Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Once Upon a Time in Quentin’s Mind (6): «INGLOURIOUS BASTERDS» (2009)

José Isaac Pellicer vuelve a colaborar de nuevo en RIRCA para brindarnos un nuevo análisis de una de las grandes obras maestras de Tarantino, Inglourious Basterds. 

 “Érase una vez en la Francia ocupada por los nazis”. Así empieza la que en mi humilde opinión es la gran obra de Quentin Tarantino hasta la fecha. Y la frase es toda una declaración de intenciones. Lo de “Érase una vez” no es más que la antesala de que lo que tenemos delante es un cuento, una fantasía en donde no todo lo que veremos está basado en la realidad y su director pretende dejarnos imbuir por un espectáculo puro.

Inglourious basterds o Malditos bastardos como se tradujo en España es la intención de Tarantino de homenajear al cine bélico de la Segunda Guerra Mundial al estilo El desafío de las águilas (Brian G. Hutton, 1968) o Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967), de la que tiene elementos en común, aunque el propio Quentin reconoce que su homenaje es hacia Aquel maldito tren blindado de Enzo G. Castellari (cuyo título en EEUU fue “Inglorious bastards”), director italiano especialista en cine B de todo tipo, tanto acción, bélico como del más puro exploitation (fue el encargado de dirigir Tiburón 3 dos años antes que la conocida secuela del original de Spielberg y el que originó no pocos dolores de cabeza a los productores por no poder usar dicho título en muchos países). La historia gira alrededor de varios personajes conviviendo en la Francia ocupada por los nazis: una muchacha judía propietaria de un cine, un coronel nazi cazajudíos con un olfato infalible y un teniente de ascendencia india y su grupo de parias dispuestos a todo con tal de conseguir su objetivo: matar nazis.

Una paciente Shoshana espera su ansiada venganza contra los nazis.

Aquí volvemos a tener varios nexos en común con la filmografía anterior de Tarantino: los planos hechos desde abajo (esta vez no desde un maletero pero sí desde el suelo como antesala a una tortura muy especial), los primeros planos de pies (cortesía de Diane Kruger), un mimo asombroso a los secundarios por encima de los protagonistas (Landa es el alma de toda la cinta a pesar de  no ser el protagonista) y una mujer fuerte y decidida a vengarse cueste lo que cueste (una Shosanna muy en la línea de La Novia o incluso de Jackie Brown). Pero lo que realmente brilla en la cinta es la propia dirección: Tarantino se nota cada vez más cómodo y aquí se enfrenta a una auténtica obra maestra a muchos niveles. La fotografía a cargo de Robert Richardson nos deja instantes memorables como el final con la imagen de Shosanna reflejada en el humo cual fantasma, el montaje de la habitual Sally Menke tanto en los momentos de acción como en los más íntimos (como el momento en el restaurante donde comer un Strudel se convierte en algo inquietante) y el guión de Tarantino. Posiblemente estemos en la película con mejor guión de Tarantino, dejándonos momentos auténticamente sublimes como la conversación entre Landa y el granjero al inicio dándole contexto al villano de la función o el monólogo de Raine a los bastardos que rivaliza con el “Ezequiel 25:17” de Pulp Fiction como lo mejor del director. Toda la historia está perfectamente hilvanada y permite a todos los personajes lucirse en algún momento, incluso con toques cómicos, como la llegada al cine y la presentación de Raine ante Landa. La dirección de Tarantino se muestra sólida y no se esconde en ningún momento de sus filias y homenajes: no le tiembla el pulso en poner a David Bowie como antesala del clímax en el cine y siguiendo a Shosanna hacia la culminación de su plan, la presentación de “El oso” saliendo de una cueva ante la mirada de terror de los prisioneros, la tensión en el bar alemán que va en aumento hasta sus últimas consecuencias, el colofón final en el cine con tiroteo salvaje incluido y el cierre de la historia, calmado y sosegado pero con un cierre perfecto tanto al personaje de Landa como al de Raine.

Otro punto a tener en cuenta es que en esta película Tarantino demuestra saber dirigir a sus actores perfectamente y que ellos/as estén completamente implicados hasta el final. Prueba de ello es que es la primera vez que Tarantino (y por qué no decirlo, su ego) deciden compartir protagonismo con una gran estrella hollywoodiense como Brad Pitt, el cual podría haber absorbido toda la historia para su lucimiento personal pero en cambio reparte bien el tiempo entre él y el resto. Por eso esta película produjo el descubrimiento casi mundial (Oscar de la Academia mediante) de Christophe Waltz como el villano Landa, Michael Fassbender en un breve pero importante papel de agente británico e incluso de Melanie Laurent como Shosanna, de manera que otros rostros más conocidos como Pitt o Diane Kruger quedan como secundarios en la trama (aunque Pitt pueda partir como protagonista la película es coral).

Hans Landa, el cazajudios, intimida a Shoshana en una magistral y tensa escena.

En el tema de la banda sonora vemos a una Tarantino muy juguetón. Sabedor de que su público espera una BSO que le sorprenda él juega con la mezcla de estilos y épocas (que en mi opinión acaba explotando en su siguiente película, “Django desencadenado”, dejando a ésta como un experimento cara a la siguiente). Aquí tenemos varios homenajes a Morricone y a su música en los westerns (como por ejemplo el tema “La resa” extraido de “El bueno, el feo y el malo” para el momento de la presentación de “El oso”), los créditos inciales con la clásica canción de “The green leaves of summer” de “El Álamo” por Dimitri Tiomkin y de golpe introduce un tema más moderno como “Cat people” de David Bowie para lucimiento final tanto de Melanie Laurent como de la cámara que la sigue en su “ritual” de guerra.

En conclusión, Malditos bastardos es una de las películas más frescas y más disfrutables, con pocos peros que hacerle, en la filmografía de Quentin. Una obra redonda y punto álgido en su filmografía. Como dice Raine en la frase final de la película, “Creo que esta podría ser mi obra maestra” es la que el mismo Quentin debió decirse así mismo al acabar. Y puede que no le falte razón.

 

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