las historias de fantasmas, las puntiagudas ramas que confieren, a sus ojos, un aspecto tétrico al lugar, las arriesgadas pruebas de valentía de los adolescentes más mayores que él. Falcon Lake, lugar y película, es el miedo a madurar, a entrar en una esfera de la que no se tiene ningún control. La dinámica de Chloé y Bastien es una de mentora y alumno enmarcados en un contexto adolescente, romántico. Ella le enseña a beber, a salir de fiesta y a intimar, y Bastien aprehende cada lección desde una óptica todavía infantil. Rechaza las amistades de la chica, se enmascara durante la fiesta para vivir la seguridad del anonimato y prácticamente no sabe cómo reaccionar ante los avances sexuales de Chloé, siempre agradecidos pero nunca del todo comprendidos. Pero Chloe también es joven, tan mentora de Bastien como todavía aprendiz en la vida: los dramas usuales de juventud sacan a relucir sus sentimientos. Sin importar la coraza con que se envuelva Chloé, esa actitud desapegada y dinámica, un desamor o una traición la pueden llevar a revivir su mayor miedo: la soledad. Ni Chloé ni Bastien son supervisados por adultos; lidian solos con las adversidades de su edad y encuentran en el otro un confidente, un refugio.

El romance de Chloé y Bastien tiene como núcleo la mirada. Una mirada íntima, pasional, porque hablan y se rozan, pero solo en sus miradas accedemos al contenido emocional de su interior. La luz de una hoguera y su ambiente prohibido, atávico, se refleja en los ojos de ambos. Chloé deja mirar a Bastien mientras se masturba para demostrar lo pueril de su miedo. Hace retroceder a un Bastien sumergido en el lago mientras la observa quitarse la ropa en un juego de poder, de pasiones, de miradas. Ambos se miran en la luz tenue de la luna mientras Chloé masturba a Bastien. Los dos adolescentes existen en la mirada compartida.

Son dos los elementos que comparten Chloé y Bastien. La mirada, por una parte. El agua, por la otra. Este es el hilo conductor más claro del argumento. Como enseña Chloé a Bastien, el agua es al mismo tiempo un misterio terrorífico y un descubrimiento jubiloso. En el lago, uno puede ahogarse, sí, pero en el ahogamiento hay también gozo. La película abre con una Chloé fingiéndose muerta en las aguas del lago durante el día y cierra con un Bastien ahogado en el lago de noche. Para ella, es un juego —como el morderse la mano hasta sangrar—; para él, una prueba de valentía y madurez, un enfrentamiento contra aquello que teme. Incluso su muerte por asfixia, terrible para la familia y sus seres queridos, tiene un reverso positivo: Bastien se convierte en el fantasma del lago para hacer realidad el sueño de Chloé y, a su vez, solucionar su mayor temor, el quedarse sola, acompañándola siempre como su fantasma personal. Es ambiguo si ella descubre este hecho, pero su giro final a cámara, hacia el fantasma de Bastien, parece indicar un reconocimiento.

Bastien se convierte en aquello que una vez le infundó temor como rito de paso

Entre el agua, las miradas, la intimidad y la falta de responsabilidad, Falcon Lake mira a la adolescencia a los ojos y expone sus traumas y gozos. La imagen de un árbol puntiagudo sostenida en el tiempo, de un lago cuyas aguas dicen ser peligrosas, mortales; el recuerdo de un desamor nacido de la irracionalidad infantil. Pero también la imagen de momentos compartidos a la luz de la luna, una hoguera o el sol de otoño, de la magia de la libertad en una época cuya única responsabilidad era vivir sin ambages; el recuerdo del primer amor adolescente, distinto, más intenso, más real. Estos traumas y gozos dejan igual huella en la mente de un joven que, mientras nosotros, con el paso de los años, los recordaremos, recapacitaremos y resignificaremos, vivirá eternamente anclado en su juventud para seguir siendo un fantasma para Chloé, un espejo para nosotros y una guía para el futuro.

 

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